COLUMNISTAS
un dialogo

Buen tipo

El físico, epistemólogo, filósofo y humanista argentino radicado en Canadá desde 1966, que muchas veces ha expresado públicamente su postura contraria a las pseudociencias –entre las que incluye al psicoanálisis y la homeopatía–, además de sus críticas a corrientes filosóficas como el existencialismo y el posmodernismo, ha escrito, al mejor estilo socrático y especialmente para PERFIL, un diálogo en que dos personajes sin nombre dialogan en torno a los conceptos de bondad, maldad, afecto, ayuda e hipocresía, a la que considera el “lubricador del engranaje social”.

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Pero no me negarás que Pepe es un buen tipo, incapaz de matar una mosca.

—En efecto, es inofensivo, y seguramente se ha ganado la simpatía de las moscas. Pero, ¿acaso basta no hacer daño para merecer el calificativo de bueno?

—Eso les bastó a Buda, Hipócrates, y Epicuro. Y no negarás que esos fueron buenos tipos.

—Sin duda, pero los tres fueron buenos porque hicieron algo, además de instar a no dañar.

—¿Qué hicieron?

—El Buda combatió la violencia y el sistema de castas; Hipócrates fue el padre de la medicina; y Epicuro construyó, junto con Demócrito, el atomismo griego, que fue la primera cosmovisión naturalista y optimista.

—O sea, según vos, ¿hay que romperse para merecer el calificativo de bueno?

—En efecto, los auténticamente buenos hacen algo por los demás. El indiferente al prójimo, el que no daña ni ayuda a otros, no es bueno ni malo. Es un nulo moral, un cero social.

—Pero cero es mejor que menos uno.

—Sin duda. Pero, puesto que hay tantos tipos negativos, hacen falta otros tantos tipos positivos para contrarrestarlos.

—Puede ser. Pero no pretenderás que todos nos pongamos un yelmo, montemos un Rocinante y recorramos las rutas listos a quebrar una lanza por una buena causa.

—Es claro que no. En la sociedad moderna no hace falta el coraje de Don Quijote para ayudar al prójimo. Hay maneras mucho más eficaces, y mucho menos onerosas.

—¿Por ejemplo?

—Comportarse como buen vecino, buen compañero, buen amigo, buen socio, buen cónyuge, y buen ciudadano. En todos estos casos, la bondad consiste en algo más allá que vivir y dejar vivir.

—Pero no son iguales. Por ejemplo, es difícil ser buen ciudadano cuando el gobierno del día no te permite ni siquiera cumplir tus obligaciones cívicas.

—De acuerdo. Pero en estos casos el buen ciudadano protesta, ya sea individualmente, ya uniéndose a organizaciones dedicadas a proteger los derechos y deberes cívicos, o incluso a ampliarlos.

—Pero esto puede acarrear peligros.

—Es claro. Cuanto más atrasado el país, tanto más difícil es ser bueno. Más difícil y, por esto mismo, más útil. Y esto no se circunscribe a la política.

—¿Qué querés decir?

—Que la vida moderna es tan compleja, que se puede ser buen ciudadano actuando tanto fuera de la política como dentro de ella.

—¿Por ejemplo?

—En las democracias hay muchas organizaciones no gubernamentales, tanto locales como nacionales e internacionales, dedicadas a ayudar a quienes necesiten ayuda de todo tipo: para sobrevivir, para educarse, para reintegrarse en la sociedad al salir de la prisión, etc. Superan al individuo sin estar en el Estado. Están en la sociedad civil.

—Pero las religiones, que son las guardianas tradicionales de la moral, no nos exhortan a militar en tales organizaciones. Ni siquiera nos mandan hacer el bien. En particular, la Biblia no manda ayudar al prójimo. Sólo exhorta a no perjudicarlo. Y fijate bien que esta obligación se limita al pariente o vecino.

—En efecto, todas las morales religiosas son tribeñas. Además, como dijera Spinoza, exhortan a obedecer, no a hacer el bien.

—¿Y los budistas? ¿Acaso el Buda no fue universalista?

—Lo fue, pero también fue ateo. El Buda afirmó explícitamente que los dioses son invenciones. Además, no fundó ninguna iglesia.

—¿De dónde sacamos, entonces, la idea de derechos y deberes universales?

—Los conceptos de ser humano, de humanidad y de derechos y universales no figuran en ninguna escritura sagrada. Son seculares y modernos. Fueron inventados por unos pocos filósofos, y aparecieron públicamente recién con la Revolución Francesa de 1789.

—Pero la famosa Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano habla de derechos, pero no de deberes.

—En efecto. Esa es una limitación de ese gran documento. Habría que proclamar que no hay derechos sin deberes, ni deberes sin derechos, como lo hizo en la Asociación Internacional de Trabajadores, fundada en Londres en 1864.

—De acuerdo, pero duró poco.

—En efecto, la Justicia es escurridiza y efímera. Por esto requiere esfuerzos intensos y constantes.

—Ya nos hemos ido por las ramas. Recordá que se trataba de saber si Pepe es o no un buen tipo. ¿En qué quedamos?

—En que no es bueno ni malo, porque no ayuda ni hace daño.

—De modo que ¿le ponemos un cuatro en moral?

—De acuerdo. Pero no se lo digas, porque no hay derecho a ofender a inofensivos.

—En definitiva, tenemos que tratarlo a Pepe como si fuera un buen tipo aunque no lo es. ¿No te parece hipocresía pura?

—Sin duda. Pero la hipocresía lubrica el engranaje social. Sin ella nos pasaríamos la vida insultándonos y agrediéndonos.

—Ahora te has puesto cínico además de hipócrita.

—Tenés razón. Pero ya se acabó mi cuota de tolerancia. Parala, pibe, y sé un poco hipócrita para conmigo. Es parte del precio de la amistad. Amistad=Afecto mutuo+Ayuda mutua+Hipocresía.

—Por fin estamos de acuerdo.