Prevalece en el mundo editorial argentino –pero tal vez es algo aplicable al mundo editorial en general– la cultura de lo que decidí llamar del “para si”: se edita “como si” hubiera alguien interesado en tanta basura; se reeditan traducciones made in Spagne “como si” nosotros fuéramos capaces de entenderlas, etc. Se trata de una mecánica bastante arraigada entre las filiales argentinas de editoriales españolas: si un libro apunta a venderse de manera generosa, en vez de importar unos pocos ejemplares se lo reedita en la Argentina, usando para ello, claro está, la traducción española. Es algo a lo que los lectores argentinos (no sé qué ocurre con las filiales del resto de Latinoamérica, así que no opino) estamos ya demasiado acostumbrados como para que nos sorprenda, pero se trata de algo que alcanza niveles de ridículo inaceptables. Nadie en su sano juicio aceptaría comprar un electrodoméstico y que el manual de instrucciones estuviera escrito, no sé, en coreano, pero acepta con tolerancia sumisa que un libro editado en la Argentina esté traducido en España para españoles, que a esta altura es como decir que está traducido en Corea para coreanos. Ya hemos hablado largamente sobre este tema, que es un tema de nuestro tiempo, pero la verdad es que si hasta a mí me aburre no quiero imaginar cuánto aburrirá a mis desocupados lectores. Las traducciones hechas en España son como el sida. Peor que el sida, porque por lo que sabemos no hay nadie en España preocupado por hacer bien las cosas, encontrando una cura para ese flagelo. Por eso sorprende que el Grupo Random House Mondadori de Argentina haya dado un paso en la dirección de la cura del sida aplicado a la literatura, corrigiendo una traducción española –que sin haberla leído sabemos que es pésima–, para los lectores del Cono Sur. De hecho la edición impresa en la Argentina de Cuerpos extraños, de Cynthia Ozick, dice eso: “Traducción revisada para el Cono Sur”. Es maravilloso. Nadie piensa en nosotros cuando decide publicar un libro. Nadie piensa en nosotros cuando encarga una traducción. Nadie piensa en nosotros cuando elige un ilustrador y una ilustración para la tapa, pero hay alguien que piensa en nosotros cuando decide no complicarnos la vida y la lectura y hacer algo tan simple como contratar a un lector y pagarle para que corrija una traducción hecha en España, otro planeta. Sé poco de la traductora “revisada”, Eugenia Vázquez Nacarino, pero su nombre me sonaba. Me bastó revisar mi biblioteca para encontrar un libro, La habitación, de Emma Donaghue, abrirlo y encontrar una marca en la primera página donde dice: “—No, los números no empezaron hasta que bajaste volando a toda pastilla”. Debo de haber interrumpido la lectura allí, porque no hay más marcas y no recuerdo nada de esa novela miserable. Se ve que en esa época todavía no los tiraba a la basura, pero es algo que acabo de corregir, porque los tiempos cambian y uno cambia con los tiempos y me resulta inaceptable tener hoy en mi biblioteca un libro que dice estupideces semejantes. En cambio acabo de otorgarle en mi biblioteca un lugar muy especial a Cuerpos extraños.