La recepcionista del hotel montevideano es argentina. Está contenta de haberse mudado con su novio y sus tres gatos hace nueve meses. La razón principal fue la calidad de vida, dice. Nada que ver con Buenos Aires. Las cinco personas que se están registrando y que viajaron juntas a un congreso asienten con tristeza rioplatense. Salieron de Buenos Aires el viernes, llegaron al puerto de Montevideo, y llamaron un uber que los dejó en el hotel de Punta Carretas en 15 minutos, por las Ramblas, un paseo célebre por su belleza.
El domingo por la noche, al llegar al puerto de Buenos Aires llovía descaradamente, los autos se amontonaban sin ton ni son en la terminal portuaria y había muy pocos taxis. Los que consiguieron uno tuvieron que musitar el destino. No todos fueron aceptados (“no voy para ese lado”). Los afortunados que pasaron la primera prueba se enfrentaron con una segunda: “Hasta ahí son 300 pesos” (un viaje normal habría costado como mucho cien). Pagaron sin chistar y volvieron a preguntarse por qué la ciudad de Buenos Aires avalaba la mafia de los taxistas, que cobran lo que quieren y maltratan al pasajero.
El sistema de transporte de Buenos Aires y su área metropolitana es desastroso: el cambio de horario de los subterráneos nunca se concretó y los alumnos que terminan de cursar materias a las 11 de la noche no pueden usarlos. Además, como la ciudad es cada vez más compleja, resulta que no alcanzan a llevar a nadie a ningún lado.
Algunos soñaron en voz alta con la estación Buquebus, la estación Aeroparque, la estación Ciudad Universitaria, la estación Cid Campeador. Para qué... Aquí todo lo arreglan con un cantero para conformar a otra mafia, la de los colectiveros. “Somos rehenes”, dijeron, “de una forma de liberalismo que ni siquiera se acerca a la de Chile”. Santiago tiene 96 kilómetros de subterráneos y 101 estaciones. Buenos Aires, apenas 53,9 km y 86 estaciones.