Reinaldo Merlo, detenido en el tiempo, dice que Racing no tiene peso en la AFA. Alguien del club, un nuevo nombre que aún no entra fácil en la memoria, lo pone en su lugar simplemente actualizando el almanaque. Irónico, el dirigente le recuerda que en realidad Merlo es nadie, un modesto empleado, mucho menos que un técnico. “El que está fuera de peso es el Sr. Merlo.” Basta ver, señala, los botones de la camisa. Es cierto: Mostaza se ha dejado estar un poco, y la gente no se le para enfrente por miedo a un reventón. Hay una bala en cada ojal. El ofendido señor que va a la AFA apela al humor para morigerar el énfasis de su réplica, su tono de patrón de estancia.
Cuando Merlo era jugador, sabía que era más importante el delegado de la calle Viamonte que el presidente de River. Un personaje era el encargado de los intereses de la institución. Eran famosos, vivos, incisivos, notables conocedores de los reglamentos. Una vez que se ganaba la elección, elegir al apoderado era un acto decisivo. Ocurría, incluso, que en las plataformas electorales se anunciaba quién sería el comisionado. Nada menos que Fulano irá a la AFA, prometían. Y el dato podía decidir el ganador de los comicios del club. Los años pasaron, pasaron, y en aquel pedacito de cielo, donde los delegados parecían dioses, la Televisión y su Gran Facilitador, instalaron un jardín con enanos en la entrada, abrieron una agencia de viajes para pasear por el mundo, y los fueron convirtiendo en voceros de la AFA ante los clubes.
Vale decir que, en lugar de ir con quejas semanales sobre árbitros, canchas y horarios, los hombres que se cruzan de piernas en la augusta sala, al tiempo que adquirían el acto reflejo de levantar la mano “por si acaso”, inauguraron el camino en la dirección contraria a la flecha. Llevan las propuestas del presidente y la televisión al seno de sus clubes. Otro partido para televisar, compras de derechos, más años de contrato, otros blindajes para el negocio, acuerdos en ruso que no es necesario entender sino aprobar.
El mejor delegado ante su comisión directiva preside la delegación en el próximo viaje, otro se asegura un puesto rentado a futuro. Notas en los diarios de la tele si hay algún problema en la interna del club. No es necesaria la lluvia para el reparto de paraguas. Con honestidad intelectual, la propia AFA dio un giro hasta convertirse en la fachada legal de la Tele. La empinada escalera de siempre. Una mesa de entradas de Torneos y Competencias donde se anuncian los fixtures a dedo.
Un tribunal de programas tipo talk show. Un colegio de bromistas. Café y masitas para las reuniones. Una revista. El bar de enfrente para las últimas instrucciones. Punto gol para tercerizar los negocios. Eso es todo, Reinaldo. Despierte, hombre, y no se pelee con la gente, que ya sabe que usted no gana este campeonato. Y Merlo, por lo tanto, es un espíritu débil que se salió de la estatua horadada por las olas inconstantes del humor de los hinchas.
Hay que estar primero en la tabla para que el dirigente no lo vea; además de irrespetuoso, gordo. Octavo o noveno, uno es un pesado, ¿entiende? Hubo cambios en todos estos años. Hoy, usted sería doble cinco con el Beto o con J.J. Y su delegado es un señor que se presenta los martes en el reparto de boletines. Concurre porque es una persona sociable, conoce gente, hace amigos. Pero allí no se cocina como antes. Es un delivery. Por eso no son justas sus quejas. Cuando usted se la podía pasar al arquero, había delegados de los clubes. Aquello murió. Ahora es telebim y cartelitos que echan técnicos. ¿No descansaba usted quince minutos entre tiempo y tiempo? ¿Y no se toma 25 o 30 hoy día, para devolver sus equipos a la cancha? Si usted se fijara nada más en el detalle de que trabajo hay que tener hoy para ser técnico de algún equipo mañana, comprendería que donde no tiene peso el “delegado” socarrón que le mira la barriga, es en la tele, no en la AFA. Otra es la sigla.