Parece la noticia del año, más expansiva que la reanudación del vínculo entre EE.UU. y Cuba: el descabezamiento del servicio de inteligencia local. Y quizás lo sea. Una rareza institucional esa importancia mediática, casi del subdesarrollo, a menos que uno se rinda a la evidencia de que el organismo –al que todos denominan SIDE cuando hace varios años modificó la sigla por SI– dispone de un poder superior al que establecen sus límites. Y lo ejerce. Sorprende el revuelo por otra curiosidad: la Presidenta reemplazó a dos amigos de su casa (Icazuriaga y Larcher) por dos del mismo cuño, también confiables (Parrilli y Mena). No se modifica el perfil, lo que supone una transición cordial; sin embargo, se vive y promueve como un cambio traumático, quizás por el cumplimiento de una frase notable con la cual Harry Truman describió el entorno político que lo rodeaba: “Si querés un amigo en Washington DC, comprate un perro”. O porque el fondo está más sucio que la superficie.
Había diferencias menores entre los dos excluidos de la jefatura, ambos venidos del corazón oficialista de Santa Cruz. Héctor Icazuriaga era –junto a su esposa, siempre reverencial y admirativa a las palabras de Cristina– quien acompañaba a los Kirchner en las cenas de los sábados en los primeros años de la Administración K, compartidas con un duhaldista que había facilitado la campaña de Néstor y cuando otros funcionarios de nivel más elevado no podían acceder a esas tertulias (Alberto Fernández, Carlos Zannini). Siempre fue, Icazuriaga, un silencioso testigo, de extrema fidelidad a una familia que nunca se destacó por sus relaciones sociales o sus amistades. Ni antes, ni ahora. Inclusive, el destituido jerarca de la SI era un custodio de los intereses políticos del hijo Máximo, una suerte de control del plantel de La Cámpora. Menos familiar era Larcher, el número dos del organismo, quien guardaba intimidad sólo con Néstor, confidenciales diálogos masculinos que a veces enojaban a la consorte del mandatario, un hombre que hasta debe haber cumplido tareas no propias en centros financieros de Europa. Su pecado en esta última etapa del Gobierno, por esa lejanía anterior de Cristina, se convirtió en mortal cuando luego de hacer migas con Sergio Massa jefe de Gabinete mantuvo el entendimiento hasta pensar que podía incluirse en una lista de legisladores alternativa al kirchnerismo. Los dos apartados fueron, en esta década, transmisores de los pedidos presidenciales, responsables del montaje de dañinas operaciones y de un discrecional ejercicio extorsivo basado en que nada es más importante que la información. Sobre todo cuando se la utiliza para determinados fines. Pero más importante que ellos ha sido el rol de los mandos subalternos, la autonomía y pelea entre sus miembros –una fracción con Stiusso y otra con Pocino–, ese universo de sórdida influencia sobre distintas áreas, de la judicial a la periodística, de la política a las aduanas. Un multirrubro de poder, el brazo fisgón del Gobierno para condicionar ciudadanos sospechosos.
Pero esa estructura secundaria en apariencia, ya venía en baja desde hace meses. Por podas en el presupuesto, aumento de fondos a otras dependencias (Ejército), desencuentros de política exterior con el tema Irán, pérdida de confiabilidad, coqueteos con los líderes políticos de la oposición y, especialmente, ineficiencia en el manejo de causas judiciales. Estas peripecias desencadenaron las quejas públicas de la protagonista más afectada: Cristina y su familia. Y los facturó a Icazuriaga y Larcher. Quedaba pendiente Stiusso, hasta que lo despachó del cargo Parrilli hace 48 horas. Declinaba por más carpetas que enarbolara: con disgusto debió dar la cara por segunda vez en una causa judicial (AMIA) y, extremadamente nervioso para su profesión, exhibió una voz grosera al replicar en Noticias imputaciones de un periodista. Poca discreción, demasiada tensión, desde “se extralimitó” a “nos quieren condicionar”; o, al revés, “quieren una Justicia servicial, pero la jaquean con designaciones y leyes”, “hicieron fideicomisos, firmaron hasta los tickets del café, y pretenden que uno lo solucione”. Por no citar otras amenazas mutuas, de la documentación privilegiada de las dos partes, a la intervención del militar Berni en la resolución final. Y hasta la versión negociada de que tambien partiría Pocino de la función.
Sonríen Gustavo Beliz, quien hasta se tuvo que ir del país y del kirchnerismo por revelar una foto de Stiusso, y el ex comisario macrista encarcelado “Fino” Palacios, dos emblemáticos castigados por el orgánico renunciado. Vuelve a la alfombra roja Aníbal Fernández, un devoto de esta actividad, quien extrañamente cambia un año en la Rosada por varios años de senador. Se complace el general Milani (si hasta le renuevan la flota de camiones con Fiat), aunque cada nueva cuota de poder renueva su turbio pasado como militar. La Cámpora imagina más cargos clave para su gente, como los sushi en su momento, que siguieron en la SI después de De la Rúa. Una capa se suma a la otra, claro, el Estado es generoso. Y Cristina ejecta pero duda, no debe saber aún si abrió o no una caja de Pandora.