Ya lo hemos intentado. Por la razón, por la inteligencia, por la empatía, por la democracia, por el número. Pero es en vano. Ganó en el Senado el aborto clandestino. Muchas mujeres tendrán que seguir muriendo a causa de un malentendido difundido convenientemente por los medios, la Iglesia, la ignorancia. Queda el consuelo de ir verificando de qué están hechos los políticos de turno: así de bajo fue el nivel intelectual de la supuesta Cámara alta, un mamarracho del que se sabe poco y nada. Mezcla de odio, omisiones, pereza, hipocresía, misticismo y oligofrenia, la distorsión pretende anteponer una decisión ética compleja por delante de una legislación, de una Justicia, y hasta de una economía: el aborto clandestino que votaron es lo más caro, lo más clasista y cruel.
¿Fue un fracaso? Yo no diría. La concentración verde fue masiva y conmovedora: quizás falte comprender que hay que cambiar de frente y que el pañuelo naranja estaba antes que el verde. Urge separar la Iglesia del Estado.
Cambiar frentes no es fácil, porque–con matices– peleamos solo las batallas que el sistema admite que peleemos. El feminismo puede llegar a tener, en un desliz, la misma cara visible del machismo.
El teatro –más sabio que la vida, sobreactuada de eslóganes– ofrece en este momento una pieza absolutamente pertinente. Las cuatro actrices de Piel de lava, las favoritas del caos, la coescritura y el ingenio, presentan su nueva obra en el Teatro Sarmiento. En Petróleo la regla de juego parece simple: las cuatro chicas se disfrazan de obreros petroleros y “hacen” de hombres, con todas las de la ley, pitos y flautas. Como el travestimiento es tan franco, todas las suposiciones y prejuicios quedan expuestos. ¿Qué es hacer de hombre? ¿Qué es un hombre? ¿Depende de quién lo diga? ¿Y qué –entonces– no es un hombre? Por suerte las respuestas no son gratis y la situación es hilarante. Es la risa de sabernos pasajeros de una zona intergaláctica. No importa el verosímil de trailers y calzones, ni las disquisiciones alrededor de un generador que hay que arreglar, ni el ji-ji-ji, ni el pogo como mimo, ni la revelación del miedo atávico del hombre a la muerte y los fantasmas: estas actrices logran manejarse en una categoría inexistente, la del hombre delineado brutalmente por mujeres. No lo presentan ni como objeto de deseo ni de degradación ni de sarcasmo, sino como misterio absoluto. Lo que está entre palabras opuestas, entre las categorías irreversibles, entre los territorios de lo masculino y lo femenino, es un planeta donde las leyes de Newton no se cumplen. Igual que en este.
He aquí otro cambio de frente necesario: no somos mujeres contra hombres ni lo opuesto. Somos pensamiento acelerado, vital, lúdico, urgente.
Ni que hablar de una cuestión nodal que amerita otra columna: las chicas no se disfrazan de hombres, sino de obreros. Lo cual, definitivamente, no es lo mismo.