El nuevo y apresurado maquillaje ministerial, de dudosa calidad por carecer de make up importados, revela grietas inocultables del rostro albertista, imposibles de
tapar hasta por las tres mujeres incorporadas. Insuficientes Kelly Olmos, Tolosa Paz y Ayelen Mazzina. Basta ver el registro de fisuras:
Quienes oxigenan al Presidente son dos asistentes, Vilma Ibarra y Juan Manuel Olmos, secuela del ciclo inicial del gobierno. La consejera irrita a la Vice desde que no era Vice y vivía Néstor, también enfada a Fabiola: raro talento para hacerse odiar. Olmos, en cambio, más discreto guarda la cabeza en un hormiguero, no se sabe si es un custodio o un traductor. Se sustenta Alberto en estos colaboradores secundarios que, en rigor, son más importantes de lo que dice la nomenclatura: por su necesidad de que lo conduzcan, hoy la pareja gobierna por omisión. El dúo ha sido clave desde que vaciaron Olivos de operadores, ministros y fieles auxilios del mandatario. Nadie contempla otro nutriente intelectual, menos nadie en Cafiero o Vitobello. Para colmo, el cristinismo renueva hostilidades a partir de los huecos que le produjo en el gabinete, lo desconoce y le enrostra que las nuevas designaciones femeninas han sido “inconsultas”. Como si existiera un manual que decretara esa dependencia. Alberto se ha quedado solo —literal impresión de aquellos que se acercan a entrevistarlo— y lo maltratan por estar solo. Típico de Cristina.
Sergio Massa, quien relegó al mandatario a un plano menor, empezó a sospechar que se desvanece el respaldo prometido de Cristina de Kirchner a su gestión: casquivana la dama, no controla ni a su hijo para reforzar al ministro, si es que pretende controlarlo. Máximo, a su vez, un admirador del titular de Economía —recordar que uno de sus mayores orgullos fue un obsequio que el hombre de Tigre le hizo hace unos años: un par de medias de futbol, usadas por supuesto— ahora se desliga y se interna en una actitud más critica al oficialismo para conservar maniatada a su agrupación, antes sumisa para ascender y ahora díscola porque le sobra poder. Tal vez sea un simulacro de madre e hijo objetar a Massa, pero no lo favorecen cuando es publico y esta escrito que debe exhibir respaldo político de los propios, según las exigencias del FMI y los mercados La Cámpora ingreso en un proceso de ebullición, más de un avieso imagina a la secta partida en dos. Habrá que hurgar en el hermético clan para conocer la naturaleza de la disidencia. Pero hay muestras: el piromaníaco Larroque inclina adhesiones a favor de Axel Kiciloff —al igual que el millonario en planes sociales,
Emilio Pérsico— interesados en que repita su mandato el año próximo. Al revés de Máximo y un núcleo de intendentes que lo rodean al frente del partido peronista en la provincia, encabezados por Martín Insaurralde (jefe de gabinete de Kiciloff, pero menos comprometido con el gobernador que su colega de la Nación, José Manzur, con Alberto Fernández).
Otro avatar de La Cámpora lo constituye el múltiple Aníbal Fernández, al que Máximo se propone remover hasta ahora sin éxito. Ocurre que el ministro tiene nostalgia de su tierra natal, Quilmes, y auspicia a un candidato para suplantar a la empechugada intendente Mayra Mendoza, de religiosidad extrema a Cristina y capaz de sobrevivir pactando su antecesor del Pro en el cargo, el cocinero Martiniano Molina. La Inquisición contra los herejes como Aníbal.
Otro hombre cuestionado de la Seguridad, Sergio Berni, también aparece en las fisuras de los dos gobiernos: bombardeado por los episodios en la cancha de Gimnasia, debio ser reforzado por Kiciloff, quien requiere de una imagen fuerte a su lado. Tal vez, las complicaciones no favorezcan hoy a Berni como candidato a Vicegobernador de Kiciloff, pero ese eventual inconveniente se puede resolver en familia: a Cristina le encantaría que al lado de su “chiquito” se alistara la legisladora Agustina Propato, una silenciosa devota, esposa y madre del único hijo de Berni.
La agitación salió del lugar menos pensado
Con tantas arrugas en la cara y emergencias su gabinete, Alberto se impuso una mezquina conveniencia: invitar a tres mujeres como adjuntas. Sin discriminación de edad: entre dos se llevan 40 años de diferencia (Kelly Olmos a Ayelen Mazzina), la otra navega por la mitad de ambas (Tolosa Paz). Quizás, imagina que van a disminuir las criticas a su mandato por misericordia femenina. La Mazzina, delegada de una diversidad de apetencias sexuales, aterriza de un Alberto (Rodríguez Saa) a otro Alberto, como embajadora de una minoría a la que se premia por estar mas cerca del gobierno que de la oposición. Poco entendible el negocio: se supone que un político trata de conquistar lo que no tiene, no a los que ya están bajo su ala.
Su antecesora Gómez Alcorta, otra diversa, le dio una cálida bienvenida a la Mazzina, piensan igual al parecer, razón por la cual no se entiende porque una discrepa y renuncia por las persecuciones a los denominados mapuches mientras la otra asume con los que presuntamente violan a ese belicoso movimiento. Quizás la nueva funcionaria dispone de otra idea en su cabeza. Por ejemplo, desinflar la acechanza del grupo indígena ofreciéndole —como en los Estados Unidos— el negocio del juego que controlan el macrista Angelicci, el cristinista López y otros prósperos empresarios endulzados con la Vice, Rodríguez Larreta, numerosos intendentes y gobernadores. Un desprendimiento inimaginable aunque sería reparador para los numerosos pueblos originarios, no solo los del Sur.
Lo de Tolosa Paz se considera más controvertido: a Cristina no le satisface esa convocatoria para Acción Social, le genera aflicciones luego de la última pugna electoral. Muchas diferencias entre las dos. Alguien le pregunto a Alberto si había consultado a su Vice por la designación y él, mirándole en el espejo, replicó: “¿Por qué?. No es necesario, soy el Presidente, el único que decide”. Nadie parece convencido de esa afirmación, pero lo cierto es que la esposa de su socio Pepe Albistur alcanza el ministerio sin la aprobación del cristinismo: se inscribió en la lista de los futuros “funcionarios que no funcionan” a delatar por la Vallejo o Parrili.
Novedosas grietas oficialistas
Si el Presidente ni siquiera estimó llamarla a Cristina por las nominaciones, en el caso de la nueva titular de Trabajo, Kelly Olmos, amagó con interrogar a la CGT (propusieron a una dama cercana al gremio de la Construcción), también a Hugo Moyano que pidió libre acceso para su hijo “Huguito” (enfrentado a su hermano Pablo). Tampoco escuchó siquiera a los quejosos de ATE o protegidos de Cristina como Palazzo (Bancarios) con la creencia supuesta de que elijo a mis colaboradores en solitario, como corresponde a un Presidente.
Si el Presidente ni siquiera estimo llamarla a Cristina por las nominaciones, en el caso de la nueva titular de Trabajo, Kelly Olmos, amago con interrogar a la CGT (propusieron a una dama cercana al gremio de la Construcción), también a Hugo Moyano que pidió libre acceso para su hijo “Huguito” (enfrentado a su hermano Pablo). Tampoco escucho siquiera a los quejosos de ATE o protegidos de Cristina como Palazzo (bancarios) con la creencia supuesta de que elijo a mis colaboradores en solitario, como corresponde a un Presidente. En rigor, ese ejercicio era una distracción: se amparo en el sindicalista polirubro Víctor Santamarìa, su ex empleador, para nombrar a la Kelly, hombre que se hará cargo de una ministra que viene de cumplir tareas delicadas en el Bice. Se supone que le responderá a él, mientras el resto de los gremialistas le reprochan a la recién llegada un obvio desconocimiento del área laboral. Olvidan que es una veterana peronista y, como tal, se adapta a cualquier ubicación: la dirección de un hospital, el ballet del Colon o la diplomacia con China. Además, es falso que carece de inmersión en trabajo: fue, en otros tiempos, una cercana simpatizante de Lorenzo Miguel como faro luminoso de las 62 Organizaciones y los metalúrgicos. Después anduvo por otros lados: activa militancia en Guardia de Hierro, esa logia que pintaba en las paredes “Somos el odio” y que supo adoctrinarse en unos biblioratos de Rumania que enamoraron a jóvenes cándidos como el hoy Papa Francisco. Después devino en militante feminista como su ahora colega Mazzina. Tanta experiencia política de Kelly se resume en que fue “muy miguelista”, “muy guardiana”, “muy grossista”, “muy menemista”, “muy cristinista”, “muy albertista”. En suma: “Muy”.