Hacia dónde va América Latina? Es una vieja pregunta, hoy más pertinente que nunca. Lo que se observa en la región, después de décadas de aumento de la pobreza, agravada ahora por la pandemia, es por un lado una polarización y dispersión política generalizada; por otro, el creciente desprestigio y caída electoral de los dirigentes y partidos tradicionales. Existen variantes entre regiones y países, pero esa es la tendencia general.
En Chile, al cabo de las elecciones constitucionales de mayo pasado, celebradas en un marco de grandes protestas sociales previas, el bloque de izquierdas ganó más de la mitad de los 345 municipios, 12 de las 13 regiones y 118 de los 155 convencionales de una Convención que redactará una Constitución de orientación socialista. No sólo eso: Irací Hassler, del Partido Comunista, arrebató a Felipe Alessandri (conservador, si los hay) la alcaldía de Santiago. Y algo más significativo aún: los “independientes sin partido” obtuvieron el 31% de los apoyos. Más allá de que esa variadísima oposición dominará el órgano constituyente, estos resultados hablan de un futuro político y social incierto.
Imposible detallarlos aquí, pero fenómenos similares se observan en estos días en México, donde el partido de gobierno perdió la mayoría calificada. Y en Perú, donde se enfrentaron dos candidatos que se impusieron en las primarias con escasos votos. Un proyecto de discurso socialdemócrata, encabezado por Pedro Castillo, un honesto maestro de escuela, y otro de derechas, de Keiko Fujimori, hija de un ex presidente condenado por graves violaciones a los derechos humanos y ella misma procesada por corrupción. Al escribirse esto, Castillo parecía haber ganado… por menos del 1%.
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Colombia, luego de que el gobierno centro-demócrata de Iván Duarte aumentase los impuestos a trabajadores y clase media, lleva más de un mes de disturbios sociales: 26 muertos y numerosos desaparecidos, denuncias de torturas y violaciones a cargo de las “fuerzas del orden” y algunos graves atentados de dudoso origen, en el marco de protestas sociales masivas, pacíficas y reiteradas.
En el otro esquema regional, el populismo, Venezuela es lo que es y está como está, mientras en Nicaragua el gobierno “revolucionario y socialista” –lo fue alguna vez- de Daniel Ortega lleva hoy detenidos arbitraria y absurdamente a siete líderes de la oposición; entre ellos Cristiana Chamorro Barrios, candidata presidencial favorita en las encuestas. Todos tienen buenos antecedentes; en todo caso mucho mejores que los de Ortega, hoy un dictador.
Argentina es otros de los ejemplos populistas en vías de catástrofe económica y autoritarismo. ¿Qué más se puede decir, aparte del escándalo político-empresario de las vacunas y otros, sino que la Presidenta en vice-ejercicio, Cristina Fernández, está procesada penalmente en varios gravísimos asuntos? Del otro lado, un liberalismo tradicional que no puede presumir precisamente de eficacia y decencia. Eso que aquí llamamos “la grieta”, metamorfosea muy bien la situación.
Así, y en el marco de crisis económica global y de competencia por el mercado latinoamericano ante Rusia y China, en las potencias occidentales asoma algo así como un “despertar de conciencia”. Durante su visita a Guatemala y México, la vicepresidenta de EE.UU., Kamala Harris, anunció acuerdos en “reformas laborales, lucha contra la corrupción y el cambio climático”, además de inversiones de miles de millones en la región. Crisis migratoria obliga…
¿Financiarán eso los ricos con pago de impuestos? Según un informe publicado por ProPublica, una organización periodística, los 25 estadounidenses más ricos pagan menos impuestos que muchos empleados promedios. Lo mismo por aquí y en casi cualquier parte.
¿Cambios estructurales? No sería la primera vez que se anuncian y no se cumplen. Pero esta vez, o comienzan y se concretan, o habrá que apagar incendios voraces y prolongados.
