Mientras que en Bruselas se traba la litis entre Grecia y sus problemas macroeconómicos, en Atenas el enfrentamiento del partido gobernante Syriza es contra “los oligarcas”: un pequeño número de extremadamente acomodados y magníficamente conectados “individuos y familias griegas”, situado en la cima del muy corrupto sistema clientelista. En ciertos centros de pensamiento conservador norteamericanos se escribe que del éxito o no de esta pugna saldrá la victoria o derrota de los esfuerzos de la renovación de izquierda helénica. Lo que no debería sorprender, porque el mundo se está recomponiendo al tiempo que se fragmenta, lo que produce alineamientos que desde una mirada estática hubieran parecido imposibles. Hacia el jueves 26, un grupo de legisladores de Syriza apoyó preliminarmente el acuerdo de Grecia con la UE (una extensión de cuatro meses en su programa de rescate), al tiempo que –al día siguiente– en el centro de Atenas un grupo de clientes tuvo problemas para retirar dinero de los cajeros automáticos del Piraeus Bank.
El Parlamento de Plaza Syntagma fue caja de resonancia contra una élite que cree que el Estado y los servicios públicos “están para servir a (sus integrantes) y a sus intereses”. Según Reuters, la catilinaria especificaba que las presiones de los hombres de negocios “influían a políticos y a funcionarios públicos o abusaban de su control sobre los medios de comunicación para obtener inmerecidamente contratos públicos, cambiar regulaciones para su ventaja o escapar de acusaciones por conductas ilícitas”. Alex Tsipras se ha comprometido a licenciar nuevamente canales de televisión, a terminar con los créditos bancarios a amigotes, a ejercer debidamente el derecho de voto cuando el Estado tenga acciones en bancos privados con mayorías no públicas, a rever privatizaciones clave y a someter a hacendosas auditorías fiscales a quienes tengan cuentas en bancos “paradisíacos”.
Algunos analistas están descubriendo que, con mayor frecuencia que lo tolerable, entre la economía global y la doméstica hay una interfase de intereses concentrados que usan rótulos como antifaz: “libertad de mercado” o “capitalismo con reglas” (o aun más perversas, como “capitalismo con rostro humano”) para –en alianza con especuladores financieros– instaurar sistemas de gobierno semifeudales. Una de las pocas modernidades que exhiben es el cobro a como dé lugar de las deudas soberanas, supuesto extraño hasta 1950, cuando la inmunidad de los emisores públicos se restringió.
Estos cambios en los modos de pensar nos permiten vislumbrar no sólo el final de los “filibusteros buenos” (por oposición a los impresentables de allende los mares, los “nuestros”), sino incluso que la expresión “populismo” pueda ser debatida sin necesidad de recurrir a antihistamínicos por los sarpullidos que provoca. Lo que el marxismo no logró por error en el vaticinio tal vez lo alcance la nueva izquierda por los excesos del elitismo.
Los “técnicos” del mundo financiero tienen sus propias alucinaciones; una, que los merodea sin cesar, es obtener que los parlamentos sean como los quería Friedrich Hayek: “Compuestos por legisladores que serían electos por un solo período de 15 años, por votantes que podrían ejercer ese derecho una única vez, a los 45 años de edad” (William Easterly, The Tyranny of Experts).
El Financial Times, que integra con The Economist” y Wall Street Journal el conjunto de los Tres Libros Inapelables que quienquiera sea alguien en el mundo consume como lectura sagrada con el desayuno, llaman al gobierno griego “de izquierda radical” y “el nuevo gobierno griego ‘antiausteridad’”.
El acuerdo con Bruselas alcanzado por Atenas abre un tiempo breve de negociación sobre los cómo y los cuánto, en cuyo desarrollo se mirarán y se medirán todos los días dos versiones posibles de un futuro para Grecia. La negociación será técnica y prolijamente envuelta en los criptogramas más tenebrosos que suelen usar los amanuenses euróticos para impedir sean sonoros los términos de la subyugación de una pequeña capital del Mediterráneo Sur a los intereses inmutables de los tesoreros que nunca dudan y que osan decir sus nombres.
En un paper que se filtró, se lee que el gobierno griego está listo para “entregar su firme compromiso consistente en rechazar acciones unilaterales y en trabajar en estrecho acuerdo con sus socios europeos e internacionales, especialmente en el campo de políticas fiscales, privatizaciones, reformas en el mercado laboral, el sector financiero y las jubilaciones y pensiones”. Un paseo dominical por los diarios deja el mensaje de que Grecia se agachó y que hará lo que corresponda a cambio de algunas migajas para entregar a su platea local.
En Inglaterra, en 1925, Winston Churchill colocó nuevamente a la moneda de Gran Bretaña los grilletes del patrón oro, fijando la paridad de la libra esterlina con el dólar en US$ 4,86, que era la tasa en 1914. Consciente de su total ignorancia en materia de economía y finanzas, antes de dar semejante paso consultó a economistas vernáculos, incluyendo a John Maynard Keynes. Este le advirtió de las muy serias consecuencias de revaluar, pero Churchill optó por desoírlas, lo que llevó al economista a escribir Las consecuencias económicas de Mr. Churchill (1925) –parafraseando su Las consecuencias económicas de la paz, sobre Versalles, 1919)–, un ataque devastador que golpeaba la reputación del político como tal y como débil de intelecto. Muchos años después, el propio caudillo conservador reconocería que haber tomado esa decisión “fue el error más grande de mi vida”. Winnie quiso restablecer el mundo que él prefería, el de “Britannia rigiendo las olas”.
Hoy, muchos churchills (como si no hubiese habido uno solo, que llevó al presidente Kennedy a darle la única hasta entonces ciudadanía norteamericana honoraria a persona viviente alguna) pugnan por mantener una ecuación de poder sometida a una fórmula económica, mientras surcan las paredes del mundo tenues grietas que preanuncian modificaciones.
Una de ellas es el regreso de la dimensión moral a los asuntos mundiales, lo que incluye la cuestión humanitaria, tan pertinentemente evocada estas semanas por el señor Tsipras.