Un político retirado, fallecido hace pocos meses después de ejercer la máxima investidura en el gobierno de su país, de quien sólo daremos las iniciales de su nombre y apellido, R. M. R., responde por carta a las inquietudes de un militante, joven aún, a quien llamaremos F. X. K. Este último nos facilitó el escrito en el que el veterano hombre público manifiesta su preocupación por el futuro de alguien que le escribió para pedirle consejos sobre su vocación política. Reproducimos a continuación el texto del ex presidente.
“En algún momento, joven amigo, deberá asumir responsabilidades de conducción. La juventud es un don que nos da la naturaleza, pero el ímpetu derivado de sus energías voraces deberá ordenarse y concentrarse en una meta. ¿Qué es lo que hace que un joven decida participar en política? ¿Acaso no lo ha experimentado usted? Es la indignación, la rabia primaria que nace en nosotros ante el escándalo moral que provoca la injusticia. No es otra causa la que ha determinado la acción de los grandes guías de la humanidad, y la que constituye la base emocional de una actitud que toma en cuenta al prójimo. Así nace nuestro interés por el mundo, por el sufrimiento de los más débiles, la irritación de ver la impunidad que protege la crueldad de los que gozan del poder. Sin esta cuota de agresividad canalizada por un sentimiento de solidaridad, la juventud se anestesia, amolda su impaciencia natural a actividades frívolas, se agita en vano y para nadie. Su narcisismo conformista se agota rápido y da lugar a adultos codiciosos, cuando no resignados. Pero ha llegado la hora, querido compañero, de tomar una decisión. Si usted insiste en dedicarse a la política, debe saber que orientará toda su vida. Sus opciones se restringirán en vistas a un único objetivo que es la lucha por el poder. Sepa que la política no es una actividad profesional, es mucho más que eso. Se trata de un modo de vida. No tiene sentido que usted lo tome como una fase más de su existencia si es que verdaderamente quiere pesar sobre los acontecimientos. Un político que produce la resonancia de un aleteo de mariposa ha desperdiciado su tiempo, el único que tiene. Por eso debe meditar con profundidad. Si no siente la sed política, beba de otras aguas. Créame, estoy lejos de pensar que la política es la única actividad digna que nos propone este breve pasaje por la tierra; más aún, a veces, por el contrario, tengo deseos de advertirle sobre las frustraciones que conlleva esta actividad para desestimar su elección. ¿Pero cómo hacerlo si soy el peor ejemplo de tal precaución?
Paso entonces a enunciar unas pocas observaciones sobre mi concepción de lo que define la actividad política en el mundo de hoy. La política es uno de los modos en que se manifiesta la guerra. Se trata de enfrentar enemigos o adversarios. La diferencia reside que en la guerra no hay términos medios. Se mata o se muere. El enemigo debe ser aniquilado. El poder debe ser total. Aún en la idea de revolución subyace esta idea de guerra o batalla asociada a la política. Por eso ha fracasado. Sólo puede llegar a servir para alcanzar el poder, pero no para ejercerlo, es decir, conservarlo. En el mundo de hoy, este paradigma bélico no es posible ni aconsejable. El nuestro es un mundo en el que prima el dinero. Es una verdad inevitable. La frase ‘es la economía, estúpido’ no debe motivar la risa. Debemos extraer las consecuencias de esa realidad. Cuando las riquezas constituyen la base del poder, se debe aceptar que el modelo de la guerra está perimido. No hay poder total. Se trata de disponer de un poder mayor que se imponga a los otros poderes. No puede hacerse política sin recursos monetarios pero, claro está, jamás se los posee en su totalidad. Se debe buscar construir un ‘capital de poder’ –y no sólo un poder del capital– mediante asociaciones, alianzas, negocios con sectores de la sociedad civil que concentren más poder económico que otras fuerzas temibles que nos combaten e intentan apropiarse de nuestro haber. No es lo mismo gobernar que tener poder. Con esto le quiero decir que el arte de la política requiere dosificar, crecer gradualmente, aceptar que no se tiene el monopolio de la fuerza ni del dinero. Debemos buscar imponernos por nuestro mayor peso. Por otra parte, el mundo de la política está limitado por la periodización impuesta por agendas electorales. La democracia representativa o plebiscitaria nos exige el mecanismo de la consulta. No se puede gobernar de espaldas al pueblo. Pero tampoco es posible hacerlo de espaldas al capital. El mercado mundial no sólo existe sino que no tiene retroceso. El capitalismo sólo puede ser salvaje. Por supuesto que hay reglas: son las de la jungla. Espantar a las corporaciones empobrece a la sociedad y debilita al poder. Ya ve que el camino de la política no es el de la caridad. Es un desafío sólo apto para quienes sienten que no pueden hacer otra cosa de sus vidas. No es sencillo, créame. Usted vive en sociedades con grandes zonas de pobreza, hasta de miseria. El funcionamiento del sistema político nos obliga a conquistar el apoyo de los pobres cada dos años sabiendo que lo seguirán siendo. Dejemos que los patronos de la higiene moral nos denuncien por clientelismo. Sin formar, apoyar y crear liderazgos que canalicen la ayuda estatal, darles poder a jefes vecinales, crear una armazón político, perdemos la batalla. Son almas para las iglesias y carnada para hombres poderosos con ambiciones políticas que prometen paraísos y nos alejan de nuestra base popular. El poder debe dar impresión de poder. Para lograrlo nuestra batalla debe darse también con los medios masivos de comunicación. Estos medios tienen el poder de totalizar los hechos. Pueden circunscribir un detalle de la vida cotidiana y hacerlo total. Logran que un crimen en una calle perdida produzca una ‘sensación’ de inseguridad en cada casa de toda una ciudad, de todo un país. Esta ilusión totalizadora debemos hacerla nuestra, volcarla a nuestro favor. Cada gesto que nos beneficie, cada discurso, inauguración, anuncio, debe tener un efecto multiplicador que avance sobre los mensajes contrarios que pueden llegar a reproducir los grandes medios.
Por otra parte, las llamadas redes sociales son conectores de importancia. Facebook, Twitter, los celulares; la tecnología permite crear circuitos que comunican a gente dispersa, agruparla y movilizarla. Tienen la virtud de la rapidez de su intervención, la información al instante y la posibilidad de actuar en forma desregulada.
Usted, querido amigo, podrá leerme con ojos asombrados. No le he hablado de ideales, de utopías, de justicia, de libertad, de igualdad. Es cierto. Creo que no es necesario porque la retórica igualitaria ya es la carta de presentación de cualquier político que aspire al poder. Pero tome en cuenta lo siguiente, y más en nuestro caso. Nuestros adversarios necesitan ideales porque no tienen presente ni pasado al que acudir. Nosotros somos ricos en pasado. Nuestra riqueza se basa en la memoria. Nuestra insignia es la Lealtad. Son nuestros símbolos. Enarbolándolos, el pueblo entiende lo que decimos. No necesitamos elaborar programas vacíos de contenido, presentar alternativas no creíbles, ni prometer nada. Nos basta con recordar. Amigo y compañero, espero no haberlo desilusionado. Si usted puede llegar a aceptar el estado actual de las cosas, tener un estómago acorde a las circunstancias, habrá elegido bien, y su vocación es auténtica. No se trata de manos sucias, sino del coraje de perder algún sueño para transformar una realidad.”
*Filósofo www.tomasabraham.com.ar