El domingo pasado, Página/12 publicó un elaborado texto de Horacio González al que todo interesado en política debería prestar atención y que trataré de compendiar.
Cargado de melancolía, concluye diciendo que hoy se “precisa una nueva corriente intelectual y moral que recupere la autonomía de la palabra y esté en condiciones de hacer un nuevo llamado”. Párrafos antes, proponía “una nueva actitud (título de su texto) autorreflexiva, de reconocimiento de lo real sin más, para operar desde ahí nuevas movilizaciones y conceptos que no precisan ya de la autojustificación permanente, del discurso sin fisuras, del a priori de la explicación complaciente. Hay que dejar que las razones propias sean porosas a la espesa e indócil realidad, sin proferir una jerga ya armada”. Y antes había comenzado diciendo que es hora “de ir pensando una corriente intelectual y moral que, sin superponerse con organizaciones o grupos ya existentes, plantee el dilema que se le abre al país”.
Las intervenciones de Horacio González siempre se han destacado de las de otros integrantes de Carta Abierta, como en su campo las de Horacio Verbitsky se diferenciaron de las de la mayoría del periodismo oficialista, por alguna capacidad de autocrítica y resistencia a que la militancia los lleve a casos de muy groseras omisiones o extrema negación de la realidad. Los críticos más duros del kirchnerismo desvalorizan esa actitud sosteniendo que son tan modestas las autocríticas que sólo pretenden disimular o arrogarse cierto grado de objetividad. Yo siempre interpreté esa actitud de ellos como un compromiso epistémico más fuerte que el ideológico. Por lo que no habría que descartar que esta visión actual de Horacio González pueda no representar la posición de la mayoría de Carta Abierta, que vuelve a reunirse hoy en la Biblioteca Nacional, por primera vez después de la devaluación, para ir macerando el nuevo documento sobre lectura de la realidad que produce periódicamente.
Pero resulta muy difícil no leer el texto de Horacio González, justo una semana antes de la reunión de Carta Abierta, como una exhortación a sus colegas de ese colectivo. Más explícita aún, llama “a una recomposición razonada, crítica y autocrítica de nuestros propios empeños” y al surgimiento de “una nueva corriente intelectual que se abra a la comprensión de los múltiples planos que escinden la actual realidad”.
En su texto, sigue elogiando el “conjunto de transformaciones importantes en cuanto a la autonomía productiva y cultural del país que se dan desde el 2003”, pero también observa que “contenía su propia falla, su propio accidente, su propia inconsecuencia, la porción de lo que se quería combatir, incluso, dentro suyo” (¿Boudou? ¿Milani? ¿El propio enriquecimiento de los Kirchner?).
Critica “a los poderes económicos, culturales y comunicacionales ya instalados en su goce persistente” que reaccionan “desde la acusación moralista catastrófica al procedimiento de hostigar y flagelar”. Ellos son, para González, parte de “la industria simbólica de devaluar gobiernos” y se preocupa por “su capacidad de forjar nuevos núcleos de la personalidad de los pueblos”, entre los que destaca “porciones de la población no pequeñas (que) actúan contra la posibilidad de una alianza conceptual que proteja el linaje (...) del que tácitamente ellas mismas forman parte (...) en un país tan lastimado y tan retraído para aceptar lo que lo favorece”.
Llama “a la lucidez participativa de miles y miles de ciudadanos, que no coincidiendo necesariamente con algunas o muchas medidas puntuales del Gobierno perciben que su desgarro empobrecería la vida”.
González propone “hacer de las nociones efectivas sobre la gravedad del momento, un motivo de recreación cultural, de crítica y de reagrupamiento de los grandes legados de la vida popular”. Señala: “Hacer política maduramente permite explicar el infortunio”. Y más adelante completa: “Se quiere producir una cosa sin querer producir el efecto contrario a ella. Pero se lo produce. Porque se hace política bajo formas limitadas de autoconocimiento”.
Y considera “esto un acontecimiento que exige nuevos llamados, urgentes, para sostener lo que miles y miles de ciudadanos no creen que fue un engaño”, para no caer “al abismo de una nación sin destino creativo, sumergida en la insalubre globalización”.
La de Horacio González es una de las mejores descripciones de la crisis kirchnerista.