La política es una pasión y un ejercicio de especulación. No sólo es pasional porque aumenta los decibeles en las discusiones ni por sus arrebatos de tribuna. Lo es porque hay liderazgo y fieles, y la adhesión o el rechazo hacia una política no es sólo racional sino personal. Elegimos a un jefe porque lo admiramos o al menos confiamos en él, y detestamos a otros más allá de lo que digan o piensen.
La irracionalidad es normal en las adhesiones políticas y en nuestro medio se la llama “sentimiento”. En cuanto especulación, la política es el coto de los intelectuales. Conviene que nos detengamos un momento en este punto. ¿Por qué las denuncias sobre el enriquecimiento ilícito de los Kirchner, sobre el tráfico de influencias, las cajas negras, la extorsión a los medios de comunicación no aliados, el premio en dinero a los medios adictos, la presión a intendentes y gobernadores por la manipulación de las leyes de coparticipación, la indiferencia al reciente voto popular y su apuro por meter leyes en un Congreso con fecha de vencimiento, por qué a los intelectuales kirchneristas nada de esto les importa?
¿Por qué llaman a esta preocupación un síndrome liberal y un honestismo de pacatos propio de la gorilada? No es por cinismo, digamos que no es sólo por cinismo y sueldos, sino por lo que en filosofía se llama “la astucia de la razón”.
Son kirchneristas por una sobredosis de racionalismo y un uso de la dialéctica marxista adquirida en la subasta que se hace de sus fragmentos y reliquias en el mercado global. Su versión canónica sostiene que lo que verdaderamente importa es la marcha de la historia, y ésta no es otra cosa que la historia de la lucha de los pueblos por su libertad frente al poder del imperio.
La razón de la historia es un deus ex machina que usa a sus personajes para realizar sus designios. La obtención de los logros hasta la victoria final necesita de personajes que aún siendo burgueses, corruptos, mal o bienintencionados, mientras piloteen el barco hacia la lucha popular, si se convierten en portavoces de los pobres contra los ricos, poco importa si compran tierras a cero pesos y las revenden a mil, o si emiten bonos cuyo dinero se evapora, si mienten a diestra y siniestra, o si roban. Todo tiene sentido desde el punto de vista de los fines.
La moral republicana es considerada ahistórica y reaccionaria porque se enfrenta a los vientos de la historia. Da la sensación de que volvemos a los tiempos en que Sartre y Camus disputaban sobre la historia y la moral, los fines y los medios, las manos sucias y el compromiso de los intelectuales. Para el primero en un mundo en guerra lo que importa es la victoria. Para el otro, una victoria pírrica en lo moral desnaturaliza el propósito y pierde sus metas.
¿Pero qué ocurre si la historia en lugar de ser una carta abierta con su contenido teleológico escrito con mayúscula, no es sino un sobre cerrado con una sorpresa y media? ¿Otra derrota popular más? ¿Otra juventud maravillosa menos?
¿Qué sucedería si, por ejemplo, el fútbol gratis que disfrutamos en este momento se revende en poco tiempo a nuevos canales privados o a poderosas telefónicas, a un precio convenido entre partes y comisiones jugosas para sus negociadores? ¿Si los aportes jubilatorios al fin recuperados por el Estado se esfuman una vez más en aras de otros propósitos y vuelven las infinitas colas de los jubilados para cobrar miserias? ¿Si el logrado 82% móvil de los docentes universitarios una vez jubilados sólo serán pagados si sobra un dinero que nunca sobra, y de no ser así una vez más se cobrará lo de siempre hasta que una nueva Corte Suprema se expida sin consecuencias?
¿Qué pasará si de seguir esta política patriótica que anula contratos y maldice a los ricos del campo, los ricos de los monopolios mediáticos, los ricos de Techint y tantos otros ricos del mundo de los malditos “negocios” ajenos a los que trafica cada día el poder, qué consecuencias tendrá si se acelera gracias a este coraje la impresionante fuga de capitales, y el país vaciado de dinero y convertido en espantapájaros de los inversores fabrica cada vez más deuda, más pobres, más atraso y más marginación?
¿No será otro triunfo de la razón cada día más astuta que confirma que el mundo es un infierno de injusticia a la espera de un nuevo redentor?
Futbol gratis, ley de radiodifusión antimonopólica, jubilaciones con la garantía del Dios Estado, distribucion de riquezas con apriete agrario, todos son signos de liberación aunque con patacones a la vista e incendio en las provincias.
Nada importa, en un cambalache hay de todo. Lo que sí importa es la historia que es siempre la misma. Lilita Carrió podrá multiplicar sus denuncias y encontrar nuevos mafiosos cada semana y el periodismo opositor extremar el aire de sus pulmones para continuar sus filípicas moralizadoras sin resultado, no entienden que más vale un corrupto que sople a favor del viento liberador que un honesto de derecha.
¿Pero por qué creerles a los Kirchner si firmaron extensiones de contratos con Clarín con el mismo desparpajo con el que los rompen? ¿Que lo quisieron desbancar a Grondona con el mismo ímpetu que lo hacen socio? ¿Que fueron de la mano de Techint por el mundo con la misma mano con la que lo sueltan cuando no hay vaya uno a saber qué arreglo? ¿Que auspician la siembra de soja por todo el campo y retienen sus dineros para luego decir que a más soja hay menos hospitales para los pobres? ¿Que llama a dialogar para decir que no es lo mismo que conceder con lo que nada se entiende de lo que es una negociación?
El eslogan oficial bautiza su modelo como el de desarrollo económico con inclusión social. Los datos de hoy dan exclusión social y estancamiento económico. El proyecto de la Presidenta era mejorar la calidad institucional. El manoseo de las instituciones ya es un espectáculo público. La idea de la democracia naciente de la Argentina de 1984 era la unión entre adversarios en pos de la república, el diálogo y la lucha contra todas las tendencias autoritarias. El estilo de este gobierno es el chavismo rioplatense, la confrontación entre sectores, azuzar fantasmas del pasado, malversar la historia para generar odios entre argentinos, eternizar a un grupo en el poder. ¿Para qué se hizo la democracia del 84? ¿Para esto? ¿Para olvidar que se juzgó a Massera en cuerpo y vida cuando el Ejército aún tenía poder y hacer creer que todo comenzó descolgando un cuadro frente a fuerzas militares desarmadas?
La astucia de la razón era una garantía para el optimismo del siglo XIX. Hoy en la era de la seguridad, la incertidumbre es la regla. Hasta la astucia puede ser miope. Y los vientos de la historia de aquella dialéctica emancipadora pueden ser otra máscara con la que juegan esas energías divinas griegas, las Moiras, las salvaguardas del Destino, el de siempre, el que se lleva a las repúblicas perdidas.
*Filósofo (www.tomasabraham.com.ar).