–Excelencia: el ministro deTrabajo nos informa que los trabajadores de Libertonia exigen jornadas más cortas.
–De acuerdo. Redúzcales la hora del almuerzo a veinte minutos. Y ahora, señores, hay que buscar al nuevo ministro de Hacienda.
–¡Pero si usted mismo nombró uno la semana pasada…!
–Exactamente a ése me refiero.
Groucho Marx en el papel del delirante dictador Rufus Firefly, en “Sopa de ganso” (1933).
De pronto, en un segundo, sucede. Un hecho fortuito, algo menor a simple vista que, sin embargo, provoca una insólita cadena de desgracias. Recuerdo una noticia que, en una noche de 1988, edité en Clarín, donde trabajaba. Era increíble. Un perro había caído de uno de los balcones más altos de un edificio en Caballito y mató a una mujer de 75 años que caminaba por la vereda. Los vecinos, desesperados, corrieron a su lado. Gritos, pedidos de auxilio. Una mujer que cruzó la calle sin mirar fue atropellada por un auto, cuyo conductor también se distrajo con el accidente. Y un hombre, testigo de ambas muertes, sufrió un ataque cardíaco: falleció, camino al hospital. Todo sucedió en un instante. La crónica la escribió el Turco Sdrech y tuve que hacer malabares para titular sin que pareciera un chiste de mal gusto. Hice lo que pude, que no fue mucho. “Un perro cayó de un balcón en Caballito y provocó tres muertes”, decía, o algo así. Absurdo. Pero cierto.
Bien. Parece que en la semana, otro perro cayó de un balcón, en La Paternal, y provocó un nuevo desastre. Argentinos Juniors vivió una suerte de suicidio en masa como que ordenó el reverendo Jim Jones en Guyana, en 1978. Todos desafinamos, sí. Pero cantar algo sin pegar ni una sola nota es tan difícil como tener afinación perfecta. Hicieron todo mal, y con pasión.
Luis Segura podía pasar a la historia como uno de los mejores presidentes de la vieja “Asociación Atlética”, fundada en 1904 por un grupo de entusiastas socialistas. Asumió en 2002. Al año siguiente reinauguró el estadio clausurado desde 1983; en 2004 ascendió a Primera y en 2010, con Borghi, fue campeón. Pero, de pronto, todo se derrumbó. De jugar la Libertadores en 2011 y la Sudamericana en 2012, a esta decadencia que da vergüenza ajena. Demasiados años en el poder son un veneno. No todos son Grondona.
En enero nadie tenía a Argentinos en su lista de candidatos al descenso. Lo que sí llamó la atención fue la manera en que se deshicieron de Oberman y Sabia, los dos últimos titulares del equipo campeón. Sobre todo porque a ese plantel, armado por Astrada, no le sobraba nada. Schurrer, su reemplazante, sumó un punto en siete partidos y fue eyectado. Antes, se fue Peñalba –a Tigre–, y entre derrota y derrota, Laba –al Toronto de Canadá que juega en la Major League– y Leo Nuñez, que huyó a Malasia. El equipo se veía cada vez más frágil. Pese a que la ventaja sobre Independiente parecía indescontable, se prendieron las luces de alarma.
Los dirigentes optaron por el realismo mágico. Llamaron a Caruso Lombardi, pese a la oposición de Segura, que había tenido una relación conflictiva con él durante su paso anterior por el club, en 2007. Todos se relajaron, incluida la prensa. Llegaba un experto, un cheque al portador. Pero la situación, lejos de mejorar, empeoró. Trece puntos los separaban de Independiente hace un mes y medio. Cinco derrotas consecutivas lo dejaron a tres. Y lo peor: el equipo parece incapaz de ganar un partido.
Entonces, estalló el escándalo con los referentes del plantel. Un clásico que Caruso –un piloto de tormentas que no sabe navegar en aguas calmas– suele protagonizar en sus segundas etapas, luego de superada la crisis que propicia su llegada. Los tiempos se aceleraron. El paciente hizo un paro en medio de la operación y en lugar de buscar la manera de salvarlo, alguien decidió echar a los médicos más experimentados y seguir con chicos recién recibidos. Quién lo haya hecho, enloqueció.
El técnico dice que fueron los dirigentes; los dirigentes, que fue el técnico. Y nadie le cree al Caruso, obvio. Ver a Placente hablando por televisión despertó uno de sus habituales ataques de furia. Lo llamó marica, falso, chivero, mala leche. Too much. No parecía fingida su angustia: hay que ser muy buen actor para lograr algo así. Tampoco parece ser ésa la mejor publicidad para su restaurante, donde es socio de Husaín, enemigo de Caruso desde su paso por Newell’s, en 2008. El otro, Schiavi, está lejos, en China.
Brindisi –jugador enorme, técnico eficiente, hombre sereno– también puso a chicos en lugar de jugadores con nombre que no le rindieron. Pero los sostuvo con una base de veteranos de mil batallas: Tula, Morel, Montenegro, Vargas. Y funcionó. No tiene caso comparar sus rendimientos con los de los borrados Garcé, Matellán y Placente, y el marginado Leandro Caruso. No importa si no la tocaban. Un hincha puede tirar una dentadura postiza a la cancha y salir en los medios, chocho, como el Tano Pasman. Los dirigentes deberían ser más serios. Y usar la cabeza, si les funciona.
¿Existen los milagros en el fútbol? No. La lógica indica que, sumergido en ese caos, lo de Argentinos es irremontable. Pero sí existe un costado irracional. Lo súbito, el azar, un mal pique que cambia la historia. Todavía falta. Nada está escrito todavía.
Parte de lo que provoca el touch Caruso –el inevitable conflicto– ya sucedió, sólo que a destiempo. Víctima de su propio descontrol, tiene pocas chances y él lo sabe. Una de ellas, tal vez, sea aprovechar esta sensación general de cosa juzgada, de tragedia inexorable, para trabajar anímicamente con el grupo y, sin más que perder, por fin liberados, intentar la sorpresa. ¿Es posible? Sí, con voluntad, coraje, desprejuicio y un conductor sólido, convencido y sobre todo, equilibrado.
Mmm… Y es en ese punto donde la cosa vuelve a complicarse, fatalmente.