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siguen diciendo que donde falta dialogo, es en olivos

CFK tiene pena, como Malena

El bandoneón nació en Alemania y (¡qué curioso!) entró al país por Santa Cruz. Pero no por la provincia de nuestro matrimonio en jefe, que en 1871 no existía, sino gracias a que Juan Santa Cruz.

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El bandoneón nació en Alemania y (¡qué curioso!) entró al país por Santa Cruz. Pero no por la provincia de nuestro matrimonio en jefe, que en 1871 no existía, sino gracias a que Juan Santa Cruz, un soldado del general Bartolomé Mitre pasado de morocho que venía victorioso pero no tanto de la guerra de la Triple Alianza, se lo pidió a un marinero pasado de rubio y anclao en el Riachuelo, quien aceptó cambiárselo por algunas prendas y vituallas militares. El bandoneón entró al país, entonces, por la gran puerta de la miseria y (¡qué curioso!) mientras a paso veloz se extendía una epidemia. No. ¡Ma’ que gripe H1N1 ni qué ocho cuartos! La fiebre amarilla (esa sí que era brava) se cobró trece mil muertos, mientras el bandoneón encaraba su destino de fueye y los ricachones se alejaban del virus “exiliándose” en el norte porteño, que hasta nuestros días sigue apartado del más pobre sur... paredón y después.

El martes 21, llevada por los aún sinuosos vientos del diálogo, Cristina estiró asombrada el bandoneoncito que le regaló Mauricio Macri, supuesto representante de aquel norte pasado de rubio, aunque, el 28 de junio, un socio suyo pasado de colorado le arrebató unos cuantos votos a los Kirchner en esos arrabales amargos pasados de morochos. De golpe y porrazo, Macri dejó de ser el “vagoneta” varias veces descripto por Aníbal Fernández (que estaba ahí, en la mesa, igual que Florencio Randazzo) para convertirse en el señor jefe de Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Hablaron como Dios manda y quedaron en volver a verse en un mes, para tocar temas ríspidos y sistemáticamente esquivados como la Policía o la Educación, ya que “todos queremos que el país salga adelante”. Faltó que, instrumento en falda, la Señora le cantara: “Yo me burlé de vos porque no te entendí (...) Igual que vos soñé, igual que vos viví, sin alcanzar mi ambición”, como en Alma de bandoneón, de Discépolo y Amadori. No hubo lacerantes autocríticas ni críticas disparatadas a tono de campaña. “Es un paso adelante. Es bueno que se cambien las metodologías”, agradecieron los macristas presentes en el encuentro. Más bien como en Fueye, de Charlo y Manzi: “No hay que perder la cabeza. No andés goteando amarguras. ¡Vamos! ¡Hay que saber olvidar!”.

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A esa misma hora, en Olivos, un atribulado Néstor compartía unos wiskachos con su achicado entorno más íntimo. No es que el hombre esté precisamente “embalao en la locura del alcohol y la amargura”, como en Che, bandoneón, de Troilo y el mismo Manzi. Tampoco es para tanto. Pero que no atraviesa por su mejor momento, eso nadie lo pone en duda. Está bastante ciclotímico. Pasa del chiste al grito en cuestión de segundos. “El alma está en orsai”, en fin. Justo cuando se terminaba una ronda y creía entusiasmarse con un relanzamiento del kirchnerismo desde el centro-izquierda rodeado de piqueteros e intelectuales, lo llamó por teléfono Daniel Scioli. Quedaron en charlar al día siguiente. Se la vio venir. Pónganse un instante en el lugar de Kirchner. Ahora entra cualquiera y le dice que mejor se quede un tiempito al margen, para garantizar la gobernabilidad y evitar que Carlos Reutemann se quede con todo. Néstor, que jamás antes había perdido una elección, de pronto debe asumirse como un irritante piantavotos cuyo futuro se ata, en el mejor de los casos, a los jueguitos estratégicos de un ex motonauta y un ex piloto de Fórmula 1 que llegaron a la política como paracaidistas cuando él ya había sido intendente y gobernador. “¡Qué v’achaché”, diría Discepolín.

Si las cosas son tal cual las cuentan, a Cristina le debe estar costando un Perú volver a casa. Cada vez que ella dice “vos dejame a mí” o “la responsabilidad la tengo yo”, él sentirá que lo mandan a lavar los platos. O, por lo menos, que es quien debe pagar los platos rotos. Hay peleas, aseguran. Tensión permanente, afirman. Camas separadas, exageran. Cristina, como Malena, “tiene pena de bandoneón”, digamos por decir.

Le están pasando cosas raras, también. El miércoles le tocó recibir al santafesino Hermes Binner, un viejo conocido de la Casa Rosada en su condición de ex aliado. Para no ser menos que el empresario Macri, el moderado Binner le regaló un libro: Las maestras de Sarmiento, del historiador Julio Crespo.

—Gracias, pese a que muy sarmientina no soy –le dijo, entre sonrisas, obligada circunstancialmente a tragarse peores sapos.

El diálogo está en marcha. Tal vez resulte si, como en el tango del gran Homero, todos “se apiadan del dolor de los demás”.