Hoy se me antoja evidente que trabajamos de trabajadores el 1º de mayo, trabajamos el doble cuando hay paro, trabajamos en casa cuando no hay transporte para ir al trabajo.
Nos parece que en el trabajo están las claves de toda dominación, organización y sumisión, y sin embargo pedimos trabajar y no sosiego y decidimos llamar trabajo incluso a lo que hacemos, que es hermoso y creativo e inevitable.
Paso a visitar a Marcos López y está como siempre, a horcajadas entre la angustia y el éxtasis. Planea darse un premio falso en Santa Fe y quiere que yo lo cubra en la pantomima. Analizo la estética y la ética de la propuesta y juzgo que el falso Brigadier es idéntico al verdadero y con mejores motivos. ¡Trabajemos en eso! Me llevo en adopción uno de sus trabajos, una foto que me hizo y que considero obra maestra: visto un pijama rosa bebé y lleno un balde a manguerazos, estoy inclinado en unos 80 grados imposibles para el humano, lo cual me da algo de grandeza, y detrás tengo un cuadro de Hockney plagiado sobre un empapelado de rosas que López hizo poner a un trabajador, a un albañil. El cuadro de Hockney (el original) es la pintura de autor vivo que mejor cotizó mientras nosotros respiramos.
Me llevo la foto enorme en la llovizna. Le prometo que se la devuelvo cuando la necesite para exhibir. No tengo pared suficiente para tantas dimensiones. Entraría en el dormitorio, pero no quiero dormirme viendo una foto mía. Tengo que mejorar el living para hacerlo digno de este trabajo. Voy a trabajar. Voy a tirar un sillón viejo y a pedirle a un tapicero que retapice otro, arañado de gatas. Tengo que trabajar para poder exhibir este trabajo de López, que es un lujo.
El trabajo, mucho más que la pereza, es bello y contagioso. No sé si mejora al mundo. Se nos juzgará en alguna otra época. En un revés foucaultiano, soy mi propia reja y trabajo en esta columna el 1º de mayo, cuando solo el presidente descansa. Feliz día a los explotados y a los autoexplotados: tengámonos compasión.