Tratar de entender el mundo contemporáneo, formando parte de la vorágine del mismo, no es tarea fácil. Los pronósticos parecen embustes. La posverdad tiñe todo de demagogia. La inteligencia artificial es uno de los mejores inventos para confundirnos, al tiempo que su utilidad es exponencial. A veces uno quisiera trasladarse en el tiempo, adquirir alguna perspectiva, leer sin cronología, pasar de los griegos a Schopenhauer, de Spinoza a Barthes. Gozar de textos asentados, sin el apuro de dictaminar.
La lectura de ensayos actuales tienden a promover nuevas categorías, como si la necesidad de diagnosticar apaciguara lo incomprensible. Me cuesta leerlos, tan pegada a los cambios. Queda siempre la duda: ¿la palabra determina los hechos o viene después, para significarlos?
Estos dilemas acerca de la teorización surgen de lo más cotidiano: la convivencia con los animales. Me cuesta aceptar la cantidad de veces que digo “bebé” durante el día cuando estoy por alimentar a la manada (gato y perros: Polenta, Quijote y Sancha, si los humanizo, no puedo dejar de nombrarlos). El parentesco se establece con el entorno de una manera espontánea, incluso con una planta repentinamente mustia. El amor humano es extraño. Ambiguo, multiforme, la necesidad de colmar vuelve amable todo lo que se ofrezca. Por supuesto después despotrico contra lo que yo misma hago. Lo mismo sucede con las disquisiciones alimenticias. Tantas veces intenté racionalmente abandonar la carne y mis sentidos se opusieron. Comer o criar, ¿esa es la cuestión? Un vecino isleño me la hizo fácil: cotidianamente cuida a una familia de carpinchos que ronda por su casa y de vez en cuando sale a cazar, en zonas más salvajes, para prepararle a su propia familia unas ricas milanesas. Lo escuché en la lancha después de que mi hija intentara explicarme el concepto de interespecie de la filósofa Donna J. Haraway, leyéndome un párrafo del libro Seguir con el problema: “Contar historias con bichos, históricamente situados, está plagado de los riesgos y de las alegrías de componer una cosmopolítica más vivible.” Y acotó: ves, mamá, para algo sirven las categorías, la historia de la humanidad ya no es de la humanidad sola.
Parece no quedar otra que reinventar el mundo.