En esta ciudad todos los alimentos que se venden se presentan como orgánicos. Ya no se trata de una etiqueta que distingue un tipo de productos de la oferta general sino de una garantía para el consumidor de que lo que ha de comer no está envenenado. Hasta tal punto se ha masificado este certificado de calidad que si uno quiere comprar huevos que no sean orgánicos siente que puede intoxicarse. Lo curioso es que este cuidado por la salud de los habitantes se da en una megalópolis que parece estar edificada sobre una gran sartén de aceite crepitante y viejo. Nada hay que no humee a fritanga y casi todo lo que se come es grasa frita. Un desayuno americano consta de panceta, aceitosas rodajas de papa, huevos, chorizo, todos fritos, acompañados por una tinta aguada con el nombre de café. Los domingos, avenidas como la 8ª se hacen peatonales, y a lo largo de unas veinte cuadras se extienden puestos de comida étnica, o sea tacos, arepas, falafel, choclo asado, chorizos, que convierten la atmósfera en un sauna oloroso endulzado por el ketchup de las hamburgueserías. Ciudad orgánica bañada en grasa y melaza.
La primera impresión que me llevo es que aquí me siento en casa, en mi sitio. Los interrogantes acerca de la identidad que tanto inquietan y atraen en nuestro medio nacional y cultural se ven aquí resueltos a mi favor. Soy judío y latino, dos mayorías neoyorquinas, nada de minorías, dos comunidades masivas que imponen su idioma, comida y costumbres. Acá alguien como yo saca patente de elegancia y arraigo. Para un transhumante, errante y nómade que vive en una sociedad agropecuaria tinellizada con matrimonio igualitario, estar acá, en la tierra de Woody Allen, al son de la salsa y el merengue con kniches de papa, es la vuelta al hogar que no se tuvo.
El presidente de la Nación es Barack Hussein Obama, un mulato más negro que blanco, que tiene la simpatía de gente que usa remeras estampadas con su rostro y la palabra “Hope”, y el odio de muchos que se hacen oír cada vez con más energía. Hay elecciones para renovar las cámaras en el mes de noviembre. La cadena Fox –multimedio de un enorme poder– propala sin tregua mensajes amenazadores sobre el presidente, lo presenta como un peligro para la nación, y recuerda que en caso de que las cosas sigan así la Constitución garantiza la vigencia de la Segunda Enmienda, la que autoriza por ley el uso de armas para salvar la vida y el sueño americano.
Nadie quiere despertar de este sueño, y menos los guardianes de su relato. Obama encantó a los norteamericanos por el modo en que hablaba, miraba y se plantaba frente a la gente. Recordaba las fuentes liberales de la nación, los derechos del ciudadano, el encanto de la tierra promisoria, el futuro como tiempo abierto y universal. Hoy ya se han acostumbrado a su porte y el enamoramiento se ha disipado. Ahora quieren política, es decir, el sabido “es la economía, estúpido”, y, en ese sentido, la cosa no camina, apenas se sostiene.
Pero lo que más sorprende al visitante, y no sólo al huésped sino a los locales también, es la arremetida de un sector del Partido Republicano que está ganando elecciones primarias y se presenta con posibilidades de conquistar escaños en las próximas elecciones legislativas generando así un cambio en la relación de fuerzas del Congreso. Esta fracción está conformada por los miembros del Tea Party, cuya jefa es la ex candidata a la vicepresidencia Sara Palin. Son parte de una nueva generación de republicanos que se presentan como jóvenes rebeldes críticos de los dinosaurios que han llevado al partido a las últimas derrotas. Se dicen enemigos de Wall Street, responsabilizan a Bush Jr. por no haber respetado la tradicional austeridad republicana con el dispendio sin límite de recursos fiscales, e invitan a sus compatriotas a renovar el personal político si no se quiere correr el riesgo de hundir para siempre a la nación. Aseguran con firmeza que ya no hay tiempo, que la señal está dada desde el momento en que se ha infiltrado en la Casa Blanca un peligroso alien que tiene la misión de convertir el sueño americano en una pesadilla.
Para poner las cosas en su lugar la revista especializada en finanzas Forbes, en su último número tiene en la tapa una foto de Obama, rodeado por palabras mayúsculas “COMO PIENSA”, y en un copete: “Las raíces del gran problema de Obama con los grandes negocios”, se trata del anuncio del artículo central de Dinesh D’ Souza, presidente del King’s College de Nueva York, autor de un libro por salir: Las raíces de la rabia (rage) de Obama.
El autor afirma que el peligro de Obama no radica en su política fiscal que se pretende progresiva en un país en el que el 1% de la población se hace cargo del 40% de los impuestos, y que si se amplía el espectro a 10% de la población se llega al 70% de la recaudación total. Se hace eco de lo que otros periodistas dicen con sorna: que el presidente quiere que el ciudadano común le pague a los hippies viejos del baby boom la droga que necesitan. Entre paréntesis podemos calcular que en caso de que estos datos sean ciertos, la concentración de la riqueza en las últimas décadas en los EE.UU. es de tal magnitud que un par de cientos de hipermillonarios, después de pagar al fisco la mitad de sus rentas, se quedan de todos modos con riquezas gigantes frente a decenas de millones de pobres e indigentes.
La sombra que se yergue sobre el país, nos advierte, proviene de algo mucho más grave. D’ Souza, de origen hindú, dice que la universalidad con la que el actual presidente encantó a todos, el “color blind ideal”, el ideal incoloro de las relaciones entre seres humanos, parecería acercarlo a la prédica de Luther King, pero se trata de un espejismo, el verdadero maestro de Obama es su padre, tal como lo cuenta en su libro Los sueños de mi padre.
Este padre nacido en Kenya de la tribu Luo, era polígamo, tuvo en el curso de su vida cuatro esposas y ocho hijos (no sabemos si las tuvo al mismo tiempo o de acuerdo a la moda de las parejas aficionadas a casarse en Las Vegas). Uno de sus hijos, Mark, lo acusó de abusar y golpear a su madre. Era bebedor, mató con su coche a un hombre y le hizo amputar las piernas a otro. En 1982 se llevó un árbol por delante en Nairobi matándose finalmente.
Pero lo peor, nos advierte el académico, fueron sus ideas, porque éstas han sido las que contaminaron el alma de su hijo. Fue un luchador por la causa del anticolonialismo. Se inspiró en textos de Franz Fanon como Los condenados de la tierra. Sembró en su heredero el odio a los blancos explotadores, a la prosperidad de los ricos, y a la grandeza de Europa y de los EE.UU. No por casualidad, dice el articulista, Barack estudió con Edward Said, autor de Cultura e imperialismo. Puede parecer increíble que hoy –afirma alarmado– un hombre así esté ocupando la Casa Blanca, un socialista que tiene la idea de que el Estado debe apoderarse de los resortes de la economía a la vez que solidario de los musulmanes que luchan contra el imperio norteamericano. Un hombre que propone a sus hermanos de religión ser partícipes de la carrera espacial y corona su sueño con la edificación de una mezquita en el cráter de las Torres Gemelas, en donde fueron asesinados miles de norteamericanos. Es el realizador de los sueños de su progenitor, el hombre de una tribu africana. D’ Souza concluye que el presidente está poseído por el espíritu de su padre como si fuera un Hamlet islamista y siniestro. Hoy, remata la nota, los EE.UU. de América están gobernados por un fantasma.
*Filósofo (www.tomasabraham.com.ar). Desde Nueva York.