Adoro las antologías improbables, tan improbables que son absolutamente irrealizables. Amo las reuniones insólitas, los ciclos disparatados. Por ejemplo, quisiera ver un ciclo de películas que contengan largas escenas en trenes; y otro que se desarrollen enteramente en submarinos (amo las películas de submarinos, la claustrofobia a veinticuatro fotogramas por segundo). También me gustaría recopilar escenas en donde alguien ordeña una vaca.
Un momento cumbre del ordeñe de vacas tuvo lugar en 1985, cuando Harrison Ford, en Testigo en peligro, es obligado, en medio de la comunidad amish de Pensilvania en la que está oculto, a “pagar”, en sentido figurado, y por eso las comillas, su protección con trabajo. Y el trabajo implica, entre otras cosas, levantarse temprano y ordeñar una vaca. En la película de Peter Weir, Harrison Ford encarna a un policía de Filadelfia, y como cualquier policía de cualquier rincón del planeta no sabe mucho acerca de cómo ordeñar una vaca (pero sí de carpintería). El viejo Jan Rubes oficia en esa escena de maestro, y Harrison Ford de aprendiz. Luego de darle las indiciaciones pertinentes y ver la torpeza con que Ford intenta ordeñar, Rubes, irritado, le pregunta: “¿Nunca agarraste una teta?”, a lo que Ford responde: “Sí, pero no una tan grande...”
Sin duda esa escena es el corolario de una corta serie de ordeñes que comenzaron en algún momento. Creo que los hermanos Lumière, los primeros documentalistas de la historia, no filmaron ningún ordeñe. Hubiese sido maravilloso. Pero recuerdo dos, íntimamente emparentados, pero emparentados como solo pueden estarlo aquellas cosas que no tienen nada en común.
El primero tuvo lugar en 1915, en The Tramp. Chaplin encuentra a la chica de sus sueños (Edna Purviance) y comienza a trabajar en la granja de su padre. Y en la granja debe, como era de esperar, ordeñar una vaca. Chaplin sabe tanto de los trabajos de granja como un policía de Filadelfia, y para congraciarse con Edna se ofrece para ordeñar una vaca. La escena es difícil de transcribir, pero voy a intentarlo. Chaplin toma un balde y se encamina en busca de una vaca a la que ordeñar. En primer lugar se acerca a una, pero descubre que se trata de un toro, y un poco avergonzado por la confusión continúa la búsqueda. Cuando encuentra la vaca deseada la saluda quitándose el sombrero. Es un gesto breve, automático, auténtico, idéntico al que una persona educada haría frente a una mujer cualquiera. Luego ubica el balde bajo la ubre, y allí empiezan a pasar cosas raras. Por ejemplo, alienta a la vaca con palmaditas en el lomo y se detiene a escuchar si la leche fluye. Al ver que eso no ocurre parece hablarle, diciéndole algo que podría ser: “Cuando usted quiera...” Chaplin sigue dándole palmaditas, esta vez nerviosas, y como no sucede nada decide tomarle la cola y accionarla como si fuera la palanca de una bomba de agua manual. Pero nada. Finalmente encuentra un balde con un poco de leche y vuelve con él, haciéndole creer a Edna que es el fruto de su trabajo.
La otra escena pertenece a Go West, de Buster Keaton, filmada en 1925. Keaton hace algo similar, impensable sin el antecedente de Chaplin. Pero hace algo diferente: se limita a depositar el balde bajo la ubre y se sienta a esperar. Y al ver que nada ocurre, su gesto adquiere la fuerza de un terremoto: toma el balde y se lo muestra a la vaca, como si quiera que tomara conciencia de que a este paso las cosas no irían a ningún lado.
No sé si Harol Bloom habló de eso en La angustia de las influencias, pero hubiese debido.