Un estudio reciente de la Brookings Institution reveló que durante la recesión de 2008-2010, en los Estados Unidos, por cada punto que aumentó el desempleo cayó 14% la tasa de accidentes automovilísticos fatales. Es decir que cada punto de desocupación norteamericana salvó la vida a cinco mil estadounidenses. Publicado en el Journal of Risk and Uncertainty, por los investigadores Clifford Winston y Vikram Maheshri, en él se reseñan varias hipótesis: la más firme es que en períodos recesivos hay más “conductores seguros” en las rutas, por varios factores. Lejos de proponer un parate económico para frenar la escalada de eventos automovilísticos fatales, los investigadores apuntan a que la solución al problema podría venir por el desarrollo de sistemas de navegación en los coches o incluso en los autos sin conductor, que concentran inversiones de Google y de algunas automotrices.
Con todo, recordé este debate al escuchar la semana pasada cómo repiqueteaba el argumento de Cambiemos de que “tenemos que pagar la energía que consumimos”. Como un mantra, en oposición a la realidad de la década de la energía regalada. Pero sin dejar de ser cierto, en un contexto de necesidad de cierto cambio cultural que deja en el medio hechos trizas muchos bolsillos, como único criterio el argumento del costo deja mucho que desear. Sobre todo en un mundo donde el Estado tiene al menos algo que decir. Y en que los pobres son la materia digna de cuidar por el Gobierno, como Macri, Vidal y muchos funcionarios proclamaron en el inicio de la gestión. Entonces, como principal argumento, el hecho de tener que pagar se parece a la supuesta obviedad que sugiere que para que haya menos muertes en las rutas vendría fenómeno una recesión. Otro por el estilo es que, si no quiere pagar tanto, consuma menos, que es la expresión que eligió Macri, vituperando el andar en patas y camiseta en casa durante el invierno.
Con mayor tibieza amanece en el discurso oficial la preocupación de base de la carencia del recurso, el “nos estamos quedando sin energía”. Pero el daño en la sensibilidad ya quedó en firme, y de cristalizarlo en medidas se encargó la Corte Suprema de Justicia con su fallo contra las tarifas.
Tomo un argumento que es de perogrullo, pero que Gonzalo Fermo, director de la Maestría de Finanzas de la Universidad Di Tella, plantea en justos términos: a nadie le gusta que le digan que para mejorar la situación del país va a tener que consumir menos o trabajar más. Se trata de la cuestión de los límites.
Del lado del Gobierno existe fuerte presión sobre las cuentas fiscales a partir de las concesiones que debe hacer a la política con el recorte moderado de los subsidios. Pero también con las transferencias a las provincias. Todo con la vista puesta en las elecciones legislativas de 2017, donde Cambiemos pone en juego su necesidad de subsistir. La única salida, entonces, es con el endeudamiento, porque nadie quiere ni puede pedirle sacrificios a la gente en estas condiciones políticas.
En el fondo, como siempre, entendemos las razones, pero somos todos peronistas, no queremos perder las concesiones logradas. Por suerte, en este análisis, Fermo confía en que con una afluencia sostenida de fondos del exterior, inversiones financieras y de cartera volcándose en el país, el repunte de actividad en 2017 está asegurado. Pero que entonces habrá que ver si el país podrá pagar la cuenta del endeudamiento.
El economista Guillermo Calvo realizó hace unos días un llamado de atención sobre la cuestión. En realidad, advirtió acerca del contexto del “easy money”, de la liquidez global imperante. Ya se escribió en esta columna que el Gobierno toma como insumo el hecho de que el costo de capital está en los niveles más bajos de los últimos tiempos para las empresas argentinas, y obviamente para el Estado. Advirtió, en un convocante seminario organizado por Techint, acerca de la escasez de ahorro, del estancamiento económico, de la baja tasa de ahorro interno y de la vulnerabilidad del país a un freno súbito en la actividad global.
También alertó Calvo sobre el descalce del financiamiento externo en divisa respecto de la economía local, como para no dejarse estar en esta supuesta era de vacas gordas y tasas flacas. Recomendó, al mismo tiempo, acudir a los organismos financieros internacionales como la CAF, el BID o el Banco Mundial, capaces, ellos sí, de captar el financiamiento barato que, aunque disponible, el país dudosamente pueda conseguir en gran escala.
Pero, sobre todo, sugirió poner el foco en un aumento de la productividad, el punto débil de América Latina y del país para compararse con el resto del mundo. “Latinoamérica se benefició por el crecimiento y las bajas tasas de interés en el mundo, pero eso ya no volverá”, dijo.
Mientras tanto, en la semana que pasó, cuando todo parecía desmadrado, acuciado por los índices del Indec, que sólo arrojaban malas nuevas, el Gobierno recibió un par de buenas. La primera, el lunes, fue la unificación de las tres CGT, que por el momento emergió sin las medidas de fuerza que algunos de sus socios impulsaban. Un buen trabajo de la dupla Jorge Triaca-Rogelio Frigerio, quienes tienen en sus manos la rosca política y, sobre todo, las maniobras de contención y caja hacia dentro y fuera del Gobierno. La otra, paradójicamente, del arco opuesto, fue el relativo cambio de discurso de los empresarios. Su expresión, el Council of the Americas, que congregó –con alta convocatoria dirigencial– más gestos de tranquilidad que lo que las exposiciones de los funcionarios allí ameritaban. Estaban todos para,en realidad, hacerse el aguante, soportar lo que consideran, todavía, un chubasco, que podrían aprovechar viejos personajes sin nuevas garantías.
Una tregua de sindicatos y empresarios, nada que envidiar a las aspiraciones del General.