Mucha gente no lo sabe, pero en Harvard se habla de Argentina. En general, de una de dos maneras: como ejemplo de políticas públicas equivocadas –el país de la inflación y las estadísticas poco confiables– o como la novedad sudamericana
que se está volviendo prometedora –el país de las energías renovables, de la presidencia del G20, y de una sociedad globalista en tiempos de aislamiento en Occidente–.
Argentina como “ejemplo de lo malo” es típica en clases de macroeconomía. Pero Argentina como novedad que entusiasma es tema de discusión de pasillos y seminarios. Varios profesores, sabiendo que vengo de Buenos Aires, me preguntan intrigados: “Are you guys taking it seriously now?”. Se refieren a si los argentinos superamos la actitud cortoplacista y el espíritu barrabrava que es costumbre de nuestra política. Siempre les respondo con “Yes, of course”.
Que en el exterior vean nuestras ganas de salir adelante y crean en nosotros hace todavía más triste lo que se vivió esta semana frente al Congreso.
Fue una semana en la que los argentinos revivimos preguntas para las que se supone que ya sabemos la respuesta: si aceptamos que en política la violencia organizada sea siempre el Plan B, si queremos un país donde lo público sea la propiedad privada del más fuerte, y si asumimos que la agresión es legítima siempre que caiga del otro lado de la grieta.
Si alguien cree que estas son preguntas que no vamos a poder superar nunca, con la idea de que “esto es lo que somos en Argentina”, tiene que saber que eso es mentira.
Estamos tratando con vicios que todos, especialmente los jóvenes, heredamos de años de un sistema político que legitima la violencia. No tiene que desalentarnos que los síntomas de esos vicios sigan y sigan apareciendo, pero lo que no podemos dejar que nos pase es resignarnos a creer que estos vicios ya son parte permanente de la argentinidad, que son piezas de una cultura y un ADN insuperables.
La cultura es algo que se puede cambiar a conciencia.
Lo que se habla de nuestro país en Harvard es importante porque resalta el hecho de que nadie cree que estemos condenados al fracaso. Al contrario. En estos últimos tiempos nos volvimos para muchos el potencial de la region, que intriga y genera entusiasmo.
Ahora, el mayor desafío que tenemos los argentinos por delante es superar lo peor de nosotros mismos: tenemos que decidir activamente que la violencia no forma parte de lo que significa ser argentinos. Tenemos que transmitírselo a nuestros amigos, a nuestros familiares, a nuestros conocidos.
Cuesta pensar que alcanza con que cada uno tome una postura firme para empezar a cambiar lo que somos. Pero en el exterior creen que estamos decididos a superarnos; tenemos que seguir creyendo nosotros también.
*Profesor asistente de Macroeconomía en la Universidad de Harvard.