COLUMNISTAS
de tunez a egipto

Como una ola de mar

Nomenklaturas opulentas frente a la pobreza extendida. Panarabismo democrático y el islam político. El rol de Estados Unidos: venta de armas para el proceso de paz.

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A fin de cuentas la naturaleza nos abandona, la fortuna cambia y un dios mira las cosas desde lo alto. Marguerite Yourcenar afirma que esas palabras estaban grabadas en el interior del anillo del emperador Adriano. La sentencia es perfectamente aplicable a lo que sucede hoy con la crisis egipcia, situada en un contexto global.

La ola de cambio que progresa en Egipto, Túnez, Marruecos, Jordania, Yemen y Kirguistán, esto es, desde el Magreb –pasando por Oriente Próximo– hasta el Asia Central, obliga a tratar de detectar qué tienen en común cada uno de los procesos nacionales y qué de típico.

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A grandes rasgos, las identidades se concentran en la existencia de poderes gerontoritarios; las nomenklaturas opulentas frente a la pobreza extendida; jóvenes sin trabajo ni esperanza que a través de Internet conocen formas más apetecibles de vida; relevo generacional; panarabismo democrático que reserva un lugar al islam político y deja atrás (aunque no lo elimina) al extremismo islámico; escepticismo frente a las reales posibilidades de intervención benéfica por parte de Estados Unidos y la Unión Europea (UE), cuando no amargos reproches por lo que consideran una insuficiente condena al totalitarismo.

Según Melanie Lidman, del Jerusalem Post, durante el curso de las protestas del domingo 30 de enero en el centro de El Cairo, un hombre pintó una bandera de veinte metros sobre la que podía leerse: “Fuera, Mubarak, sos de los norteamericanos y estás trabajando para ellos”. No se trata del antiimperialismo de los 70, sino de puro y duro escepticismo del siglo XXI respecto de lo que cabe esperar de Estados Unidos, que negocia la salida de Hosni Mubarak.

Tampoco el conflicto árabe-israelí está en el corazón de los nuevos movimientos democráticos, por lo que –por ese lado– la estabilidad regional no muestra flaquezas con consecuencias inmediatas. Cuanto mucho, la sociedad Estados Unidos & Israel y el carácter de aliado norteamericano del presidente egipcio son tomadas por sus compatriotas como un obstáculo para el ansiado cambio. Ahmed, un joven cairota de 26 años, declaró: “Estados Unidos no está sosteniendo la democracia, está sosteniendo a Israel, que es como su niño”.

Bien mirado, el debilitamiento del rol de Washington como ordenador a escala planetaria ha producido la liberación de energías reprimidas que dan lugar a una reorganización brusca de materiales, lo que se parece bastante a la definición científica de “terremoto”. Transición y difusión del poder, según Joseph Nye.

Una versión protocolar de esta anemia fue la primera visita a Washington del presidente chino Hu Jintao durante el gobierno de Barack Obama, cuyos fastos imponentes –en la práctica– supusieron reconocer el auge económico, militar y diplomático de China y su carácter de interlocutor forzoso.

Una mirada más “dura” transita por dilemas como el siguiente: el gobierno demócrata asiste a Egipto por un monto anual superior a los 1.300 millones de dólares. El tercio de esa suma es gastado por Egipto en comprar armas que, por ley, tienen que ser estadounidenses. En el Estado de Maryland se producen tanques, transmisores para lanzadores de misiles y logística para fragatas. Para un presidente cuyo país araña el 10% de desocupación, aumentarla no es la mejor idea proselitista. Para Alemania fue más fácil congelar la exportación de armas.

Dicho lo que antecede, el sismo egipcio no es idéntico a lo que acaeció en Túnez. La “revolución del jazmín” tunecina, que desplazó a Zine el Abidine Ben Alí al costo de 147 muertes (excluidas las que tuvieron lugar en prisiones), según el jefe de la misión del Comisariado de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, Bacre Waly Ndiaye, se construyó sobre la base de una clase media suficientemente amplia y un género femenino incomparablemente más activo que el de cualquier otro país árabe. Mohammed Buazizi, el joven de 26 años –diplomado en Informática y vendedor ocasional de frutas– que se inmoló el 17 de diciembre de 2010 rociándose con nafta (un acto que se repetirá), no era un islamista fanatizado sino un islámico sensible con un discurso religioso de contenido moralista que, como ha escrito el religioso católico residente en Argelia Miguel Larburu, se nutría de denuncias contra la corrupción y los comportamientos económicos mafiosos y reclamaba libertades. No deja de ser una paradoja que en el país que se exhibió como espejo de la democracia jeffersoniana, los Estados Unidos, las libertades públicas y los derechos ciudadanos que reclamó Buazizi no hayan hecho otra cosa que retroceder desde el 11-S.

Párrafo aparte merece el activismo de la juventud tunecina en las redes sociales (blogs, Facebook, Twitter) y el fenómeno de Internet en general. Según una encuesta realizada en enero de 2011 por el Haut Comissariat au Plan (HPC, organismo oficial del Reino de Marruecos, otro país estremecido), el 71,4% de los jóvenes interrogados piensa que en 2030 las fuentes de acceso a la información estarán dominadas por Internet. No se trata únicamente de Internet: para que un pueblo se alce hacen falta autoritarismo, corrupción, desigualdad, desocupación, precios de productos de la canasta básica crecientes y exclusión. Pero si hay autoritarismo durante años, los apéndices de Internet penetran en el hastío y en el enojo del pueblo. Por lo demás, la tecnología no tiene recreo: la compañía Google Inc. desarrolló un programa que permitió continuar enviando mensajes cortos a la aplicación Twitter desde Egipto luego de que el gobierno de Hosni Mubarak anunciara el corte del servicio de móviles e Internet en todo el país.

Mubarak está aislado. Los jefes de Gobierno de España, Francia, Alemania, Reino Unido e Italia emitieron una declaración por la que condenan la violencia e impulsan a Mubarak a comenzar de inmediato un proceso de transición hacia la democracia. Catherine Ashton, jefa de la diplomacia de la UE, lo urgió a llevar ante la Justicia a los responsables de la violencia.

La pregunta no es si se irá sino cuándo, cómo y a qué costo en término de vidas humanas; lógica fluctuante entre el palacio y la calle. Habría que hacerle caso a la antigua sentencia latina: “El abismo invoca al abismo”, lo que viene a querer decir que un desastre convoca a otro.

Para Mubarak, puede serlo el que acaeció en Túnez. En el resto de los países, según sus íntimas dinámicas, el que Mubarak descerraje o no en Egipto.