A finales de abril, el gobierno nacional tendrá la oportunidad de cumplir con una de sus promesas de campaña y plexo de gestión socioeconómica, a saber: los ingresos familiares deben recomponerse y los salarios deberán ganarle a la inflación.
La prueba de fuego será la actualización del salario mínimo vital y móvil, hoy muy postergado, fijado en $ 21.600 mensuales y así ubicado por debajo del valor de una línea de indigencia para un hogar tipo metropolitano, que asciende a $ 25 mil. Un disparate que indigna.
El salario mínimo vital y móvil lleva un lustro de caída vertical, su última actualización de 28% se dio en un año donde la inflación llegó al 36,1% y cuando a fines de este mes la mesa tripartita se siente a debatir su nuevo monto, la inflación superará el 42% anualizado.
Luego, asumiendo la pérdida de 8 pp. del pasado año y la actual proyección anual del 42%, es de esperar un aumento no menor al 50% de su valor para ponerlo en línea con la inflación, más algunos puntos adicionales para cumplir con la promesa de ganar poder adquisitivo por sobre el aumento de precios.
Los salarios volverán a perder con la inflación
Todo indica que no debiera esperarse, si se cumplen las promesas del oficialismo, un salario mínimo vital y móvil por debajo de los $ 32 mil mensuales, lo que supone acceder a un valor equivalente al 50% del costo de la CBT que mide pobreza y está fijada para un hogar metropolitano en $ 60 mil mensuales.
Veremos si el Gobierno cumple y más en un año electoral donde la determinación socioeconómica será la determinante a la hora de definir el voto blando, correspondiente al 30% de los electores que podrían votarlo, pero aún no definieron su voto y lo harán de acuerdo a cómo observe su situación socioeconómica al momento de votar.
En efecto, existe hoy un 30% de lectores aún indecisos allí donde las fronteras ideológicas se tornan líquidas que definirá su voto estrictamente sujeto a la lógica de mejoras socioeconómicas.
Se trata de segmentos medios y medios bajos con ingresos en línea con la canasta de pobreza de su hogar o superiores, pero que no logran duplicarlos que orientará el voto de acuerdo a “como les vaya en la feria” al momento de votar.
Hasta hoy los datos oficiales conocidos son poco favorables para estos sectores que sufren el doble flagelo de aumento del desempleo abierto y caída de ingresos familiares de la mano de la inflación, en especial del aumento de alimentos y bebidas que se ubica por sobre el nivel de aumentos generales.
Estos segmentos medios y medios bajos son estratégicos y representan al 40% de la población ubicada –como se observa en el cuadro– entre el tercer y sexto decil de ingresos, se apropian del 24% del ingreso total mientras que el 10% más rico toma hoy el 32% del ingreso total.
Son sectores muy castigados por la caída en el poder adquisitivo del salario que representa la modalidad dominante de ingresos de su grupo familiar.
Alejados de los salarios por sobre el promedio general de la economía y sin beneficiarse de la trama de subsidios del Gobierno ni su trama clientelar, estos segmentos medios descansan su ingreso básicamente en jubilaciones, pensiones y salario mínimo complementados por changas y son los más refractarios a ingresar en la polarización creciente y habitual que signa el comportamiento electoral en las últimas décadas.
Este fue un bosquejo preliminar que solo intenta aproximar algunas líneas para pensar la próxima coyuntura electoral que definirá las preferencias en las elecciones de medio término, estratégicas para definir el rumbo aún difuso que habrá de tomar el Gobierno hasta enfrentar la presidenciales del año 2023, donde podrá definirse una vez más como en el año 2015, ya no solo un cambio de gobierno sino una alternativa de régimen económico, político y social en el país.
Los próximos tres meses serán decisivos para imaginar la perspectiva electoral que, sujetos al nuevo calendario, se concretará a finales de noviembre de este tan complicado año, el segundo que transitamos en pandemia y por lo que se anticipa, en medio de un nuevo ciclo de crecimiento económico que por ahora no se observa homogéneo para todos los sectores productivos ni (¡ay!) para el conjunto de los “segmentos sociales”, por no decir “clases sociales”, clasificación que sabemos que a ustedes no les gusta, estimados lectores de PERFIL.
*Director de Consultora Equis.
Producción: Silvina Márquez.