COLUMNISTAS
ESTUDIANTES, LOS VERON Y LOS TITULOS INTERNACIONALES

Con el hilo conductor de un estilo

La génesis de esta gloria de Estudiantes empezó a mediados de 2006, cuando regresó Juan Sebastián Verón. En aquel debut del 7 de agosto del 06 con Quilmes, en el estadio Cervecero, tocó dos pelotas en los primeros cinco minutos y dejó bien claro que venía para quedarse con todo. Ahí, en Verón, estaba la base de la pirámide.

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La génesis de esta gloria de Estudiantes empezó a mediados de 2006, cuando regresó Juan Sebastián Verón. En aquel debut del 7 de agosto del 06 con Quilmes, en el estadio Cervecero, tocó dos pelotas en los primeros cinco minutos y dejó bien claro que venía para quedarse con todo. Ahí, en Verón, estaba la base de la pirámide.
Muchas veces se lo criticó porque “participa en las decisiones del club”. La verdad es que no está mal que participe. Verón es quien tiene que estar cómodo. El proyecto futbolístico del club lo tiene como protagonista excluyente. Entonces, ¿cuál sería el beneficio de tener un jugador con el que Verón no esté en buenos términos? Fue él quien llamó y convenció a la Gata Fernández para que se sumara a Estudiantes y no a Independiente. Fue Verón el que dio el visto bueno para que fuera Boselli el delantero a incorporar. Y es Verón el que dio la cara por Estudiantes todos estos años. Tuvo que bancarse que cualquier tarado dijera disparates por el famoso Mundial 2002 (“jugó livianito porque se va a Inglaterra”), tuvo que apretar los dientes y seguir con su carrera.


Todavía tengo fresco el recuerdo del primer partido de la Eliminatoria para Alemania 2006, contra Chile. Verón apareció como titular en la Selección que todavía era de Bielsa. Lo silbaron desde los cuatro costados. Jugó de tal manera, con tanta jerarquía, con tanta paz, que terminó aplaudido. Bielsa lo sacó cuando Argentina ganaba 2-0. Entró Almeyda y salió todo mal. Chile empató 2-2. Ahí se empezó a entender que lo de 2002 en Corea –Japón había sido coyuntural, que Verón era y es un futbolista extraordinario, pero –además–, con un amor propio enorme. Eso quedó claro cuando regó el césped ancho y alto del Mineirão con su sudor y con su físico caminando por el borde de lo posible. Siempre marcó la pauta de la presión sobre los laterales de Cruzeiro; fue él quien encabezó la salida prolija desde el fondo para que el equipo brasileño no lo lastimara como lo hizo en los últimos minutos del partido en La Plata. Verón es el organizador perfecto. Es el tipo con el que el equipo puede contar cuando las cosas se ponen feas y es el futbolista con el que el equipo puede lucirse, si todo va por el carril correcto.

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Pero, por sobre todo, es quien mejor interpreta el linaje de Estudiantes. Cuando terminó el partido en Brasil, Alejandro Sabella –totalmente conmovido– lo definió ante la pregunta de un periodista: “Verón es el jugador más influyente de la historia de Estudiantes”. Fue la más genuina declaración de amor futbolero de un entrenador hacia su futbolista más importante. Esto mismo podría haber dicho Bilardo de Maradona cuando terminó la final con Alemania en el 86 o Pastoriza de Bochini cuando Independiente le ganó a Talleres con 8 jugadores o Bianchi de Palermo cuando el delantero le metió los dos goles al Real Madrid en el 2000. Pero ninguno lo hizo, salvo Sabella.
Obviamente, la frase es discutible. Los héroes de la década del 60 tuvieron influencia decisiva en esto que hoy los diarios llaman “mística copera”. Aunque acá está el puente sanguíneo directo que Juan Ramón Verón le transmitió a su hijo Sebastián. Verón tiene en su sangre, en su cabeza, en sus oídos y en su psiquis toda esa cosa de gloria que su viejo le fue contando a medida que fue creciendo.


Igual, soy de los que piensan que Sebastián es más completo de lo que era su padre. Los puestos son diferentes, pero ante todo lo son las épocas en las que se desempeñaron. Sebastián juega un fútbol más rápido, sin posiciones tan rígidas como el que desarrolaba su padre. Y la otra ventaja que saca La Brujita –como la que le llevaría a cualquier jugador de los 60– es su trayectoria en el exterior. Verón hijo jugó y fue campeón en los clubes más importantes de Europa. Ese paso por el fútbol más exigente del mundo lo curtió, pero sobre todo, le enseño asuntos vitales de la organización con que una institución debe encarar el manejo del del fútbol profesional. Tal vez por eso haya metido la mano en su bolsillo para donar dinero para las inferiores y, tal vez por esto mismo, se esté proyectando como un futuro presidente del club. Que lo será, sin dudas. Aquí sí toma cuerpo aquella definición de Sabella.
Lo extraordinario, lo que lleva a admiración profunda y lo que lo convierte en el mejor del fútbol argentino es que él, junto a un grupo de futbolistas ordenados, orgullosos, corajudos y capaces, hizo de Estudiantes al equipo más destacado del país. Y, desde esa plataforma de rendimiento –de por sí alta– dio el salto de calidad hacia la conquista del continente, esa que tipos como su padre, por ejemplo, ya habían conseguido en otros tiempos.


El hilo conductor entre los Verón es el estilo. Estudiantes siempre fue y será un club serio, que sufrirá altibajos como el resto; que tambiém se equivocará en la elección de un técnico o un jugador.
Pero siempre el objetivo está claro: armar el equipo alrededor de Juan Sebastián Verón e ir a la caza de los títulos internacionales. Para eso, hacen falta muchas cosas. Pero si está Verón, todo se disfruta mucho más.