Nos quedamos, según parece, sin conciertos de Martha Argerich. Por lo menos por ahora (tal vez toque más adelante); por lo menos con los conciertos de acceso libre y gratuito (porque sí tocará en el Teatro Colón). No sabemos del todo bien, para variar, qué fue lo que pasó, cuáles fueron las razones exactas que la llevaron a la cancelación. Todo indica que se encontró arrinconada por una de esas típicas encerronas del binarismo tan al uso en este tiempo, una especie de dicotomía perversa por la cual, si se presentaba a tocar en el Centro Cultural Néstor Kirchner, pasaba automáticamente a ser abanderada de privilegio de la causa nacional y popular, con la letra K estampada para siempre en la frente; si se rehusaba, preferentemente con consternación, se consagraba al instante como una defensora cívica de los valores republicanos avasallados por la prepotencia fascista. ¿Qué hizo Martha? Patear todo para adelante, hasta que escampe. Tocará entretanto en Japón, es decir, lejos de todo, acaso a la espera de que a la Argentina le crezcan alternativas superadoras de estos dualismos tan esquemáticos.
Ya lo vimos en otros casos. A los escritores que viajaron al Salón del Libro de París invitados por el gobierno nacional en 2014, o que participaron del Encuentro Federal de la Palabra en Tecnópolis, se los quiere tomar por indefectibles K; a los que viajaron al Salón del Libro de París invitados por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires en 2011, o a los que participaron de la Feria del Libro en La Rural, se los debería tomar entonces por anti K manifiestos. Con los convocados tanto a uno como a otro evento, porque a uno y a otro cordialmente se los invitó, no se supo bien qué hacer, y ante la duda los declararon acomodaticios y camaleónicos. Que los libros de un autor estén expuestos en una feria y el autor por eso mismo asista, aunque es lo más corriente del mundo, se ha vuelto sumamente complicado. Que Martha Argerich se siente y toque el piano, por lo visto, también.
Hay otra explicación que se ofreció sobre su desistir o su diferir. Y es que no pudo soportar (no pudo o no quiso, yo prefiero pensar que no quiso) la violencia y la agresión que imperan en las redes sociales. Es, en efecto, otro signo de los tiempos; se espera que todos nos acostumbremos a eso, que lo tomemos como reglas del juego. Cualquier cobarde se pone un nombre falso y sale con impunidad a agraviar, a defenestrar, a vituperar, a injuriar; con estricta prescindencia de respeto o de argumentos, impone su salvajismo y, si hay protestas, lo redobla.
Sabemos que hay personalidades que se llevan perfectamente bien con ese tono y con ese estilo. Las vemos a menudo a grito pelado en la televisión, asestando sus pestilencias o recibiendo pestilencias ajenas. Es grato ver que Martha Argerich no aguanta eso. Nos obliga a mejorar, hasta que se siente ante el piano y toque.