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Panorama // Una guerra sin termino

Condiciones de la tregua en Gaza

Tras la resolución del Consejo de Seguridad, con un resultado en la votación de 14 a 0 y la abstención de Estados Unidos –no obstante su apoyo a la totalidad de los reclamos–, todo indica que se aproxima la etapa del cese del fuego en la guerra que enfrenta a Israel con Hamas en Gaza.

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Tras la resolución del Consejo de Seguridad, con un resultado en la votación de 14 a 0 y la abstención de Estados Unidos –no obstante su apoyo a la totalidad de los reclamos–, todo indica que se aproxima la etapa del cese del fuego en la guerra que enfrenta a Israel con Hamas en Gaza.
El rechazo de ambas partes a la resolución del Consejo no modifica el hecho de que, por primera vez en catorce días de combate, el organismo internacional logró un consenso para llamar a “un inmediato, durable y respetado cese de fuego”.
A partir de ese momento, mientras continúan los combates, la cuestión es el contenido del armisticio. Para Israel, el objetivo es una tregua que se mantenga por lo menos dos años, como ha ocurrido con Hezbollah desde el 14 de agosto de 2006, bajo términos que reflejen el debilitamiento de Hamas por los duros golpes infligidos por las fuerzas israelíes, y un cambio de fondo en la balanza de poder entre los antagonistas.
Hamas está dispuesto a detener el lanzamiento de misiles sobre el territorio israelí. Sabe que es un conflicto sin término y que los misiles que no se lanzan hoy se pueden lanzar mañana o el año que viene, y quizá no desde la Franja de Gaza, sino desde Cisjordania, a 5 kilómetros de Tel Aviv.
Para Hamas la prioridad es lograr su reconocimiento o legitimación de facto por Israel, y a través de él, el de la comunidad internacional. La organización islámica despliega una hostilidad existencial contra el Estado hebreo, pero además puja con Al Fatah por el liderazgo y la representación del pueblo palestino. Si Israel legitima a Hamas, hiere –quizás en forma letal– a la Autoridad Nacional Palestina (ANP).
Todo indica que la ofensiva israelí del 27 de diciembre tomó a Hamas por sorpresa; no habría que descartar la posibilidad de que el retiro israelí, en la medida en que implique la legitimación de la organización islámica, sea también una sorpresa –con características de derrota estratégica– para el Estado hebreo.
Es extraño que un conflicto que provocó más de 800 muertos y 2.500 heridos en Gaza –además de la destrucción de sus edificios públicos, mezquitas, estaciones de policía, rutas y la universidad islámica–, signifique para Israel sólo lograr una tregua de no más de dos años, junto a la certidumbre de que Hamas proclamará su “victoria” al no ser destruida.
Parece un objetivo modesto, en relación a la violencia del enfrentamiento, pero no lo es en cuanto a la naturaleza del conflicto. La lucha entre israelíes y palestinos es la puja entre dos pueblos que disputan la misma tierra, sagrada para ambos.
En un sentido estricto, es un conflicto de naturaleza insoluble. Israel ha logrado la paz, formal o de facto, con distintos estados árabes de Oriente Medio, en los que existe un espacio que separa a los contendientes y que actúa como instrumento de contención o absorción (buffer zones). Es el caso del Sinaí con Egipto, los Altos del Golán con Siria y los territorios palestinos con Jordania.
Pero la población de Gaza y Cisjordania está constituida por palestinos, expulsados o que se fugaron de la zona central de Israel en 1948. Por eso, la puja entre israelíes y palestinos, al ser la disputa sobre una misma tierra, está acompañada por la afirmación de que la otra parte no es un pueblo o que, para que se restablezca una situación de justicia, la “entidad sionista” debe ser erradicada de la faz de la tierra.
La idea de que todo problema tiene una solución expresa una ideología occidental –sobre todo norteamericana–, pero no parece responder a las condiciones de Oriente Medio, en lo que se refiere al conflicto entre israelíes y palestinos.
Hamas es una organización fundamentalista, que rechaza –como motivo de fe– la existencia de un Estado judío en tierras islámicas. Pero que sea una agrupación religiosa no impide que tenga una apreciación realista sobre el significado de la disuasión ejercida por la mayor potencia militar de Oriente Medio.
Dos años de tregua es mucho tiempo en un conflicto sin término que se inició hace más de cien años, cuando los primeros colonos sionistas –en su mayor parte socialistas rusos y polacos– crearon una organización armada, Hashomer (“La Guardia”), para enfrentar los ataques árabes a sus granjas y pueblos.
Israel ha tenido cinco guerras convencionales (1948, 1956, 1967, 1973 y 1982) y dos asimétricas (2006 y 2009); y en los intervalos, atentados, revueltas (las llamas intifadas) y duras represalias. La guerra tuvo un origen, pero no tiene un fin. Es una realidad dura de aceptar, pero que, aparentemente, se ha constituido en un rasgo irrenunciable de las identidades nacionales israelí y palestina.