El mismo se lo confesó a sus colaboradores. “¡Por fin una alegría!... Aunque no entiendo una cosa –chicaneó divertido con sus amigotes–, ¿me pueden explicar quién habla por el frente opositor?” Néstor Kirchner se deleitaba al atardecer del jueves frente al interminable plasma de la TV de Olivos: se acercaba el momento de la escandalosa votación de Diputados que avalaría la confiscación de los ahorros jubilatorios privados. Una especie de dramatización de la confusión, las intrigas y la falta de rumbo en las que ha caído la representación política en la Argentina.
Ese día, el virtual jefe del actual gobierno repasaba sus últimas “victorias”. Desde ya, quedarse con un botín de casi 100 mil millones de pesos extra, de manejo discrecional –ni siquiera permitió que sus legisladores aceptaran incluir la reglamentación en la ley–, pero además haber logrado sembrar el terror en el mercado cambiario y, Guillermo Moreno mediante, conseguir que bajara el dólar siete centavos en una tarde. O sea, ante la “inutilidad” del resto de los funcionarios, está él.
Pero hay más. En su próxima agenda “sorpresa” figuran todavía otras “iniciativas”, de probados efectos ruinosos, pero que le permiten ufanarse de “marcar la cancha”: un mayor control estatal de las importaciones y de las exportaciones –para él, simple “tráfico de divisas”–; la eventual fijación de un dólar diferencial –si persiste la fuga de capitales– y la aplicación de un impuesto a la renta financiera –con la excusa de sancionar a los especuladores–.
El tipo de “chavización” que maquina sería el “trabajo sucio” necesario para empezar a gastar a cuenta parte del botín antes de fin de año: concesión de un plus salarial no remunerativo a los trabajadores activos; aumento a los jubilados a cuenta de la “movilidad”; facilidades de pago para deudas impositivas y aduaneras (que ya fueron anunciadas ayer); créditos públicos para la industria pyme y plan de “desocupación cero” por vía del anuncio de obras públicas por unos 10 mil millones de dólares.
Los técnicos de Economía están azorados por los estudios que les encargaron: el gasto electoralista desenfrenado, en teoría, no figura dentro de su competencia. “Otra Feliz Navidad es inviable”, arriesgó un ministro y el ex lo echó de su oficina en Olivos.
Pero antes de las fiestas, antes que nada, Kirchner se propone ganar la “guerra del dólar” que despejaría su horizonte. En 2009, de los 20 mil millones de vencimientos, 9 mil millones habrá que pagarlos en divisas, no en pesos como el resto. Por lo tanto, necesita atesorar dólares: sólo dispone de los que vayan quedando en el Banco Central. No se puede dar el lujo de perderlos con la “flotación administrada”. De allí la oleada de llamadas telefónicas que sufrió últimamente Martín Redrado: la exageración llegó al punto de ordenarle un día vender 1.000 millones de dólares para frenar la corrida.
El 40% de los votos. Según la libreta del almacenero Kirchner, las cuentas darían como para “vivir con lo nuestro” –sin crédito, sin Chávez, sin los fondos embargados por el juez Thomas Griesa y aún sin grandes precios internacionales de la soja– y, encima, alcanzarían –según sus propios cálculos– para sacar un “rendimiento electoral” del 40% de los votos en las parlamentarias del año que viene.
“Un 40% en la provincia de Buenos Aires, que tiene casi la mitad del padrón nacional, sería como conseguir un 70% en el país”, dibuja el eventual primer candidato a diputado nacional por el kirchnerismo bonaerense, casi como si fuera un encuestador del INDEC-Moreno. A priori, suena alocado que Kirchner –que no ha hecho mayor gala de sus supuestos conocimientos económicos y mucho menos de su capacidad de diagnóstico político– se crea todo lo que dice y pronostique con tanto margen de error. Sobre todo porque los sectores más influyentes del país lo están viendo, sistemáticamente, como parte de los problemas que se ciernen sobre la Argentina y no de sus soluciones. Sin embargo, al menos tres ministros del Ejecutivo justifican sus actos, y no precisamente por sus aciertos, sino por la ausencia de un liderazgo opositor. Sergio Massa, Julio De Vido y Carlos Fernández lo están sufriendo: claro, el sacrificio siempre esconde la humana necesidad de “aprovechar el momento”. Aceptaron sus cargos para obedecer, no para cambiar algo.
Recesión política. En cualquier caso, el escenario opositor es bastante parecido al que imagina Kirchner, en tanto y en cuanto siga gozando de su impunidad para ejercer el poder sin límites. Recién en la última semana empezó a diseñarse un cierto dispositivo electoral del llamado peronismo crítico, al menos en el estratégico territorio bonaerense.
A la cabeza aparece Felipe Solá –el candidato–, a los costados los diputados nacionales Jorge Sarghini y Francisco de Narváez, y por detrás, Eduardo Duhalde. Iban a anunciar en el Parlamento la formación de un nuevo bloque disidente “de los 8”, pero a último momento se frustró la inicial rebeldía. Dicen que faltaron señales de referentes como Carlos Reutemann y José Manuel de la Sota. La movida, igual, no parece contundente a un año de las parlamentarias.
El radicalismo, por su parte, constituye un galimatías difícil de leer, aunque su fuerte sean las palabras más que las acciones. Elisa Carrió está en el medio: desde el costado “progre”, la acusan de ser funcional a Kirchner –el tipo de oposición “apocalíptica” que necesitaría, a falta de un buen Mauricio Macri racional–, y desde los restos de la UCR tradicional la ven incapaz de crear un partido –el único formato conocido de participación ciudadana que podría hacer frente al aparato clientelístico del Estado–.
Queda Macri, pero como “último recurso”, al menos en la cabeza de Duhalde: dice que el jefe de Gobierno porteño no termina de enamorar mientras 2011 sólo se presente como un horizonte lejano. “Algo tiene que pasar hasta entonces, así no llegamos”, repiten, por ejemplo, en la cofradía duhaldista.
Peligroso dilema: la dirigencia opositora confía más en que la crisis se lleve “puestos” a los Kirchner –básicamente por sus desatinos económicos–, que en lograr una alternativa sólida de recambio. Y Kirchner ya tiene la coartada: “Si me caigo, no será por mis errores sino por mis virtudes, que hicieron crecer al país como nunca en 50 años. ¿Les vamos a entregar la Argentina a los mismos que están hundiendo ahora al capitalismo?”. Se lo dijo hace poco al presidente de uno de los bloques del Frente para la Victoria que se atrevió a dudar sobre la oportunidad de estatizar las AFJP.
Justamente, la vulgarización de los K es otro capítulo inquietante de su propia decadencia pero, al fin y al cabo, “César es también señor de la gramática”. La frase de Jürgen Habermas ilustraba el hecho de que quien detenta el poder real siempre es capaz de manipular a su antojo las palabras y los conceptos. Siempre y cuando la sociedad lo consienta.
En mi casa, gobierno yo. Vale todo, doble discurso y suma del poder: la trilogía kirchneriana –como están las cosas– alcanza y sobra.
No precisamente para preservarse ante la crisis recesiva que se viene. Pero es lo que se piensa en Olivos. Y lo que está impidiendo que Cristina Fernández, por ejemplo, se hunda en sus fantasías sobre un eventual final brusco. No quiere ni enterarse de los oscuros manejos de dinero de su equipo de campaña electoral. Menos de los efectos que tendría la sentencia del tribunal de Miami en una aún improbable investigación judicial independiente en el país sobre el ingreso ilegal de dólares chavistas.
Pero ya no se tortura como antes. No es verdad que haya dejado de confiar en el jefe de la casa. El propio Kirchner se exaltó más que ella al enterarse de que Guido Antonini Wilson estaba dispuesto a venir a la Argentina a contar su versión del sórdido tráfico.
Lo mandó urgente a Aníbal Fernández a decir que, en realidad, “no va a venir nunca”. No se sabe si lo dijo porque tenía información o para pinchar otra expectativa negativa de las que genera el Gobierno con su típico reflejo encubridor. Cristina, con todo, sí está enterada de que los puentes con Chávez no están rotos: Claudio Uberti, a instancias de su marido, suele contactarse con la inteligencia venezolana. Kirchner no quiere sorpresas.
Lidiar con despidos y suspensiones temporarias en las fábricas, remontar el humor anticonsumo que refleja el “efecto pobreza” que llega desde el mundo y romper con un parate generalizado de obras y construcciones serán algunas de las tantas pruebas que deberá sortear Kirchner cuando decida enfrentar la realidad. Como siempre, su único límite a la vista. Mientras tanto, habrá que sobrellevar con entereza los discursos de Cristina como vocera oficial, las improvisaciones de dos o tres ministros que todavía son convocados cada tanto a Olivos y rogar que el ex presidente no se crea “victorioso” porque los gobiernos de los Estados Unidos o Europa intervienen en la economía y exigen mayores controles al sistema financiero, como él. Es que Kirchner se compara…
Su infantilismo, a decir verdad, tampoco superó ciertos extremos. Si bien Kirchner abandonó hace rato la idea de relanzar el gobierno de su mujer mediante una “mesa de diálogo” con la UIA, la CGT, Adeba y otras corporaciones de ese estilo –con las que empezó a tener cortocircuitos–, al mismo tiempo aceptó que De Vido siguiera alentando, en su diálogo con las empresas y los sindicatos, la formación de un Consejo Económico Social que pueda servir para pilotear las probables tormentas que se avecinan. Tiene en el fondo la prevención de no quedarse definitivamente solo. Es cierto que, según sus interlocutores, ya da por perdidos al establishment empresario y a la clase media y que está dispuesto a resistir con los pobres y con las provincias. Por eso, cada semana, religiosamente, desfilan por Olivos los cabecillas de los que él llama “movimientos sociales” –financiados por su gobierno, claro– y jefes municipales de todas las provincias –no importa de qué corriente ni de qué partido–, para Kirchner las principales patas de una red de apoyo electoral. “Los únicos confiables”, los definió. En tren de ganar a los más afectados, salió a atacar fuerte a la Justicia por su pasividad frente a la ola de crímenes y de inseguridad. Inventó desordenados planes de incentivos locales a los pequeños productores lácteos y de la carne de las zonas marginales. Y hasta amagó con ponerse a la cabeza del reclamo por una nueva coparticipación federal, aunque con la estatización del sistema jubilatorio, de paso, la Nación va a terminar quedándose con el 75% de los recursos. La caja es sagrada.
Nada de lo que hace parece generar confianza. Pero está lanzado peligrosamente a tramar cualquier golpe de efecto para sostenerse.
*El próximo sábado, regresará la habitual opinión de Alfredo Leuco.