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Contra el fascismo telesanitarista

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El sábado pasado empezó el otoño y el roble empezó a descargar sus bellotas sobre el techo de chapa de la galería. El repique, que a veces se convierte en tiroteo, parece remedar el ritmo de las muertes pandémicas informadas en el mundo.

El miércoles fuimos de compras, con más miedo a las fuerzas de seguridad que al virus. Circulan dos videos particularmente horribles: un policía amedrentando a dos adolescentes y una patrulla de Gendarmería propalando la banda de sonido de La purga. El lockdown argentino se vuelve salvaje y los operativos policiales apenas si alcanzan a contener el malestar económico-político. En otras partes, las cosas no funcionan así. Me escriben: “Acá por suerte es un lockdown civilizado: podemos salir, andar en bici, en Berlín dejaron abiertas las librerías”.

Me pregunto qué es lo que se pretende salvar. ¿La vida? ¿La vida de quiénes? ¿La vida como qué? ¿La vida cultivada (la de los periodistas y profesores)? ¿La vida como soporte biológico de órganos a ser donados? ¿La vida como fuerza de trabajo? ¿La vida como mecanismo de reproducción biológica? ¿La vida de los contribuyentes?

En la última entrega de la polémica que lo tuvo como objeto (y como chivo expiatorio), Giorgio Agamben había señalado precisamente eso: “La vida desnuda –y el miedo a perderla– no es algo que una a los hombres, sino algo que los enceguece y separa”.

Entre nosotros, Agamben fue linchado públicamente desde la ignorancia. Un amigo me cuenta que hay alguien que se llama S.B. y que dice que Agamben, “pensador de izquierda” (¿?) “terminó sosteniendo las mismas posiciones criminales de Johnson”.

Lo que dice Agamben, indiscutible, resuena en otras posiciones, igualmente refractarias al discurso fascista que se ha impuesto en los medios. Es el caso de Santiago López Petit, quien ha subrayado que “permanecemos encerrados en el interior de una gran ficción con el objetivo de salvarnos la vida. Se llama movilización total y, paradoxalmente, su forma extrema es el confinamiento... Algunos ilusos hasta creen en ese nosotros invocado por el mismo poder que declara el estado de alarma: este virus lo pararemos juntos. Pero solamente van a trabajar y se exponen en el metro aquellos que necesitan el dinero imperiosamente”. 

En cuanto a “la vida”, Bifo ha precisado: “El efecto del virus radica en la parálisis relacional que propaga”. Y José Luis Villacañas (destaco mi pluralismo) nos invita a preguntarnos si podemos seguir en los procesos en los que estamos embarcados. “Esos procesos tienen un nombre general: acumulación indefinida. Ahora también comprendemos que hemos ido acumulando malestar en la misma proporción y quizá debiéramos comenzar a compensar esto” en vez de (vuelvo a Bifo) reclamar políticas cuyo “único objetivo consiste en salvar el algoritmo de la vida, lo cual, por descontado, nada tiene que ver con nuestras vidas personales e irreductibles, que bien poco importan”. Byung-Chul Han, por su lado, nos convocó en estos términos: “La solidaridad consistente en guardar distancias mutuas no es una solidaridad que permita soñar con una sociedad distinta, más pacífica, más justa” y Zizek nos invita a repensar el comunismo. Sea.

La vida no es un algoritmo, ni una abstracción ni una cuantificación estadística. La vida es una vida, esta: tales ilusiones, sueños, la forma de relacionarnos con los otros y el Otro.

Una vida interesante incluye a esos ciervos que tomaron las calles de Junín de los Andes, a los delfines en los puertos italianos y a los elefantes borrachos de China. Por eso estoy de acuerdo con la ya imperiosa “Constitución de la Tierra” propuesta en tierras italianas y, ahora que el “neoliberalismo” ha naufragado definitivamente, en pensar nuestro destino colectivo (que incluya a aquellos que, de facto, han sido excluidos de la posibilidad de resguardarse) después de la tragedia.

Por ahora, me conformo con pedir que dejen de amurallar ciudades en mi nombre y que dejen de criminalizar y perseguir a los solitarios que caminan por un parque. Si quieren encerrarnos a los viejos, háganlo. Ofrezco mi propio encierro para evitar el encarcelamiento de la sociedad entera.