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Conversación durante un premio

Hasta la conferencia de prensa del lunes al mediodía el secreto permaneció bien guardado: nadie podía decir con certeza quién iba a quedarse con el Premio Herralde, que otorga la editorial Anagrama y es uno de los pocos que aún conserva cierto halo de prestigio.

Tomas150
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Hasta la conferencia de prensa del lunes al mediodía el secreto permaneció bien guardado: nadie podía decir con certeza quién iba a quedarse con el Premio Herralde, que otorga la editorial Anagrama y es uno de los pocos que aún conserva cierto halo de prestigio. Muchos imaginaban que sería para un latinoamericano, porque es la tendencia de los últimos años –en 2003 fue para Alan Pauls, en 2004 para Juan Villoro, en 2005 para Alonso Cueto, en 2007 para Martín Kohan–, y así fue: se lo llevó el mexicano Daniel Sada (foto), con la novela Casi nada. Pero está quien conoce y comparte el truco para enterarse del ganador antes que nadie: los dos finalistas llegan a la ciudad un par de días antes de la entrega del premio y suelen ser alojados en el Hotel Condes de Barcelona del Paseo de Gracia, en el elegante barrio del Eixample. Es decir: con darse una vuelta y tomarse una copa en el lobby del hotel el domingo por la noche del año que viene, uno debería ser capaz de constatar si, como se comenta de manera informal, el premio le llegará, finalmente, al autor argentino vivo que, en apariencia, mayor visibilidad tiene en España: Ricardo Piglia.

El mismo lunes, por la noche, el festejo se traslada hacia el restaurante St. Remy del barrio de Sarriá. Los grupos de pertenencia se amalgaman siguiendo las pautas de afinidades que se reproducen en cualquier latitud: por edad y por filiación estética. Ahí están las figuras de la noche: Sada, el peruano Iván Thays –que resultó finalista– y Jorge Herralde, fundador y director de Anagrama. Por la planta baja, entre los mozos que llevan y traen bandejas, se dejan ver Enrique Vila-Matas, Alfredo Bryce Echenique y Rodrigo Fresán. Algo apartados, pero en un núcleo más homogéneo, se agrupa la generación del recambio: el ensayista Eloy Fernández Porta, autor de Afterpop; la editora de Melusina, Ana Serrano Pareja; el crítico y narrador Jordi Carrión; la columnista más informada y temida del ambiente, Llucía Ramis. Son los que tienen treinta y pocos y están llegando a los puestos de decisión en suplementos culturales y revistas especializadas, los que deberán revitalizar la actual literatura española, que mira con sorpresa y algo de incomodidad la difusión que logró la latinoamericana en la última década.

Carrión (Tarragona, 1976) es, junto con Ignacio Echevarría, quien tal vez más conozca por aquí de literatura argentina. De hecho, pasó varias temporadas en Buenos Aires y publicó a principios de año el libro La piel de La Boca, sobre su experiencia en aquel barrio. Es director de la revista Quimera, y cree que la renovación vendrá por los autores que interpretan hoy la tradición de las vanguardias: Robert Juan-Cantavella, Mercedes Cebrián, Germán Sierra, Agustín Fernández Mallo. “Escritores que sólo tienen un rasgo en común: el lenguaje es para ellos un problema, no un instrumento para retratar cristalinamente el mundo”.

Cerca de las once de la noche, cuando la sala comienza a vaciarse, alguien saca el tema obligado: el libro electrónico, o de cómo pasar de leer en papel al cristal líquido. Carrión no dramatiza. En el mejor de los casos, el libro seguirá vigente por unas décadas; en el peor, terminará siendo lo que fue durante siglos, un fetiche. “Pasará lo que ya ocurre en las universidades estadounidenses –asegura–: la lectura urgente, la de material de aula o noticias de la mañana se va a producir a través de la pantalla; la pausada, la de las novelas, los poemarios y el diario del fin de semana, creo, seguirá en soporte papel. Con su olor y su tacto”.


*Desde Barcelona.