Durante la semana, Ernesto Sanz y Julio Cobos mantuvieron un intenso debate sobre principios y consecuencias de una alianza con Macri. El primero fue quien mejor expresó la opción pragmática, al sostener que su propuesta de una alianza circunscripta a Macri y Carrió implicaba un acuerdo ventajoso, en contraposición a la idea de una primaria opositora amplia formulada por Cobos, a la que tildó de utópica. Aunque resultaría impropio calificar de principista la postura de Cobos, al menos éste evidenció cierto interés en salvaguardar la identidad del partido, al invocar la necesidad de un acuerdo programático previo a cualquier alianza.
En tiempos donde la conveniencia se prioriza por encima de los valores, ya no sorprende que el centenario partido de Alem debata si resulta más conveniente una alianza con el macrismo y Carrió u otra más amplia que también incluya a socialistas y a Massa. En tal sentido, la referencia irónica al mítico principio “que se rompa, pero que no se doble” resulta casi obligada.
La tensión entre principismo y pragmatismo no es nueva ni exclusiva de la política, sino consustancial de las relaciones sociales. En todo vínculo siempre se cede algo valorado en aras de la convivencia; no hacerlo entraña el riesgo de quedarse solo. La tensión entre lo valorado y lo posible resulta una cuestión de medida. Siempre existe un virtual límite donde ciertas renuncias implican claudicaciones. En política ocurre algo similar: el purismo exacerbado puede conducir al sectarismo y a la fragmentación inoperante, mientras que el pragmatismo a ultranza puede terminar socavando las identidades partidarias.
Los radicales de vieja estirpe consideran que una alianza circunscripta al PRO supone renunciar a banderas fundacionales. Los pragmáticos consideran, en cambio, que el juego hacia el poder justifica heterodoxias. Quizás ambos tengan cierta cuota de razón, al menos en el marco de la actual situación política. Pero esa razón no quita otras. El problema del devaneo radical es que se condena a sí mismo a un lugar subalterno en el largo plazo. Es el lado oscuro del pragmatismo que se obnubila con lo inmediato. Porque: ¿cuál sería el destino de la UCR en el marco de un macrismo triunfante? O lo que resultaría aun más grave: ¿cómo podría recuperar su esencia una UCR aliada con Macri, si terminara derrotada?
En síntesis, el pecado original de la UCRno está dado tanto por las alianzas que la realidad política termina por “imponerle”, sino por su impericia crónica para pensarse más como protagonista que como actor de reparto.
*Director de González Valladares Consultores.