“Así pues, si es tu deseo gozar de todo un poco y aprovechar tu rápida carrera, podrás tener cuantos tesoros apetezcas, con tal que te unas a mí”.
Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832): “Mefistófeles pacta con el doctor Fausto”; de “Fausto”, Primera parte (1807).
Los aeropuertos son un no-lugar, y mucho más cuando se quedan sin gente. Allí todo es fugaz, inexistente, neutro, sin alma. Una redacción vacía, por el contrario, es energía en suspenso: escritorios-trincheras, papeles, sillas como dados recién tirados. Una vigilia que advierte sobre inminentes tempestades, historias, histerias, tensiones del músculo y la mente. Un templo pagano a la espera de más.
Me gustan las redacciones vacías. Por eso estoy acá, solo en Perfil, en pleno feriado de Navidad. Cómodo, pero sin saber qué diablos escribir, maldito sea. ¿Qué diablos pasó en el mundo? Nada, como siempre en estas fechas. ¿Y qué diablos voy a…?
—Por tres veces fui llamado y aquí me tienes, para servirte.
Primero fue la voz, y ese aroma horrible a azufre o a huevo podrido. Al hombre lo vi después. Apareció de la nada: una bruma, luego una luz intensa y por fin él, sentado frente a mí, clavándome la mirada mientras mordisqueaba un huevo duro. Robusto, elegante traje oscuro, un bastón con empuñadura de plata, melena peinada con gel, barba candado, uñas largas y pintadas con esmalte. Impresionaba. Sobre todo por su enorme parecido con el maléfico Louis Cyphre de De Niro en Angel heart (1987), dirigida por Alan Parker. Aunque, a verrr… sí, sí: no hay duda. ¡Es el mismísimo Robert, en persona! Wow. Sabía que había llegado a Buenos Aires pero... ¿qué hacía allí, conmigo?
—Por poco me mata del susto, De Niro...
—Louis Cyphre, si no le molesta. Repita el nombre y verá que suena…
—Lu-saifer: Lucifer. El diablo. Vi la película mil veces. Y usted está fantástico, por cierto.
—Gracias. Pero sigo en personaje, así que entérese. Tres veces fui convocado. Diablo. Diablo. Diablo. Ahora banqueselá, viejo. Así son las reglas. Vamos, firmemos algo. Pactar es mi trabajo, desde Goethe. ¿Le pincho el dedo?
—¡Eh, no! ¿Qué le pasa?
—Vamos, Asch. Firme con sangre, resigne algo para triunfar. Por ejemplo, esta delirante columna suya. ¡Déjela y le daré fama, gloria y riquezas! ¿Le gustaría ser panelista de la tele? Ah… ¡Una silla, una cámara, una pelea con cualquier pelagatos y en un minuto será más conocido que en décadas de periodismo gráfico!
—Le agradezco, pero…
—No me joda. ¡Ganará más! Le ofrezco lo máximo. Ser campeón, como Cocca.
—No me diga que…
—Sí, claro, pacté con él. ¿Qué tiene? Sólo tuvo que resignar el clásico. Y a Milito, que se lo lesioné después de su gol para que no arruinara todo. Un detalle menor si lo comparamos con la infinita gloria de la vuelta olímpica. Nosotros veníamos de la B y necesitábamos ganar. Compréndame. Tan eufórico estaba Cocca que hasta lo adelantó en público: “Prefiero perder con Independiente y pelear el campeonato”, dijo. ¡Satisfacción garantizada, Asch! Bou también firmó, chocho: me lo mandó Bragarnik. Lo de Gallardo sí fue muy difícil. La tuve que remar. ¡No quería saber nada!
—¿Gallardo? ¡Si tenía un equipazo!
—Por eso: ¡convencerlo de que perdiera un torneo que tenía casi ganado fue un parto! Lo conseguí con el anzuelo de Boca. “Te los doy en semis, ustedes los dejan afuera y eso vale por diez títulos locales. ¿Agarrás?”, le propuse. No lo pensó más y firmó.
—¿Y la Copa Argentina que perdieron contra Central?
—Bueno, los penales son fáciles para mí: un centímetro más, uno menos… En ese caso tenía que allanarle el camino al título a Huracán con quien tenía otro compromiso anterior.
—¡No me diga que los ayudó a ganar la Copa y a ascender!
—¡Más bien, Asch! ¿O de verdad cree en los milagros? Firmamos en junio, antes del desempate con Independiente por el ascenso. Una negociación muy compleja. Les tuve que asegurar el ascenso en seis meses y, además, un título. ¡Un título para Huracán! Pero aceptaron y el Rojo les ganó 2 a 0, en La Plata. ¡Teníamos que volver a Primera, sí o sí…! Después los hice sufrir un poquito, de jodido que soy. Pero siempre cumplo.
—Ya veo. ¿Y con Riquelme, nada?
—Román es cliente de toda la vida. Pero nos peleamos mucho también, eh. Muchacho difícil. ¡La de internas que me armó allá abajo, con mi gente! Usaba los fuegos eternos para los asados y para calentar el agua del mate. Quería entrenar sin entrenar, y se lo concedí. Cualquier capricho con tal de verlo jugar. Un crack, el tipo.
—¿Y este último pacto cómo fue?
—Ascenso asegurado, mala campaña de Boca sin él y La 12 reventando las canchas cuando jugaba Argentinos. Pero algo falló. Los barras pidieron plata, él exigió sangre blue, sus compañeros no daban pie con bola y no me quedó otra que apretarlo. Sacrifiqué a Borghi y trabé la llegada de Clemente –nadie ceba como él– para que cumpliera. Lo hizo, y se fue. Pronto nos veremos.
—Galíndez le dijo de todo.
—¿Di Lorenzo, el masajista; el del bidón a Branco? Nah, ¡es un amigazo! Algo bocón, pero buen hombre. Nadie le da mucha bola, ni siquiera cuando dice la verdad. En el Mundial del 90 firmaron todos, con tal de llegar en muletas a la final. ¿Quiere saber sobre mis pactos con Maradona?
—Mmm… Demasiada información para hoy.
—Usted se lo pierde. Ahora debo irme. Tengo cita con un político cuyo nombre no puedo revelar.
—¿Uno solo?
—¡Uno por vez, je! Mi agenda está a full, Asch. A la que no veré es a Carrió; ella trabaja por su cuenta y trato de mantenerme alejado: ¡a ver si todavía me divide el Averno! Oiga: ¿no está feliz con su Racing campeón?
Balbuceé una obviedad –sí claro, grande la Acadé, algo así–, mientras De Niro se ponía de pie envuelto en la misma luz que lo trajo antes de la bruma y el silencio... y desaparecía. Suspiré resignado y volví a mi página en blanco. No sé qué diablos escribir, susurré una sola vez, por las dudas.
Creo que necesito vacaciones.