En día de elecciones no es adecuado, ni ético, ni aceptable, utilizar un espacio como este para escribir sobre oficialismos y oposiciones, campañas pasadas o por venir, encuestas o especulaciones políticas. No es momento para eso, aclaro, porque es necesario que el lector de PERFIL sepa interpretar por qué estas líneas apuntan a una cuestión más universal y –en verdad- necesaria para entender esta profesión y sus consecuencias.
Es frecuente toparse en las redes sociales y medios convencionales con una frase atribuida a Gabriel García Márquez: “El mejor oficio del mundo”. Ese fue el título de la conferencia que Gabo pronunció el 7 de octubre de 1996 –se cumplirán 25 años en pocos días más- ante la asamblea de la Sociedad Interamericana de Prensa. En esa charla, el escritor y periodista creador de la que fuera Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI), hoy Fundación Gabo, dejó algunos conceptos que pueden ser entendidos como bases firmes para un mejor desempeño en este oficio. Veamos algunos de ellos:
“Toda la formación (del periodista) debe estar sustentada en tres pilares maestros: la prioridad de las aptitudes y las vocaciones, la certidumbre de que la investigación no es una especialidad del oficio sino que todo el periodismo debe ser investigativo por definición, y la conciencia de que la ética no es una condición ocasional, sino que debe acompañar siempre al periodismo como el zumbido al moscardón”.
“Algunos se precian de que pueden leer al revés un documento secreto sobre el escritorio de un ministro, de grabar diálogos casuales sin prevenir al interlocutor o de usar como noticia una conversación convenida de antemano como confidencial. Lo más grave es que estos tres atentados éticos obedecen a una noción intrépida del oficio, asumida a conciencia y fundada con orgullo en la sacralización de la primicia a cualquier precio y por encima de todo. No los conmueve el fundamento de que la mejor noticia no es siempre la que se da primero sino muchas veces la que se da mejor”.
“Las salas de redacción son laboratorios asépticos para navegantes solitarios, donde parece más fácil comunicarse con los fenómenos siderales que con el corazón de los lectores. La deshumanización es galopante”.
“El mal periodista piensa que su fuente es su vida misma –sobre todo si es oficial– y por eso la sacraliza, la consiente, la protege, y termina por establecer con ella una peligrosa relación de complicidad, que lo lleva inclusive a menospreciar la decencia de la segunda fuente”.
Un año antes de esa asamblea a la que conmovió con sus afirmaciones, García Márquez había inaugurado su FNPI. En la primera actividad pública de la Fundación, durante un seminario sobre libertad de prensa y protección de periodistas realizado en marzo de 1995 junto al Committee to Protect Journalists de Nueva York, el escritor colombiano señaló: “Nos preocupa la crisis ética del periodismo escrito. El empleo vicioso de las comillas en declaraciones falsas o ciertas facilita equívocos inocentes o deliberados, manipulaciones venenosas que le dan a la noticia la magnitud de un arma mortal. Las citas de fuentes que merecen entero crédito, de altos funcionarios que pidieron no revelar su nombre –y que en realidad no existen– o la de supuestos observadores que todo lo saben y que nadie ve amparan toda clase de agravios impunes, porque nos atrincheramos en nuestro derecho de no revelar la fuente. El único consuelo que nos queda es suponer que muchas de estas transgresiones éticas, y otras tantas que avergüenzan al periodismo de hoy, no son siempre por inmoralidad sino por falta de dominio profesional”.
Es gratificante correr el eje de tanta manipulación, tan poca sustancia, tanto golpe de efecto en tan pedestre actualidad. Recordar las buenas enseñanzas de un maestro le hace bien a este ombudsman y –seguramente– también a los lectores de PERFIL.