Así está el mundo: una marea de mujeres se manifiestan para que no las maten, para que no las sigan matando, para desmantelar el sistema patriarcal (“lo hacemos concha”). Mientras tanto, la Sra. Victoria Vannucci y el Sr. Matías Garfunkel protestan porque les publicaron unas fotos “íntimas” donde posan triunfantes delante de animales muertos a punta de pistola.
En el Reino de España (uno de cuyos monarcas hizo lo mismo: se fotografió luego de asesinar un elefante), el Tribunal Constitucional revocó la prohibición que rige en Cataluña desde hace cinco años en relación con las corridas de toros. El asunto, promovido por el PP, es uno de los factores que justifica su éxito entre los sectores populares. Lo que no está prohibido, ni siquiera en Cataluña, es el “toro embolado”, costumbre bárbara que consiste en adosar sendas bolas de fuego a los cuernos del toro para que el animal, aterrorizado, se mate si puede y si no, que se vuelva loco.
Los petitorios de change.org que llegan a mi casilla de correo revelan costumbres siniestras donde la algarabía surge precisamente del sufrimiento del otro (humano o animal) y cada guerra desatada en alguna parte del mundo viene con imágenes que no alcanzan la memorabilidad por lo frecuentes, por lo repetidas.
Los padres que no castigan a sus hijos cuando torturan sapos o gatos o se burlan de los débiles están criando asesinos, violadores, seres insensibles al dolor de los demás, soberanos fascistas de pacotilla en una época cada vez más cruel y sádica.