Los amigos que viven en Barcelona, aun en su escepticismo, votaron por el Sí. “Con total normalidad”, aclaran. “A por la República”, dicen. Y agregan: “Seremos el nuevo paraíso fiscal de Europa, de la mano de los rusos, que han comprado ya media Catalunya”.
Los comentarios que llegan por WhatsApp son más que elocuentes: de las más de dos mil mesas dispuestas para el referéndum, la guardia civil y las fuerzas represivas enviadas por el protofascista Rajoy sólo consiguieron cerrar o intervenir poco más de noventa. En el resto de las mesas, los comicios se desenvolvieron con total normalidad. El desmedido aparato represivo que se montó contra las viejitas catalanas que fueron a votar, sin ninguna consideración sobre la potencia de las imágenes en sociedades ciberalfabetizadas, muestra la incompetencia del PP, denunciada desde hace ya más de cinco años, para gestionar una crisis que no hizo más que crecer mes a mes.
En segundo término, el voto por la secesión (promovida al mismo tiempo por la evasora burguesía catalana y sectores anarquistas, en rarísima alianza) es un voto antimonárquico, y por eso mismo, con una carga emocional simpática con independencia de cualquier consideración estratégica: se votaba por la República, de larga tradición en territorio catalán, con sus héroes y mártires. En algunos casos, lo que se reivindicaba era lisa y llanamente el derecho al voto (tanto en Madrid como en el País Vasco hubo manifestaciones en ese sentido) o, lo que es lo mismo, a la soberanía sobre sí (que en derecho de gentes se llama “autodeterminación”).
En tercer lugar, es dudoso que, aun con su cacareado poderío industrial, Catalunya pueda ser un Estado económicamente independiente, lo que alienta la especulación paranoica (el tema ruso) o lisa y llanamente la especulación financiera a la que el Estado catalán debería someterse para equilibrar sus cuentas.
Europa no se vio venir el disparate provocado por el Reino de España y ahora es convocada a intervenir en un conflicto que no le agrada en absoluto, porque todavía no ha digerido bien el Brexit (¡otro referéndum!, ¡otra autodeterminación!) cuando, en la otra punta del rompecabezas, se soliviantan unos mediterráneos que ni siquiera van a servir como enlace en sus complejos negocios con la América hispánica, y en el centro mismo del tablero, los neonazis se convierten en tercera fuerza parlamentaria.
Lo que vendrá no será seguramente la paz soñada, sino un resurgimiento de nacionalismos y la profundización de las tensiones.
Que se jodan: al haber aceptado el principio de autodeterminación para las Malvinas, están obligados a hacer lo mismo en su propia casa, donde el colonialismo y el imperialismo podían perfectamente usar máscaras galantes pero en el fondo funcionaba de la misma forma, desde Irlanda hasta Catalunya, y más allá.