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Crisis, la película

Natalia Oreiro y Eva Duarte 20220622
Natalia Oreiro y Evita | Cedoc Perfil y Star+

En mi casa, la visualización de películas viejas es cosa de todos los días. Aunque miramos algunos estrenos y, como casi todo el mundo, nos entregamos a un par de series promocionadas por Amazon u otras plataformas, el celuloide y el blanco y negro son un menú autoimpuesto. Si se filmaron ochenta o setenta años atrás, películas malas o muy malas también entran en nuestra desteñida paleta de opciones. Es que de lo malo y lo viejo también se aprende y se pueden sacar conclusiones. Crisis, engendro de 1950, es uno de esos casos. 

Pensada como vehículo para lucir las dotes dramáticas de Cary Grant (un actor al que en casa veneramos sin dejar de admitir que, por estampa, formación y estilo, no es el mejor dotado para ese género como tampoco para otros propios de sus tiempos, como el western), incluye a un elenco de "latinos" rescatados del cine mudo, como Ramón Novarro y Gilbert Roland. Cumpliendo con lo necesario para ser una de las típicas caricaturas esperpénticas de la América hispanoparlante que Hollywood produce desde siempre, tiene, como plus subterráneo, algunas dosis de predicción involuntaria. La trama es absurda e inquietante: Cary es un cirujano norteamericano que se ve obligado a operar a un dictador tropical aquejado por el cáncer. El personaje de la esposa del dictador, interpretado por la actriz sueca Signe Hasso lookeada como Eva Perón, es una suerte de diva manipuladora que no encaja con ese entorno de cuchilleros y bailaores de flamenco. Por más que un espectador argentino de entonces (y de cualquier época) no pueda reconocerse dentro de semejante mezcolanza, la película fue vista en su momento como una alusión concreta a la Argentina. 

Se sabe que el cine popular estadounidense formó y forma parte de una política cultural bastante aceitada por la cual el Departamento de Estado exporta aquellos valores o subvalores que se compran de muy buen grado en el resto del mundo, configurando hegemonías que cambian con el paso del tiempo. En los 50, el peronismo no era el mismo de ahora, y las relaciones entre la Casa Rosada y Washington distaban de ser lo que son en este presente esquizoide de discursos antiimperialistas y subordinación financiera. De modo que la Evita de aquel imaginario no era la Evita que homenajeó más tarde Madonna, sino alguien mucho más villanesco que, en la escena final, muere a manos de quienes pueden entenderse como sus “grasitas”.  Invulnerable frente a conspiradores y revolucionarios, el poder del dictador, a su vez, solo se debilita frente a la ciencia, sustituta o heredera de las religiones. 

Lógicamente olvidada por su pobreza cinematográfica, Crisis es, no obstante, un tesoro para los que gozamos de hurgar en la basura cultural de ayer en un intento de leer mejor lo que pasa hoy. Más allá de la condena al peronismo y a sus figuras fundamentales, tiene el mérito inconsciente de sugerir que, al momento de reordenar sociedades, la enfermedad –y aquellos capaces de curarla– puede ser más potente que cualquier gobierno.