Los radicales endulzaron el ya azucarado camino preelectoral que viene transitando Mauricio Macri. Antes le habían aportado una dosis importante de miel la indescifrable Elisa Carrió y el senador peronista Carlos Reutemann, a quienes se sumaron no pocos empresarios. El jefe PRO aglutina así un abanico variopinto que parece asegurarle el pase a la final, el ballottage. Pero igual debería andar con cuidado: con tanto dulce le puede dar hiperglucemia.
El más afectado por tanta felicidad amarilla es Sergio Massa, quien se veía como único o principal aglutinador de todo aquello que no huele a K, pese a su pasado reciente y al de muchos de quienes aún lo acompañan. El tigrense nadaba en azúcar hasta hace poco, y desde hace un tiempo no para de recibir cucharadas de amargura. Las malas noticias para él se retroalimentan, y se hace difícil distinguir cuáles son causas y cuáles efectos. Cae fuerte en las encuestas, su campaña luce a la deriva, pierde respaldo económico, se le van dirigentes y comienza a ser cuestionado en su propia y endeble fuerza. Aunque así como Macri no debería confiarse, a Massa no hay que darlo por acabado.
Sólo falta una pieza en este escenario con chances de redefinirlo: qué hará Cristina. Inoxidable en el ejercicio del poder (más allá de para qué lo usa), la Presidenta llega al final de su mandato y de su era marcando el paso. Sólo en lo electoral, obliga a armar listas legislativas de incondicionales, genera ansiedad sobre a quién apoyará como posible sucesor y hasta deja instalar que ella podría ser candidata a algo.
Salvo algún hecho imprevisible, lo que haga o deje de hacer Cristina es la única carta fuerte que queda en la política argentina para que el panorama no ofrezca otra incógnita que no sea la voluntad popular. Los tiempos se acortan y ella tendrá, como le gusta, la última palabra.