Lo más notable de la reunión de la así llamada mesa política del Partido Justicialista fue su intrascendencia. En ese encuentro –que llevó horas– el kirchnerismo apostó a marcarle la cancha a Alberto Fernández, “un presidente que no existe”, como lo expresaron dos de los asistentes a los que les angustia el presente de un gobierno sin rumbo que deja sin futuro de victoria al oficialismo. “Esto no es peronismo. Y lo peor es que, a pesar de que Cristina ya fue, es la única figura de peso nacional que tenemos para las elecciones”, agregaban sin ruborizarse esos dos hombres de larga trayectoria en el justicialismo.
Desde el punto de vista electoral, hoy el único bastión importante con el que cuenta el kirchnerismo es la provincia de Buenos Aires. La mayoría de las encuestas que se conocen muestran que Axel Kicillof sería reelecto. Lo ayuda, y mucho, en ese objetivo la dispersión en la que se encuentra No tan Juntos por el Cambio.
Este panorama gris oscuro para el Frente de Todos contra Todos hace que la construcción del relato alrededor de la pseudo proscripción de Cristina Fernández de Kirchner sea una pieza fundamental para su estrategia política en pos de dos objetivos: el primero, su victimización; el segundo, el uso de ese argumento como excusa perfecta para no ser candidata. La expresidenta en funciones sabe que, si hoy compitiera en una elección presidencial, perdería. Por lo tanto, la excusa de la pseudo proscripción le viene como anillo al dedo para zafar de ese compromiso.
Por si no quedara claro: no hay ninguna proscripción para que CFK se presente como candidata a la Presidencia de la Nación. Eso sólo ocurriría si la condena que pesa sobre ella por el delito de administración fraudulenta en la causa Vialidad fuera confirmada por la Corte Suprema. Y, para que ello suceda –si es que sucede– faltan varios años.
Por eso, ante este panorama, varios de los gobernadores peronistas han decidido desdoblar las elecciones provinciales de la presidencial. En ese universo se manifiesta también la falta de una figura que alcance relieve nacional. Esos dirigentes con aires de señores feudales son desconocidos fuera de sus comarcas y los pocos que son conocidos a nivel nacional no gozan del favor de la opinión pública que tiene de ellos una imagen indiscutiblemente mala.
Por citar un ejemplo, veamos el caso del gobernador chaqueño Jorge Capitanich, hoy devenido en armador político y que participó del encuentro del PJ. A fin de enero había dicho que “Alberto Fernández tiene derecho a ir por la reelección. El problema central es que, dentro del mismo espacio de Gobierno, no pueden ser candidatos el Presidente, su jefe de Gabinete y el ministro de Economía”. Es el mismo que en febrero de 2015 cuando era jefe de Gabinete de la entonces presidenta Cristina Kirchner, rompió un ejemplar del diario Clarín durante una conferencia de prensa, enojado por una información exclusiva publicada sobre el caso Nisman. El mismo que en octubre de 2021, ya siendo gobernador, inauguró el primer tramo de una obra de agua potable en la localidad de Charata –que no contaba con agua de red– y decidió acercarse con su equipo a girar la única canilla disponible desbordado por una emoción impostada.
Entre los intendentes que asistieron a la reunión tampoco hubo figuras que puedan destacarse por su solvencia, apego a la institucionalidad o capacidad de gestión: Mayra Mendoza (Quilmes), Mario Secco (Ensenada), Fernando Espinoza (La Matanza), Alberto Descalzo (Ituzaingó), Mariel Fernández (Moreno) y Lucas Ghi (Morón). Más de lo mismo para un espacio que se agota en sí mismo.
La realidad económica tampoco acompañó en una semana para el olvido. El 6% de inflación de enero obligó al superministro de Economía Sergio Massa a recalcular. Ya no le queda tiempo para bajar la inflación. En su entorno volvieron a darse por satisfechos recordando la paupérrima situación de inestabilidad en la que le tocó asumir. Bastante poco, por cierto, para un hombre que se ha convertido en una de las únicas esperanzas del oficialismo de cara a la contienda electoral. “No lo empujen a Sergio, él sabrá qué hacer llegado el momento de las definiciones. Bastante tiene piloteando el barco en economía como para seguir soportando presiones”, dijo un dirigente que lo conoce bien, intentando poner paños fríos a lo que se viene.
Desde el otro lado de la grieta, Diego Santilli oficializó su candidatura a gobernador de la provincia de Buenos Aires con una trillada campaña en las redes sociales. Sin embargo, lo que más llamó la atención en el mundillo político no fueron las placas rojas con consignas que aludían a las principales penurias que atraviesan los bonaerenses, sino la falta de apoyo que cosechó por parte de los intendentes de su espacio. No es culpa de Santilli, que según muestran las encuestas es el candidato mejor posicionado para competir de igual a igual con Kicillof: indica el desorden y la dispersión que atraviesa la oposición nucleada en JxC.
Primero intentaron complicarle el camino con la postulación de Cristian Ritondo que, a todas luces, no dio el resultado esperado; en esa tarea todas las voces apuntan a Mauricio Macri. En segundo lugar, la propia dinámica interna de la pulseada de poder entre el expresidente, Horacio Rodríguez Larreta y Patricia Bullrich, mina la estabilidad de cualquier candidato.
La aparente “multiplicidad de figuras” que JxC presenta como su mayor fortaleza no debería empañar la carrera de quienes aparecen mejor posicionados. En el fondo anida una lucha de poder disfuncional que amenaza con complicarlo todo. Si realmente se proponen como una opción para terminar con el kirchnerismo, no deberían olvidar que la competencia bien entendida implica consensos, renunciamientos personales y reglas claras. Los argentinos no están para soportar un nuevo desencanto.