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Crónicas de una batalla perdida

El progreso y el progreso del control social neutralizaron la profecía de Marx, sustituyendo su futuro de colectiva felicidad humana por la ilusión individual de bienestar, la posesión de chucherías y experiencias triviales y la prolongación de la vida más allá de la decrepitud natural.

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El progreso y el progreso del control social neutralizaron la profecía de Marx, sustituyendo su futuro de colectiva felicidad humana por la ilusión individual de bienestar, la posesión de chucherías y experiencias triviales y la prolongación de la vida más allá de la decrepitud natural. Esta victoria imperialista no fue un triunfo militar, sino el resultado de  cosas que el capitalismo produce gratuita y espontáneamente para ordenar a sus ejércitos de consumidores: los mitos del progreso y de la satisfacción. Gracias a Internet –esta golosina mental capitalista– podemos seguir semana a semana –a veces día a día– las copiosas reflexiones que Fidel publica en la página web del Granma. Todas tienen algo interesante. La última, del lunes pasado, registra medio centenar de lúcidas reflexiones sobre la visita a los U.S. del papa Ratzinger, a quien, respetuosamente, llama por su seudónimo, Benedicto XVI. No se priva del humor: celebra que Bush no haya exigido al Vaticano la nueva constitución y las elecciones libres que promueve para Cuba. Tampoco se priva de elogios al brillo de sus ojos, a sus reuniones ecuménicas con otras corrientes monoteístas, al estado atlético que demostró al franquear escaleras, y a su exposición en la ONU sobre las desigualdades sociales e internacionales.
La anterior, datada el 16 de abril, testimonia su reconocimiento de que la URSS cayó por haber perdido la batalla ideológica. Pero: ¿no fue aquello un episodio de la misma batalla que ahora, desde su convalecencia, ve perder a Cuba, con su moneda paralela convertible a dólares y su institucionalización de un “mercado blanco” donde algunos privilegiados cubanos, turistas en su tierra pueden surtirse de celulares y otras baratijas electrónicas para, con ellos, distinguirse de la media con su ingreso de diecinueve dólares mensuales?
Evidente en muchas de sus páginas, su extrema lucidez neutraliza cualquier patetismo senil que quiera atribuirse al ex mandatario en su retiro. Pero: ¿habría hoy algo más patético que enfrentar a la astucia de los mercados del siglo XXI –y a la del deseo, que es su reflejo en los humanos– desde el modelo argumental de la razón del siglo XIX y de los pocos hechos que ella alcanza a procesar? Yo también sigo argumentando a la manera del XIX, pero esta vez no he nombrado al PRO. En el futuro lo mencionaré cada vez que concrete alguna de sus promesas. Parece que será muy esporádicamente.