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El Darién

Cruzar el infierno

Dispuestos a vivir o morir, 60 mil migrantes cruzan la selva del Darién cada mes. Esta ruta migratoria en crecimiento, que une Colombia y Panamá, es uno de los caminos más peligrosos que existen. Si llegan al otro lado los espera aún un largo camino hasta alcanzar el sueño migrante de una vida mejor. Para ello tendrán que enfrentar a bandas criminales, animales salvajes y la propia naturaleza.

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El Darién. | ministerio seguridad panama/cedoc

Solo se atreve a cruzar el infierno quien peca de inocente o quien ya nada tiene que perder. José Camare, de 38 años, tras días de caminar entre la espesa maleza y los terrenos irregulares, decide tomar un baño en una cascada. Camare es venezolano y decidió, junto “a una caravana, como las que salen cada día”, cruzar la selva del Darién para llegar a Estados Unidos. 

Cuando se mete en la cascada se quiebra el talón. Lesionado, en medio de la selva, con todos los peligros que eso conlleva, decide esperar unos días en la intemperie hasta que su pierna sane. “No es una opción regresar, nunca lo fue. Después de tanto esfuerzo para irme no era lógico volver”, dice.

“Salí como pude, gateando, arrastrándome, trepando con muletas de palo que armé. Demoré 13 días. Mis compañeros me dejaron solo. Quedé con un muchacho de 18 años que me ayudó. Es hijo del amigo que nos va a recibir en Estados Unidos”, cuenta a PERFIL. Este es su segundo intento de cruzar la selva que une Colombia y Panamá. La primera vez no lo logró, así que en este turno estaba decidido a hacer todo lo que estuviera a su alcance para continuar. 

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El Darién es una selva natural de 5 kilómetros en América del Centro, con espesa vegetación, ríos, colinas y barrancos, con territorios irregulares, alta humedad y temperatura que suele alcanzar los 30° durante el día y baja a 19° en la noche. 

Camare abandonó Venezuela hace algunos años y fue a vivir a Argentina. Luego decidió volver a Venezuela, porque los rumores decían que “la cosa había mejorado”. Aunque pudo comprobar por su propia experiencia que eso no era cierto. 

Así que allí estaba, escuchando los ruidos de la selva, con pájaros que se comunican entre sí, animales salvajes observando, y la cascada que cae con fuerza y sin miedo, que lo había lesionado, sin su familia, ni sus hijos, que siguen en Venezuela, y solo, porque el grupo en el que estaba siguió su camino mientras él esperaba recuperar su pierna. “Son muchísimas personas que salen a diario, todas van en grupo. Hay quienes tienen un poco más de dinero para tener menos problemas en el camino y otros que no tienen nada”, revela. 

A pesar de haber perdido a su grupo, rápidamente se encuentra con personas nuevas.

En crecimiento. El Darién es una ruta migratoria cada vez más popular. En los primeros tres meses de 2023, 100 mil migrantes atravesaron la región. En 2022 ese número se alcanzó a mediados de septiembre. De acuerdo con el Departamento de Migraciones de Panamá, hasta septiembre de 2023 más de 400 mil migrantes cruzaron el Darién: cuatro veces más que el año pasado. 

“La gente me daba pastillas y yo me las tomaba sin mirar. Pasaron tres días hasta que llegué a Bajo Chiquito (Panamá) para que me viera un médico. La piel ya se veía de color normal, pero tenía una inflamación tremenda, venía dopado de tanto medicamento”, recuerda. 

“El trayecto es mucho más difícil de lo que uno se imagina”, afirma. Las adversidades son innumerables. Para comenzar, la falta de comida y agua potable es un desafío en un viaje que puede durar hasta tres semanas. En la zona hay pumas, caimanes y ranas venenosas. Sin embargo, los mayores peligros se encuentran en las bandas criminales de la zona, que se aprovechan de la necesidad para pedir un diezmo digno de una mafia por el tránsito en la zona. Si se logra sobrevivir a las amenazas de la selva, las consecuencias de negarse a pagar el precio de los criminales pueden ser mortales. 

“Si tienen personas embarazadas o de la tercera edad, no deben cruzar, porque es llevarlos a morir. Vi robos, vi muertos. Una noche dormí al lado de uno, porque ya no podía más. Armamos una carpa y lo tapamos. Hay algunos que no se ven, pero huelen”, recuerda José. 

La mayoría de los que cruzan son hombres: 200 mil son varones, 100 mil son mujeres y 90 mil son niños y niñas. Las mujeres son especialmente vulnerables al trayecto. Se han denunciado violaciones y abusos sexuales en el camino. En algunos tramos están aquellos comerciantes que con un bote ofrecen un medio de transporte para cruzar lagos. El precio del viaje puede superar los 500 dólares. 

“Algunos conocidos me dijeron que han podido pasar. Ellos trabajan en Estados Unidos por su cuenta, con aplicaciones, deliveries y transporte. Muy pocos ejercían su profesión. Yo tengo quien me reciba, no tengo problema con eso. Entraré de manera irregular. Hay que registrarse en una aplicación y cruzar la frontera”, dice José, cuyo nombre está ligeramente modificado para resguardar su identidad.

Una familia de mujeres haitianas, de apellido Toussaintes, que se compone de tres adultas –una de ellas embarazada–, una adolescente, un niño de 5 años y un bebé, fue víctima de los oportunistas. “No tenemos documentos ni dinero. En la selva nos robaron 1.300 dólares, con machetes y pistolas”, cuenta una de las mujeres. 

Si bien la migración es, en su mayoría, de sur a norte, con el objetivo de llegar a Estados Unidos, los migrantes también viajan desde el norte hacia el sur. Un caso para ejemplificar la migración norte-sur es el de los cubanos que van hacia Chile o Brasil. Hasta septiembre de 2023, más de 300 mil migrantes que pasaron por la selva del Darién provienen de América del Sur; 39 mil de Asia; 28 mil de África y 7 mil de Europa. 

El desglose por países es: 260 mil de Venezuela, 48 mil de Ecuador, 38 mil de Haití, 15 mil de China, 13 mil de Colombia, 4 mil de Chile, 3 mil de India, 3 mil de Brasil, 3 mil de Afganistán. El resto son de diversos países entre los que se encuentran Nepal, Somalia, Cuba, Pakistán, Nigeria y Sri Lanka. Son menos de cien los argentinos que han transitado la zona en lo que va del año. Como se puede notar, la ruta es diversa. 

Sin datos oficiales. “Estos meses están pasando un promedio de 1.800 personas al día. Sabemos que hay migrantes que mueren dentro de la selva, pero no tenemos conocimiento sobre una cifra en específico”, afirma Altair Saavedra, coordinadora médica de Médicos Sin Fronteras en el Darién. Si bien no hay datos oficiales, es un hecho que hay personas que mueren en el camino: sus propios familiares lo cuentan. 

Muchos de los migrantes salen sin documentos, escapan de sus países o falsifican sus papeles, de modo que aquellos que quedan en el camino, en ocasiones, ni siquiera pueden ser identificados o rastreados. Poco se sabe sobre qué ha sido de los que comenzaron el trayecto pero no lo terminaron.

“Las nacionalidades son sumamente variadas. La gran mayoría tienen la intención de entrar a Estados Unidos, aunque algunas personas, al final, se quedan en México. Infelizmente, las redes de tráfico son transnacionales y trabajan de manera muy articulada. Es un negocio y, durante toda la ruta, los migrantes tienen que hacer pagos elevados en efectivo y con precios inflados por servicios básicos como comida, transporte y albergue. La situación en el Darién es crítica, sobre todo por la falta de cobertura de las necesidades básicas como protección, abrigo y agua segura”, explica la doctora. 

El mayor número de diagnósticos de los migrantes del Darién que llegan a Médicos Sin Fronteras es de enfermedades del sistema musculoesquelético, que pueden ir desde torceduras hasta fracturas. Muchos evitan llevar cargas pesadas o abandonan sus pertenencias en el camino para no lastimarse con sobrecargas. Los siguientes diagnósticos más repetidos son diarrea, porque el agua que beben no está en condiciones, y enfermedades respiratorias por la humedad. 

Las crisis económicas en los países de procedencia hacen que la cantidad de los migrantes que pasan aumente cada mes en vez de disminuir, pese al endurecimiento de las políticas migratorias. 

Los representantes de Médicos Sin Fronteras afirman que “todos los migrantes que llegan a nuestros puestos de atención dicen que no estaban preparados para las dificultades naturales ni la violencia en el recorrido”. “Hay que estar dispuesto a morir o vivir”, dice la migrante venezolana Simonei. 

Destino compartido. Algunos migrantes llevan carpas que utilizan para descansar en el camino, otros duermen a la intemperie. Las Estaciones Temporales de Recepción Migratoria son campamentos organizados por el gobierno panameño en donde los migrantes son registrados por el Servicio Nacional de Migración. Simonei pasó varias semanas en la Estación de Recepción Migratoria porque no sabía que para continuar su trayecto debía pagar 40 dólares para el bus que transporta a los recién llegados desde el Darién hasta la provincia de Chiriquí, cerca de la frontera de Panamá con Costa Rica.

Los que comienzan su viaje en el departamento de Antioquia, Colombia, deben tomar una lancha hasta el paraíso caribeño de Capurganá, a donde solo se puede acceder por vía aérea o marítima. Luego atraviesan la selva a pie en un trayecto que dura unos seis días, o más si alguien se lastima en el camino. Luego tomar una canoa (de pago) hasta la comunidad indígena de Bajo Chiquito, ya Panamá. Finalmente pueden subir a otra embarcación o caminar hasta la Estación de Recepción Migratoria de Lajas Blancas. Esta no es la única forma de viajar. Algunos migrantes que tienen un poco más de dinero toman un bote que sale entre 400 y 550 dólares para acortar camino.

“No se puede confiar en nadie en esta ruta. Hay piedras enormes, montañas, ríos, el sonido de los animales por la noche era estremecedor, puedes ver la muerte con tus ojos. En el grupo éramos unas sesenta personas: indios, chinos y africanos. Tardamos cinco días y cinco noches en una parte del trayecto, pero teníamos comida solo para dos. Bebíamos agua de los ríos. No sabíamos cuántos países nos quedaban por cruzar”, dice Mustafá, de 27 años, de Kabul, Afganistán.

“Con el grupo no tuvimos problemas. Nos fuimos encontrando por el camino. Cuando viajás así, te topás con gente con el mismo destino. No sabíamos que la frontera estaba cerrada. Nuestros amigos en Estados Unidos nos dijeron que no era un problema cruzar por aquí, pero es evidente que no nos dijeron la verdad”, afirma Mustafá, quien logró llegar a México en abril.

La selva del Darién ve miles de vidas pasar cada día. Algunas abandonan el infierno, otras lo intentan. La valentía y la fortaleza para poder superar los obstáculos del camino solo pueden provenir de aquellas almas que viven en su propio infierno y que intentan cambiar el destino de sus vidas a como dé lugar. Al final, el Darién es un infierno que da paso al paraíso de una vida mejor para todos aquellos que nada tienen que perder.