Había una vez un rey al frente de un reino con gran cantidad de súbditos corruptos. La característica común de todos ellos era la máxima preocupación por salvarse a sí mismos.
Aconteció que un día Bartimeo fue descubierto al robar una manzana. A pesar de tener una reputación de buena persona, en esa ocasión su accionar resultó opuesto a su testimonio de vida. El entorno en el que vivía había mutado su esencia.
Para aleccionar a todo el pueblo, el rey decide condenarlo a muerte. Se le concede una última petición: contar con tres días para pagar deudas pendientes, devolver favores y despedirse de sus seres íntimos. El rey deja en claro que, el hecho de concederle lo solicitado no le otorgaría garantía alguna de que regresaría a enfrentar su destino. Bartimeo le propone que su mejor amigo ocupe ese lugar hasta que regrese. El rey acepta y le advierte: “Si llegas un minuto tarde, tu amigo será ahorcado cumpliendo tu condena”.
La unión entre Samuel y Bartimeo era tal, que ofrecer la vida por su mejor amigo a cambio de su libertad temporal era un honor.
Los días transcurrieron hasta que finalmente llegó la fecha señalada. La capucha lista en la cabeza de Samuel. El verdugo ajusta el nudo. Se escucha el galopeo de una caballo. Bartimeo grita: “¡Alto! ¡Quítenle la soga! ¡Ese es mi destino!”. “Llegaste tres minutos tarde”, alega el rey. Casi sin aliento Bartimeo explica que, en el camino fue emboscado por unos ladrones y apenas logró escapar con vida. Samuel se rehúsa a morir: “Quiero dar la vida por mi amigo. No podría vivir sin él”.
Con lágrimas en los ojos, Bartimeo implora al rey que no escuche a su amigo, que lo deje cumplir con su destino de ser ejecutado.
El rey se enfrenta a un dilema. No había visto jamás tanta entrega desinteresada. Se toma unos minutos y emite el veredicto: “Ninguno morirá hoy”. Les pidió a ambos si podía ser considerado su amigo.
Tanta delincuencia, vanidad, agiotismo y egoísmo social movilizó al rey para comprender que la muerte de esas dos personas dispuestas a morir una por la otra, no haría que cambiase la sociedad, por el contrario, sería una mancha más para la larga historia de homicidios en masa.
La errada concepción de creer que dar al otro implica restar de uno mismo hace que hoy día el hedonismo protagonice los galardones a la actuación del año.
¿Hacia dónde vamos? En el hipotético caso que supiésemos el puerto de llegada, resulta lastimoso.
Tiempo para escuchar, tiempo para mirar, tiempo para detenerse frente a la necesidad del otro, tiempo para cambiar los estadios mentales, tiempo para salir del aislacionismo: pasar de la interconexión virtual a la material.
¡Cuánto tenemos que cambiar! Muchas veces se juzga a los tomadores de decisiones en cualquier dimensión social cuando somos nosotros los protagonistas del punto de inflexión y primario a la vez. El cambio empieza en uno.
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