Las declaraciones de Emilio Monzó en PERFIL del domingo pasado tienen su ramalazo económico. El presidente de la Cámara de Diputados abrió la puerta para mostrar la grieta interna entre los "PRO arios" y los armadores de la red política que sostuvo a Cambiemos en buena parte de su primer año en el gobierno nacional.
Lo que Monzó viene a expresar, y así entienden los empresarios y analistas, es que la batalla por la consistencia de la gestión, en lo que depende del Congreso, corre peligro. En ese mar nada el Frente Renovador en la búsqueda de quedarse con el peronismo.
Una cosa es esperar que el tiempo y las medidas que adopta el Gobierno surtan efecto en la maduración de los procesos de inversión del sector privado y otra que el mecanismo de sustentación que tejió el Gobierno empiece a desenhebrarse.
Sin ese armado legislativo, que se proyecta también a las provincias por acción del ministro del Interior, Rogelio Frigerio, muchos pasos no podrían haber sido dados. La lectura política de los empresarios es, entonces, que corre riesgo esa cohesión y capacidad de gestión política que caracterizó, digamos, los seis meses de debut en la Presidencia.
El Congreso fue escenario para la pérdida de terreno político-económico. Massa marcó los tiempos del Gobierno en materia de la reforma de la cuarta categoría. Tanto que, una vez más, buenos argumentos, racionales que podrían haber tenido buena caladura social, se perdió Cambiemos de someterlos a debate. Una oportunidad perdida entre los apuros. El argumento del costo fiscal de la reforma que Massa enarbola es incontrastable y fácilmente acusable de demagogia, pero no hubo chances.
Las dificultades políticas se hicieron sentir en el juego de pinzas del Frente Renovador y las organizaciones sociales. Peronistas, ex kirchneristas, y obviamente referentes de Cambiemos, no conciben la cesión a las organizaciones sociales del manejo de miles de millones, en lugar de plantárseles.
Una vez que el gradualismo selló el tono de lo que será la gestión de Macri –al menos hasta las elecciones de 2017– también quedó certificada la legitimidad de la duda acerca de los objetivos fiscales para este año (por alguna razón se insiste en mantener la meta de 4,8% de déficit). En sí mismo no significa nada, pero desde el momento en que los analistas internacionales observan que el proyecto político de Macri podría naufragar a pesar de volcar recursos casi sin límite al mercado, también se abre la puerta a la duda futura. Y allí es cuando renace el frío inversor.
Acuerdos. Mientras tanto, en el Gobierno los funcionarios siguen aprobando exámenes de sus referentes orgánicos. Hay una paradoja estructural. Mientras la abrumadora mayoría de ministros está siendo aprobado en la mesa examinadora quincenal de la Jefatura de Gabinete, lo cierto es que hay una parálisis que nadie alcanza a explicar.
Por ejemplo, la obra pública sólo parece haber reaccionado con fuerza en las convocatorias a licitaciones de AySA. En Vialidad, los constructores siguen esperando desde redeterminaciones de costos hasta cancelaciones de deudas del Estado que datan de hace más de un año pero que paralizaron obras de envergadura.
No sólo se trata de desconfianza con los contratistas del pasado. Numerosos aliados del PRO, astillas del mismo palo empresarial, contratistas eternos del Estado, tampoco ellos logran activar contratos paralizados, en algunos de los cuales habían sido relegados precisamente por no comulgar con el kirchnerismo.
¿Desconfianza en la firma de documentos?¿Dificultades presupuestarias? ¿Ineficiencia?
La semana pasada, mientras tanto, y obedeciendo las instrucciones de Mauricio Macri, el viernes almorzaron en el Palacio de Hacienda el dueño de casa, Alfonso Prat-Gay, y el presidente del Banco Central, Federico Sturzenegger. Las perspectivas de inflación, que coinciden en vislumbrar con tendencia bajista, y el recorrido futuro de las tasas de interés también formaron parte de la charla. De enfrentarse, ahora ambos recogen cuestionamiento de todos. Uno, por la expansión fiscal y por portar el gen gradualista que lo genera; el otro, por el contrario, por impulsar con pocos reparos una dura política antiinflacionaria de tasas de interés elevadas. Ellos también dependen cada vez más de las decisiones de la política. La economía no tiene, por ahora, tanta fuerza para incidir en lo que se vendrá.