“No hay duda de que la mayor parte de los demás países han tenido una performance infinitamente mayor que la de Argentina. Hemos perdido desarrollo, entre 1% y 2% año tras año, lo que luego de más de dos décadas, particularmente la última, nos ha hecho perder posiciones relativas” (Guido Di Tella, “La estrategia del desarrollo indirecto veinte años después; desarrollo económico”, abril-junio 1986).
El Censo Nacional, que con demora de casi dos años se hizo el pasado miércoles 18 de mayo, mostró un primer avance de lo que se irá desgranando en las próximas semanas: somos 47.327.407 habitantes: 47,1% son varones y 52,8% mujeres, el 50,3% de los cuales lo completó en forma digital.
Estas cifras ya nos cuentan algo que difiere de la percepción que como sociedad fuimos construyendo, y es el primer eslabón para que la política económica no solo se base en deseos sino que parta de la realidad. En primer lugar, creció la brecha entre mujeres y varones: en 2010 se contó un 51,3% de población femenina (1,5% menos que en 2022). Este dato plantea otro desafío al sistema de pensiones y siembra otra semilla acerca de las razones de la supervivencia creciente de las mujeres.
Además, la cifra total de habitantes es 18% más alta que en el último censo, celebrado el 27 de octubre de 2010, lo cual arroja una tasa de crecimiento demográfico del 1,4% anual, superior a la que se estimaba hasta esta semana (las extrapolaciones utilizaban el 1% anual como referencia) y ubica al país más alineado con los de crecimiento bajo que con los estancados. Esto puede ser una buena noticia para el maltrecho sistema jubilatorio, que consume en total casi 14% del PBI para un resultado por demás injusto e insuficiente para las expectativas de los aportantes. Los especialistas creían que la situación de “bono demográfico” se agotaría a la brevedad por la desaceleración del crecimiento poblacional. Ahora hay tiempo extra para lograr racionalizar y dar sustentabilidad al sector que insume la mitad del Presupuesto Nacional. Pero también, si el crecimiento de la población se da en sectores más vulnerables (el 65,8% de los menores de 14 años es pobre, según el Indec), crecerá la demanda de planes de emergencia social. En los últimos veinte años, crecieron de 1,6 millones a 12,2 millones los beneficiarios, según un trabajo de la consultora Idesa: 657%, que implica un ritmo de aumento del 10,7% anual promedio desde 2002.
Vinculada a este aspecto, queda una gran incógnita por develar: la distribución de la población dentro del territorio. Si el aumento demográfico promedio fue superior, esta cifra no fue uniforme a lo largo y ancho del país. Hay núcleos urbanos saturados, como la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, que estarán, lógicamente, por debajo del promedio; otras como Neuquén o Tierra del Fuego, por arriba, y hay incógnitas acerca del impacto que la migración interna tuvo en las provincias del norte y en los cinturones suburbanos de las grandes ciudades: Rosario, Córdoba, Mendoza, Tucumán y, sobre todo, Buenos Aires.
Habituados a buscar la oportunidad, como un centrodelantero “pescador” en el área contraria, varios diputados presentaron iniciativas para modificar el cálculo de diputados que representa al pueblo de cada provincia.
La más afectada ha sido la más grande, Buenos Aires, quizás una víctima propiciatoria del ideal distribucionista llevado a su máxima expresión: en 2010 representaba el 38,9% del total del país, lo que hubiera equivalido a cien bancas sobre el total de 256 en la Cámara de Diputados, de aplicarse porcentaje directo. Esto es, un 41% más que las otorgadas desde 1983 y basadas en el Censo Nacional de…. 1970, por decreto ley del gobierno del general Lanusse. Queda por saber si ese porcentaje se amplió, como en la década 2001-2010 (aumentó un 0,8%), o quedó estable. De todas maneras, esta alquimia electoralista es fuego de artificio comparada con la gran deuda de la Constitución de 1994: la ley de coparticipación federal de impuestos.
Quizá vinculada con la carencia de una representación proporcional o la falta de conciencia de origen de sus representantes, Buenos Aires fue cediendo casi la mitad de lo que le correspondería por generación de ingresos en su territorio. Un gigante político con pies de barro, atado por lazos políticos artificiales y sometido a mendigar ayuda al Poder Ejecutivo Nacional para financiar lo imposible. En pocos días sabremos si la tendencia se profundiza. Al menos, parar el país un día para contarnos a (casi) todos tiene un valor: reconocer el punto de partida para cualquier política de Estado.