COLUMNISTAS

Cuerpos desnudos

El domingo pasado, como parte del ciclo de Cahiers du Cinéma en la Sala Lugones, se dio una película rarísima llamada Lady Chatterley.

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El domingo pasado, como parte del ciclo de Cahiers du Cinéma en la Sala Lugones, se dio una película rarísima llamada Lady Chatterley. Se trata de una adaptación de la segunda versión de la novela de D.H. Lawrence (Jess Thomas and Lady Jane) y tuvo una génesis curiosa. Su directora, la francesa Pascale Ferran, debutó en 1994 con Petits arrangements avec les morts, un largometraje bien considerado por la crítica. Después pasó doce años sin poder filmar: por distintos motivos, sus proyectos quedaron en el camino, incluso el de Lady Chatterley, que no recibió la ayuda necesaria para convertirse en una película. Ferran consiguió un productor de televisión que aceptó filmar el proyecto como una miniserie en dos partes con actores desconocidos, que dio lugar a una versión ligeramente abreviada para cine. Tras ser rechazada por todos los festivales importantes (Cannes, Venecia, Berlín, etc.), ésta se estrenó en noviembre de 2006. Pero después de este camino lleno de dificultades, llegaría la parte de la Cenicienta: la crítica francesa se enamoró de Lady Chatterley y el film alcanzó un notable éxito de público para terminar nominado a nueve Premios César (los Oscar franceses), de los que ganó cinco incluyendo el de mejor película.
Pero lo más raro de esta película no es su tortuosa carrera hacia el éxito, sino su pertenencia a una categoría con muy pocos miembros: Lady Chatterley es simultáneamente un gran logro cinematográfico y un film apto para el consumo masivo. Uniendo la simplicidad absoluta y el rigor extremo a una visión personal, Ferran se las arregla para contar la vieja historia de la dama y el guardabosque sin que nada obstruya el protagonismo de la naturaleza y el erotismo entre los extraordinarios e ignotos intérpretes. La película desafía la desconfianza cinéfila frente a las adaptaciones de libros famosos y la pesadez académica de los filmes de época. Hasta logra sobreponerse al anacronismo que significa utilizar los cuerpos desnudos para aludir a la libertad y convertirlos en símbolos de la rebeldía social, en un movimiento que recuerda al devaluado Flower Power de los sesenta. Lady Chatterley reúne los mejores diálogos y las mejores escenas de sexo que se hayan visto en el cine últimamente. Y algo mejor aún: es una epifanía fílmica en la que la inocencia y la audacia erótica se potencian.
Y ahora, las malas noticias. Se podría pensar que una película como Lady Chatterley es el sueño de todo distribuidor de cine: un film muy entretenido que llega acompañado de éxito y prestigio, que tiene un tema irresistible y un erotismo fino aunque sin eufemismos, tan atractivo para adolescentes como para ancianos. Sin embargo, hasta ahora, la película no consiguió un distribuidor local. Da la impresión de que el mercado de exhibición argentino está quebrado y la que fue en el pasado una plaza caracterizada por el riesgo y la diversidad, se ha ido reduciendo hasta resignarse al cada vez mayor predominio de Hollywood, apenas matizado por una estéril y mal encaminada defensa del cine nacional.
Es cierto que no son ajenos a estos resultados los cambios sociales: hoy es otra la composición del público que ve cine en las salas. Pero la sequía de producciones internacionales en la cartelera es demasiado exagerada como para que el mejor cine mundial se pueda ver sólo en los festivales o en la Sala Lugones, y se estrene (cuando se estrena) cada vez más frecuentemente en un pobre formato digital y no en el de 35 mm que justifica la ida al cine frente a la visión hogareña.
No es totalmente injusto culpar de esta situación a las autoridades, los exhibidores y los distribuidores, pero hay una hipótesis más inquietante: que con el tiempo hayamos perdido el interés y la capacidad para apreciar el cine. El ciclo de Cahiers, con su apuesta a la permanencia del cine en el centro de la cultura, marca el contraste entre dos mundos.