El periodista, explicó alguna vez Norman Mailer, sufre típicamente de un espejismo: por estar cerca de la acción, se convence de que es parte de ella. “Uno puede no ser nunca presidente –observó–, pero el fotógrafo que trabaja para un diario tiene el poder de estallar un flash y hacer que los ojos de JFK [John Fitzgerald Kennedy] parpadeen”.
Le pasó a John Simpson, veterano corresponsal de guerras de la BBC de Londres, que el 13 de noviembre de 2001 entró en la capital de Afganistán antes que las tropas aliadas de los Estados Unidos, y, en vivo y en directo, proclamó: “La BBC ha liberado Kabul”.
Simpson llevaba casi cuarenta años reporteando, según su página biográfica, en 120 países y 36 zonas de guerra, y había entrevistado a “150 reyes, presidentes y primeros ministros”. Cuando colegas de todo el mundo le señalaron que había hecho el ridículo, admitió: “Me dejé llevar por el entusiasmo”.
Diez días atrás, Roger Cohen, otro veterano corresponsal, escribió sin miedo al ridículo en The New York Times sobre el caso de los mellizos Reggiardo Tolosa, apropiados durante la última dictadura militar argentina por el subcomisario Samuel Miara: “Como periodistas, nos gusta pensar que de vez en cuando hacemos el bien. Durante veinte años, creí haber ayudado a dos niños argentinos a emerger del salvajismo de la dictadura, encontrar su verdadera familia y asegurarse unas vidas mejores. Ahora me pregunto si fue así”.
En las postrimerías de la dictadura, Cohen descubrió, como tantos otros, el horror de sus crímenes. Las historias de embarazadas que daban a luz en campos clandestinos antes de ser asesinadas y de sus bebés robados “llevó la depravación del Estado argentino, y mi enojo, a otro nivel”, dijo.
Según Cohen, su “enojo” lo condujo hacia unas “pistas” que indicaban que los mellizos de la desaparecida Liliana Ross habían sido robados por Miara. Siguiendo esas “pistas”, Cohen llegó a Paraguay, donde descubrió a los mellizos y logró entrevistar a Miara. “The Wall Street Journal publicó mi historia y las cosas comenzaron a moverse”, se felicitó.
Hace dos semanas, de paso por Buenos Aires, se enteró del desgarrador final de la historia, que los argentinos conocen hace más de una década: los mellizos no eran de Ross sino de otros desaparecidos, los Reggiardo Tolosa; Miara fue condenado a prisión; los mellizos no dejaron de amar a los captores que los criaron; no encontraron un hogar con su familia biológica.
Cohen dijo que había escrito su artículo sobre los mellizos y “seguido adelante”, con la tranquilidad de conciencia de que “la justicia ha sido servida” y de que él había hecho “una buena obra”. Pero veinte años más tarde, se pregunta si hizo bien: “La justicia que ayudé a hacer realidad para ellos había consistido en un hogar roto tras otro (…) Los periodistas somos intrusos que siguen con su vida. ¿Esta intrusión valió la pena?”.
El primer dato de que mellizos nacidos en cautiverio habían sido apropiados ilegalmente fue obtenido en 1977 por quienes creían ser sus abuelas, las madres de Liliana Ross y de Adalberto Rossetti, que arriesgaron sus vidas al plantarse frente a la Cárcel de Olmos en plena dictadura. La partera del centro clandestino que les confirmó el dato fue asesinada por hacerlo.
Con ayuda de informantes anónimos, las Abuelas de Plaza de Mayo dieron con Miara en su casa de Ciudadela en 1984 y lograron ver a los niños. Vecinos del barrio les avisaron cuando Miara huyó a Paraguay al saberse descubierto.
Casi tres años más tarde, en febrero de 1987, el jefe de la Policía Federal, Angel Pirker, entregó al juez federal Guillermo Pons, que investigaba el caso, los datos que necesitaba para detener a Miara en Paraguay. Pons llegó a Asunción en abril de 1987, pero los contactos de Miara con el régimen del dictador Alfredo Stroessner le impidieron detenerlo. Fue así como los mellizos se enteraron de que los Miara no eran sus padres biológicos.
La prensa, en la Argentina y en Paraguay, seguía el caso, que escaló en conflicto diplomático el 24 de agosto del ’87, cuando el gobierno de Raúl Alfonsín retiró a su embajador de Asunción en protesta por las trabas a la extradición.
Tres días más tarde, el 27 de agosto, apareció en The Wall Street Journal el artículo de Cohen.
En los seis años siguientes, mientras él seguía “adelante” con su vida, las Abuelas, la Justicia y el Gobierno argentinos pelearon por la recuperación de los mellizos y su restitución a su familia biológica, que todos temían ya traumática, como había ocurrido en otros casos.
El debate sobre el drama de los cientos de chicos robados a sus padres asesinados y criados en la mentira por sus apropiadores ha llevado años y sigue siendo actual. Sólo una pequeña minoría que defiende el terrorismo de Estado, y ni siquiera todos en ella, se atrevería a sostener que esos chicos, hoy adultos, no deberían conocer la verdad más importante de sus vidas.
Y, ahora, también Cohen, cuya “intervención” en realidad no torció en ningún sentido –contra lo que le gusta creer y cuestionarse-- la suerte de los mellizos.
Durante un taller de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, cuando una cronista cuestionó el protagonismo de los periodistas en las historias que cubrían, Gabriel García Márquez sentenció: “Cuídate de esa modestia”.
Una sentencia de doble filo