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De Angela Merkel a CFK

A nadie sorprendió la noticia de que la canciller alemana Angela Merkel encabeza, por tercer año consecutivo, la lista de las cien mujeres más poderosas del mundo que cada año elabora la revista norteamericana Forbes.

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A nadie sorprendió la noticia de que la canciller alemana Angela Merkel encabeza, por tercer año consecutivo, la lista de las cien mujeres más poderosas del mundo que cada año elabora la revista norteamericana Forbes. En noviembre de 2005, Merkel cambió la historia de su país al convertirse en la primera mujer en ocupar el cargo de canciller en Alemania y, a partir de ese momento, el primer lugar indiscutido –más allá del ranking de la publicación estadounidense– dentro de la esfera del poder femenino mundial. El caso Merkel es un magnífico paradigma del tema que en el universo sociocultural y político internacional preocupa a gobernantes y candidatos. No hay más que prestar atención al eslogan electoral de Barack Obama: el cambio.

En este sentido, la alemana muestra en su currículum una flexibilidad y capacidad extraordinarias para evolucionar hacia nuevos contenidos y formas de hacer política. Nacida en Hamburgo en 1954, supo militar en la Juventud Comunista mientras estudiaba física en la Universidad de Leipzig, en la que se doctoró en 1986. Cuando se derrumbó el Muro de Berlín, Angela comenzó su carrera política en el partido de la Unión Demócrata Cristiana, (CDU) llegando a ser de manera meteórica una estrecha colaboradora de Helmuth Kohl a quien –cuando se retiró– no tuvo empacho en censurar para liberar al partido de ciertas oscuridades de corrupción.

Sin embargo, su biógrafo Gerd Lagguth cuenta que Merkel fue una excelente discípula de lo mejor de Kohl. Entendió que para preservar el poder es preciso dominar al partido y mantener, al mismo tiempo, una desconfianza proverbial hacia los correligionarios enquistados en los engranajes burocráticos (la previsora “sospecha” hacia adentro). Sus intenciones se concretaron cuando fue consagrada como líder indiscutible de la CDU en noviembre de 2002 y reelegida dos años después, en diciembre de 2004. Desde entonces, consolidó su reputación de mujer implacable. Una Dama de Hierro con estilo propio: sin látigo ni borracheras, bien lejos de lo que alguna vez fue Thatcher en Gran Bretaña. No entraremos en mayores detalles aquí sobre sus logros, pero sí recordaremos que Merkel actúa, según sus palabras, como una pragmática “independiente de la ideología”, que sopesa cuidadosamente los pros y los contras, pero que no vacila en la decisión.

Jamás se preocupó, como en estos lares, por el tema apellido/s. En sus documentos de soltera figura como Angela Dorotea Kasner y usa el apellido de su primer marido, el físico Ulrico Merkel, porque se le ocurre, aunque ahora está casada con un químico, Joachim Saber.

No tuvo hijos. Admira a Dustin Hoffman y a Robert Redford y cuando hay que ponerse escote para ir a la Opera, como lo hizo en abril de este año en Oslo, se lo pone a full. Tanto, que sus imponentes lolas teutonas –bien al descubierto–, ruborizaron al representante del rey Harald V de Noruega. Un pecho acogedor en el que muchos habrán sentido deseos de recostar la cabeza suavemente. Así, como otros tantos, hubiesen querido atrapar la serenidad y la mesura que transmitía, hace unos días, en la televisión germánica en una entrevista en la que se mostraba vestida de manera casi monacal, con un sencillo pantalón negro, camisa y saco azulado, zapatos de taco bajo y su inconfundible pelo corto, sencillo y prolijo, enmarcando la cara regordeta apenas maquillada.

No nos sorprende –decíamos– que siga siendo la primera de las cien mujeres más poderosas del mundo. Así como nos resulta lógico que Hillary Clinton haya descendido al puesto 28, al perder la interna contra Obama en el partido Demócrata.

Lo que resulta llamativo y paradojal es que CFK figure en el lugar décimo tercero –no dentro de las top ten, claro– de la lista Forbes. Cuando no ha cumplido un año de gobierno, el bajón de la Presidenta de los argentinos, cuya imagen positiva actual, lejos del momento más agudo de la crisis con el campo, es de 29%, frente a un 34% de imagen regular y un 36% negativa, es impactante. Nos resta pensar que el “logro” de su aparición en el ranking de Forbes se debe exclusivamente a su actuación mediática. Actuación es la palabra, no otra. El show mantiene el rating. Sólo que a veces suele chocar con la realidad.

*Periodista y escritora.