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De espaldas y alejados

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Pankaj Mishra. El sociólogo indio advierte sobre el peligroso divorcio entre las elites y la población. | cedoc

Se llenan la boca con las palabras “pueblo” y “gente”. Hacen uso y abuso de ellas hasta vaciarlas de sentido o pervertirlas. Y, sin embargo, cada día que pasa sus acciones los muestran más alejados de eso que los populistas llaman “pueblo” y quienes dicen oponérseles denominan “gente”. De un lado se usa un atentado fallido, llevado a cabo por un grupo de desquiciados, para intentar convertir en mártir a la destinataria del frustrado magnicidio e insistir en el logro de su impunidad ante la ley que la juzga por delitos de corrupción. Del otro lado, ansiosos por probarse ropajes presidenciales, los miembros de una coalición atada con alambre y carente de una visión trascendente y convocante se pelean entre sí de manera grosera y patética para ser ungidos candidatos. Unos y otros se dirigen, en definitiva, a sus hinchadas, a sus creyentes, a su público cautivo, respirando el aire viciado de una práctica política endogámica.

Mientras tanto, sobre el “pueblo” o la “gente” (en definitiva, la ciudadanía), caen incesantemente las plagas de la inflación desbordada e indomable, de la pobreza estructural y creciente, de la educación despreciada y destruida, de la salud librada a la intemperie, de la inseguridad impune y endémica, del desempleo real (no el de las estadísticas), del subempleo indigno, de la economía en negro, que roza el 35% del Producto Bruto Interno (PIB), de los cepos que ahogan a pequeñas y medianas empresas, que asfixian proyectos y emprendimientos. Ésta no es una mera enumeración de temas, sino la mención, con nombre y apellido, de la realidad cotidiana experimentada por millones de personas que despiertan cada mañana a un nuevo día de desaliento, de desesperanza, de incertidumbre, de impotencia y depresión. Muchas, muchísimas, de ellas ya están en el fondo del pozo, otras tantas están cayendo hacia allí sin paracaídas, y otras se agarran a lo que pueden para no deslizarse. Cuando miran a los que se llenan la boca con “el pueblo”, “la gente”, “los vecinos”, etcétera, solo ven sus espaldas, y las ven lejanas.

El vínculo de la política con la realidad de la gente de carne y hueso es  de indiferencia

Ese es el actual vínculo de la política con la realidad de las personas de carne y hueso. Un divorcio absoluto. Una indiferencia que es casi desprecio, y que solo parece revertirse en tiempos electorales, a través de la manipulación y la mentira. Basta con recordar al actual ministro de Economía, y ansioso pretendiente a la Presidencia, cuando en un intento anterior prometía terminar con el kirchnerismo, al que ahora sirve y del que se sirve en una desvergonzada y mutua contraprestación, prometiendo a los gritos que terminaría con “los ñoquis de La Cámpora” e impediría “el regreso de Cristina”. O a otro aspirante, como el Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, que en sus campañas actúa encuentros previamente pasteurizados y sin riesgo con “vecinos” para conocer sus preocupaciones, pero en cuya gestión se desoyen los justos reclamos de ciudadanos  (nucleados, entre otros organismos representativos, en “La Ciudad somos quienes la habitamos”, “Vecinos autoconvocados de Rodrigo Bueno”, “Vecinos por Saavedra”, “Conciencia Urbana Comuna 11″ o “Basta de destruir Devoto”) cuando demandan por el modo en que sus derechos son avasallados por negocios inmobiliarios, gastronómicos o del espectáculo que, como en el caso del Campo Argentino de Polo y el Paseo de la Infanta, ignoran edictos y disposiciones urbanísticas, ambientales y habitacionales.

En su libro La edad de la ira, el ensayista, novelista y crítico literario indio Pankaj Mishra traza un panorama del estado de ese peligroso divorcio en el mundo actual, y su descripción le cabe perfectamente a la Argentina: “No es posible negar ni disimular el enorme abismo entre una elite que se apropia de los frutos de la modernidad y desdeña viejas verdades, y las masas desarraigadas que, viéndose estafadas, se entregan al supremacismo cultural, al populismo y a una brutalidad rencorosa”. Pareciera, dice Mishra, que “el orden actual, democrático o autoritario, se basa en la fuerza o el fraude, e incita a un estado de ánimo más apocalíptico que nunca”.

*Escritor y periodista.