Para que la justicia sea de veras una virtud cardinal, debe respetar la igualdad y la legalidad, los derechos de los individuos y el derecho de la comunidad (la polis). Esto requiere que la ley sea la misma para todos, que el derecho respete los derechos y que la Justicia, en sentido jurídico, sea justa en sentido moral. Esta impecable definición del filósofo francés André Comte-Sponville en su Diccionario filosófico puede iluminar los acontecimientos que esta semana tuvieron su clímax con el pedido de prisión para la vicepresidenta por parte de los fiscales luego de un exhaustivo, puntilloso y muy documentado despliegue de pruebas acerca de las conductas corruptas de la acusada y de quienes integraron lo que los agentes del Ministerio Público calificaron como una asociación ilícita comandada por ella.
CFK y Alberto Fernández dan la impresión de ignorar procesos jurídicos básicos
Los cortesanos de la vicepresidenta (llámense intendentes, legisladores, sindicalistas e incluso algunas figuras de la intelectualidad o del espectáculo que supieron obtener diferentes tipos de prebendas durante la gestión presidencial de la acusada), así como el núcleo duro y ciego de sus fanáticos, se muestran ignorantes y ajenos a estas características de la justicia. También, llamativamente, actúa así el autopublicitado profesor de Derecho que ocupa formalmente la presidencia de la Nación y reniega en sus declaraciones de toda noción republicana. Lo que esta especie de guardia pretoriana repudia es que la ley sea igual para todos. Amenazan, incluso, con que si eso ocurriese se “va a armar quilombo”. Y, de paso, van en contra de otra clara definición de Comte-Sponville quien, en su extraordinario ensayo ¿El capitalismo es moral?, explica que “hacer política es defender los intereses del propio país sometiéndose a un cierto número de límites externos, tanto jurídicos como morales”. Si la moral es la que señala cómo debemos actuar (a diferencia de la ética, que muestra cómo decidimos actuar, al margen de lo que se debe), los fiscales, que son agentes de la justicia, actuaron también como agentes morales: hicieron lo que tenían que hacer, cumplieron con su deber, que es el de acusar con fundamentos, pruebas y argumentos, y no el de apañar o mirar para otro lado. A su vez, la persona a la que acusaron degradó a la política al hacer de ella una actividad al servicio de sus propios intereses, desconociendo límites tanto jurídicos como morales.
Originalmente, la palabra fanático devino del latín fanum (templo) y designaba a quienes concurrían a los santuarios, pero veinte siglos atrás se la empezó a relacionar con fanor, que, como señala el bibliófilo y filósofo peruano David Misari, significa “estar poseído por un espíritu o fervor divino, delirante y frenético”. Quienes muestran esta condición, dice Misari, “consideran sus propias creencias al punto de imponerlas a los demás a la fuerza o recurriendo a métodos extremistas”. Es inútil esperar que los creyentes o fanáticos kirchneristas entiendan y acepten los fundamentos de la justicia, cuando la propia figura a la cual veneran los desprecia y se cree por encima de ella.
El patético show unipersonal ofrecido en el mediodía del martes por la vicepresidenta, malversando el patrimonio público al usar para fines personales las instalaciones del Congreso Nacional, no pareció estar protagonizado por una “abogada exitosa”. Tanto ella como el profesor de Derecho que designó para la presidencia dan la impresión de ignorar procedimientos jurídicos básicos que cualquier profano que haya visto algo de cine conoce, como, por ejemplo, que el alegato de un fiscal no es el fallo de la causa. Pero lo peor es su desprecio por los fundamentos de la República, establecidos en la Constitución, según los cuales un poder no puede inmiscuirse en otro y la función de la existencia de los tres poderes es garantizar un equilibrio, establecer límites y dar respaldo a los procedimientos democráticos que, de lo contrario, son simples apariencias. Si este juicio devolviera respetabilidad a la Justicia y vigencia a la República, acaso empecemos a vivir dentro y no al margen de la ley, como se hizo costumbre.
*Escritor y periodista.