COLUMNISTAS
Mentiras son mentiras

Las canchas embarradas

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Vialidad. Cristina Fernández no rebate ninguna de las pruebas presentadas por los fiscales. | NA

La falacia es una de las formas más habituales en que la mentira se disfraza de verdad. Tanto puede deberse a un ejercicio de mala fe o a una manipulación psicopática como a una expresión de ignorancia y pereza mental (tal es el caso de quien, en las redes sociales, o de boca en boca, viraliza cualquier chisme, rumor, noticia falsa o cita plagiada sin verificar la fuente, sin comprobar la veracidad, y creyendo cualquier cosa que lea o escuche). Una falacia puede parecer un razonamiento lógico, con bases fundadas, pero en cuanto se le presta atención aparecen sus vulneraciones de las reglas de la lógica. En Refutaciones sofísticas, Aristóteles había detectado trece tipos de falacias. Eso ocurrió cuatro siglos antes de Cristo. Hoy los filósofos y estudiosos de la lógica encuentran más de un centenar de estas trampas de la razón. Desde las que dan, por cierto, sin argumentos, que a una determinada causa seguirá un determinado efecto, pasando por las que aseguran que algo es verdad solo porque lo dijo un “experto”, las falsas disyuntivas (“si te gusta lo salado no te gusta lo dulce”), las falsas mediaciones (establecer un término medio sin considerar la solidez de argumentos de cada extremo) o las simples y tan habituales generalizaciones.

Radiografía del psicópata

En la política las falacias se reproducen sin cesar, como hongos después de la lluvia. Y parten a diario desde cualquier boca, sea oficialista de cualquier pelaje u opositora de cualquier signo. En el libro Malversados, un muy interesante trabajo que investiga esta faceta especial del fenómeno, el abogado y doctor en filosofía Ezequiel Spector considera que la falacia contra la persona (conocida como ad hominem) tiene un nivel de agresividad que no se encuentra en otras. Es aquella por la cual en lugar de refutar los argumentos que alguien sostiene se ataca directamente a la persona que los esgrime. Se sacan a relucir cuestiones de su pasado, se le niega la palabra por razones ajenas al debate, se lo supone (sin pruebas) pagado por alguien o al servicio de alguien, se le endilga su origen familiar o su condición sexual o de género, etcétera. Pero, subraya Spector, si un argumento está sólidamente fundamentado y se sostiene en pruebas, su veracidad no cambia según la persona que lo expresa. Vale por sí y no por quien lo esgrime. “Una idea es siempre independiente de su emisor y, en un intercambio limpio, debe ser juzgada por sus propios méritos”, escribe este autor. Atacar comportamientos anteriores de quien esgrime una idea o expone un argumento es desviar el debate de una manera tramposa. Y ocurre todo el tiempo, haciendo de la cotidianeidad política una cloaca.

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Tiempos paranoicos

Dos ejemplos recientes se dan en el caso de la causa por los sobreprecios en Vialidad, que involucra a la vicepresidenta, y en el de las declaraciones de Lilita Carrió sobre miembros de la coalición opositora. Cristina Fernández y sus abogados no rebaten hasta ahora ninguna de las terminantes y documentadas pruebas presentadas por los fiscales, y, en un claro ejercicio de falacia ad hominem, procuran invalidarlas argumentando la participación de estos en partidos de fútbol (¿el fútbol no era para todos?) o en visitas formales y públicas a funcionarios durante el gobierno anterior. ¿Pero lo que los fiscales están denunciando y demostrando es verdad o no? De eso ni una palabra. En el caso Carrió sucede algo similar. “Sos la Cristina Kirchner de JxC”, le espeta el gobernador Gerardo Morales. “Nunca me hicieron una operación así”, se ofende Cristian Ritondo. Y, en voz baja, vuelven los dimes y diretes sobre la estabilidad mental de la creadora de la Coalición Cívica. Pero, más allá de los furores, ¿tienen pruebas para refutarla? ¿Pueden centrar el debate en lo que ella dice y no en lo que ella es o en cómo ellos se sienten? Por ahora de eso, nada. Así las cosas, cualquier juez imparcial, que se eleve por sobre las falacias ad hominem, daría por válidos los testimonios de los fiscales y de Carrió, dado que no se los impugnó con argumentos (opiniones no son argumentos). Ese hipotético juez haría mucho bien a una sociedad intoxicada por las falacias ad hominem.

*Escritor y periodista.