Tarascon es una pequeña población ubicada en la Provenza francesa. Debe su nombre a una leyenda según la cual en esa zona habitaba una horrible criatura conocida como la Tarasca, que tenía seis patas, caparazón de tortuga, torso de buey, orejas de caballo y boca de león. Devoraba a cualquier criatura: pescadores, mujeres que bajaban a lavar la ropa en el Ródano, niños, animales, etcétera. Aterrorizó a la villa hasta el día en que apareció por allí Santa Marta, quien encontró dormida a la bestia, le arrojó agua bendita, le hizo la señal de la cruz y consiguió que la Tarasca la siguiera hasta la villa, en donde sus habitantes la mataron. De esta leyenda, que como toda leyenda es incomprobable, deriva que a esos feroces mordiscones capaces de arrancarle a alguien un pedazo de carne o de piel se les llame tarascones.
Ese es precisamente el título (Tarascones) de una obra de teatro que, con auspiciosa acogida del público, se sigue representando en un escenario porteño tras haber recorrido también el país. Debida al dramaturgo y guionista Gonzalo Demaría y dirigida por Ciro Zorzoli, cuenta la historia de cuatro señoras muy paquetas que tienen la costumbre de reunirse para jugar a la canasta y tomar el té con masas y sándwiches, además de cultivar así su amistad, hasta que un asesinato se produce en la casa que toca ese día. Los espectadores son informados desde el principio acerca del crimen e incluso, rompiendo la clásica cuarta pared teatral, una de las protagonistas le cuenta al público quién, según ella, provocó la muerte. Lo que sigue es una serie de malentendidos, conductas prejuiciosas, delaciones y confesiones involuntarias y otros desaguisados que muestran hasta qué punto la pretendida amistad entre las protagonistas (encarnadas magníficamente por las actrices Paola Barrientos, Eugenia Guerty, Alejandra Flechner y Susana Pampín) era la fachada de envidias, sospechas, desprecios y resentimientos aparatosamente maquillados.
Punzante e inteligente comedia negra, la obra puede y merece disfrutarse como tal. Los diálogos, situaciones y actuaciones lo propician. Pero si los espectadores prestan atención, pueden encontrar allí, como en una holografía, una muestra de lo que ocurre en las altas esferas políticas (tan bajas en cuanto a nivel ético y moral). Las apariencias que estas damas intentan guardar de manera grotesca son muy parecidas a las que pretendía vender desde su mismo nombre la coalición gobernante (y no difieren demasiado de las sospechosas buenas maneras que ensayan pobremente los miembros de la coalición opositora). Pero basta una circunstancia fuera de control, como son la mayoría en la vida, para que la farsa quede a la vista, las reinas aparezcan desnudas y empiecen los tarascones. Nadie se hará cargo de nada en medio de un desbarajuste creciente y, por el contrario, todos buscarán inventar un culpable que los absuelva. Por momentos se aliarán en contra de alguien ajeno al círculo íntimo para cargarle el muerto pero, como es de esperar, las complicidades entre truhanes son muy breves y terminan en nuevas traiciones y nuevos tarascones.
Ocurre en la obra (y esto no adelanta información ni revela algo que debería ocultarse) que mientras las supuestas amigas se trampean entre sí y van revelando sus miserias ante el espectador, hay una de ellas que, desde el principio, oculta una carta y, fingiéndose tan inocente como las demás, manipula al resto sin el menor escrúpulo. Finalmente, como suele ocurrir, las mentiras transparentan la verdad y todo queda a la vista. Tal como sucede con la comedia negra y nauseabunda del poder, con sus personajes cambiándose de lugar (de diputado a ministro, de ministro a canciller, de asesor a secretario, etcétera), buscando impunidad para delitos imperdonables y burdamente cometidos, arrojando tarascones en busca de una porción de poder futuro. En ese aspecto, y aunque no haya sido la intención de su autor, la obra cumple con lo que los antiguos griegos, creadores de la comedia y la tragedia, buscaban en el teatro: catarsis y educación, mostrando la realidad.
*Escritor y periodista.