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De la tensión al conflicto

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Como en otros momentos de nuestra historia, una grave crisis política acompañada de inestabilidad e incertidumbre económica ha creado las condiciones para que las tensiones se transformen en conflicto.

El Gobierno precisa la reelección y va por ella. La oposición (la real, no la política) necesita contraatacar, exhibiendo la corrupción gubernamental. El programa que reunió a los principales periodistas de los medios más importantes en Canal trece esta semana –hecho no visto antes en la televisión– y el discurso del martes de la Presidenta con facciones pétreas talladas por la ira, son imágenes que simbolizan el curso de colisión en el que, unos y otros, se encuentran.

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No se puede predecir la profundidad, duración y carácter del conflicto. Cuando las tensiones dejan de ser contenidas y cada parte cree que sólo controlará la situación sometiendo al otro, venciéndolo, se desata toda la imprevisibilidad de la que somos capaces los humanos cuando usamos la razón para llevar a la práctica nuestras pasiones. Cuando la inteligencia se pone al servicio de la irracionalidad nadie puede imaginar a dónde conducirá. Unicamente sabemos lo obvio: habrá daños y sufrimientos.

Si este pronóstico fuera correcto, la única esperanza es que haya quienes comprendan la gravedad de lo que se acerca, separando los problemas circunstanciales de aquellos mayores que afectan la estructura y funcionamiento del país.
Es necesario que la sociedad conozca los riesgos que se avecinan, sus posibles consecuencias, los dilemas reales que tendremos y la urgencia de prepararse para resolverlos. Es útil, por tanto, tratar de ver debajo de la suciedad que flota en el agua. Más allá de los escándalos, los Báez, las bóvedas, las valijas, los patrimonios, los salarios de funcionarios, las confiscaciones, las patologías psíquicas de quienes gobiernan, existe una realidad mucho peor y peligrosa.

A los corruptos se los podría juzgar, las confiscaciones podrían ser revertidas y, en fin, los que adolecen patologías podrían, a su costa, ser tratados. Pero la desvertebración de la Argentina con sus instituciones aplastadas, la destrucción de las bases de la economía, la desaparición de la disciplina social del trabajo asalariado para convertirse en desocupación subsidiada; el fracaso de un proyecto que se autodenominó popular y abrirá las puertas al retorno oligárquico; la pobreza de la reacción política ante la inmensidad de lo que nos pasa y en fin, la probabilidad del conflicto entre argentinos, son todas acechanzas inmensamente más temibles y que, para peor, no son expuestas ni discutidas.

Por ejemplo, lector, ¿cómo es posible que ninguna mujer u hombre político diga o analice el hecho de que la economía argentina carece de moneda nacional? Es decir, que es un barco sin vela, sin timón y sin quilla.

¿Cuánto cuesta un dólar? El señor Kicillof dice que ese tema no es grave: “Es un mercado secundario cuya dinámica todavía no conocemos. Le vamos a echar un vistazo”; el señor Lorenzino, interrumpió un instante su huida, y declaró: “El dólar no le importa a nadie”, mientras la Presidenta y otros ridiculizan la cuestión, aludiendo a que esa es una cuestión que sólo preocupa a la burguesía que viaja a Miami a comprar abalorios.

El precio del dólar expresa la relación de paridad con una divisa fuerte y, en consecuencia, la capacidad de intercambio de la moneda local. Cuando en un mercado el precio de la divisa se duplica en pocas semanas, (como sucedió aquí), es una señal inequívoca que todo el sistema de intercambio de nuestra economía está sostenido con alfileres. Si esto sucediera en un país con relevancia, de Europa, Asia o Norteamérica, la economía mundial se desplomaría.

Cuando nadie sabe cuánto vale un peso argentino respecto de cualquier divisa fuerte, esa moneda perdió su única razón de ser: servir para el intercambio de bienes. Cuando no sirve para ese fin, no es moneda.

Si no hay moneda la economía no funciona: se deteriora el comercio, la capacidad para colocar la producción y el interés por invertir; los salarios se tornan irreales y se evaporan en manos de los trabajadores; los precios de unos bienes aumentan mientras otros se retrasan y luego la tendencia se invierte. Así las enormes fluctuaciones de los precios relativos abren el juego a la más desgraciada e inútil de las actividades: la especulación. Una sociedad sin moneda es probable que lleve a los agentes económicos a buscar la ganancia más bien en el aprovechamiento de las oportunidades de la compraventa que en la generación de riqueza. Esta ha sido la historia del siglo XX en nuestro país, cuyo momento de mayor exaltación fue en la administración de Martínez de Hoz. La especulación crea ricos, pero no riqueza y explica la pobreza de un país al que se solía llamar rico.

La moneda es aceptada por consenso como un medio de intercambio económico. A través de ella se expresan precios y valores, circula entre las personas y los países y es la principal medida de la riqueza de los individuos y de las naciones.

Las personas aceptan que un trozo de papel, no más importante que un pedazo de diario viejo, tenga semejante valor porque saben que todo el resto aceptará lo mismo. La moneda es una poderosa convención social de la cual el Estado es responsable. En Argentina el Estado a través de sus gobiernos destruyó esa convención. Lector, si esta lectura le parece abstracta, salga y dé una vuelta por su barrio, ¿cuántas casas que estaban en venta hace diez días, han mantenido el cartel? Se retiran del mercado, porque no hay moneda, se rompió la convención. El papel vuelve al papel.

Bien, cuando se vaya la Presidenta en 2015, o quede sin capacidad de gobierno después de su derrota en las próximas legislativas, ¿qué va a pasar con esta cuestión? ¿Quiénes serán los artífices de la reconstrucción monetaria? ¿Los amigos de Martínez de Hoz o los sectores democráticos preocupados por el bienestar de las mayorías sociales?
¿Por qué nadie habla de esto, cuando el conflicto que se avecina profundizará aun más esta crisis y su devastador efecto sobre nuestra economía?

Manteniendo todas las diferencias entre los partidos, condición de la competencia democrática, ¿hay imaginación, voluntad y audacia, para tener una política común que logre recrear nuestra moneda?

Lector, lo que aquí dije hasta aquí es sencillo. Vamos hacia un conflicto de resultado impredecible; las turbulencias de los escándalos ocultan los principales problemas que deberá resolver la Argentina si quiere salir de su decadencia; uno de esos problemas, es la cuestión monetaria, advirtiendo que hay otros tan graves que le presentaré en las semanas que vienen. Finalmente, me interrogo y lo invito a hacer lo mismo sobre la conveniencia de que la oposición política pueda construir, elaborar y pactar un acuerdo monetario, para atacar este problema y evitar que los deudos de Martínez de Hoz lo hagan.