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De la tierra al cielo

El Perugino nació en 1448 y en 1478 ya era un artista célebre. Sixto IV le encargó la decoración de la Capilla de la Concepción y los frescos de la Capilla Sixtina.

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El Perugino nació en 1448 y en 1478 ya era un artista célebre. Sixto IV le encargó la decoración de la Capilla de la Concepción y los frescos de la Capilla Sixtina. Concluyó tareas de otros y dejó obras inacabadas. La crítica especializada aún no se pone de acuerdo en señalar qué obras señalan su período de esplendor y cuáles marcan el período de su decadencia. Sí, en cambio, coincide en señalar que su producción está marcada por los gustos de sus clientes y por el ambiente cultural y geográfico en que éstos residían; hizo todo por ampliar su número, halagándolos innoblemente al tiempo que evidenció todo lo que los subestimaba. Vasari lo llama “pintor coiffeur” y se detiene en la descripción de sus retratos femeninos, de rostro redondo y lleno, boca pequeña, mirada soñadora, cabellos cuidadosamente dispuestos, y un aire de digna reserva. A las modelos las reclutaba en sus visitas a los burdeles y, gracias a la sapiencia adquirida en su oficio, las transmutaba en ejemplos de sentimiento religioso y mística contemplación.

El equívoco, la ilusión y el engaño son la materia misma del arte. Indiferente a los temas ultraterrenos y enamorado de los paisajes terrestres, se lo considera sin embargo un pintor de temas sacros y un heraldo de los triunfos impersonales de las criaturas celestes. De él puede decirse lo mismo que dijo el escritor inglés Anthony Burgess respecto de Shakespeare: “Es mi santo patrono. Hizo lo que quería haciéndole creer al mundo que le daba lo que éste pedía”.